[Alfredo Bryce Echenique] Jurídicamente culpable y humorísticamente inocente/ Armando Almánzar-Botello

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El tema de los “plagios” atribuidos a Don Alfredo Bryce Echenique, no puede ser analizado tan sólo desde el punto de vista convencional, entendiéndolos como meras violaciones a los derechos de propiedad intelectual.

Se impone una pregunta de rigor: ¿Qué necesidad puede tener un escritor que ha producido obras de la dimensión de Un mundo para Julius, Tantas veces Pedro, Las obras infames de Pancho Marambio, El huerto de mi amada -por sólo citar cuatro obras de gran peso específico en la literatura hispanoamericana contemporánea-, de “plagiar” una serie de artículos periodísticos, cuya heterogeneidad temática mueve a la risa al recordarnos un catálogo de lectura propio del utillaje hermenéutico de Bouvard y Pécuchet?

Descartada la hipótesis trivial de que el problema está zanjado con decir que Bryce padece “simplemente” de una suerte de cleptomanía intelectual (entidad nosográfica registrada desde hace largos años por la clínica psiquiátrica y psicoanalítica), pienso que se hace urgente por razones heurísticas y humorísticas (¡el chiste y su relación con lo inconsciente!), apuntar en otro sentido para intentar la explicación de tan inmutable y onerosa “desfachatez” literaria.

No negaremos la importancia que revisten categorías psicoanalíticas lacanianas tales como síntoma y sínthoma, para hacernos inteligible el caso de Bryce. Es decir, para permitirnos la intelección de lo que sería desprender, aislar, construir el acontecimiento-sentido en la escritura, como obra humorística lograda, ficción supletoria del Nombre-Del-Padre o chiste sostenido para “la parroquia”, a partir de la economía libidinal prisionera del síntoma cleptomaníaco en su condición de accidente padecido por el sujeto imposibilitado para ligar, con la Metáfora-Paterna, los tres redondeles del Nudo Borromeo (Real, Simbólico, Imaginario).

La obra de ficción de Bryce sería el juego paródico y humorístico que funcionaría en calidad de suplencia lograda (sínthoma que hace lazo social), para una Forclusión del Nombre-Del-Padre cuyo intento fallido de restitución estaría representado por el “plagio” como síntoma o apropiación fantasmática de insignias y rasgos del Ideal-del-Yo. Aquí operaría una cierta lectura contaminante entre Lacan y Deleuze. Por ahora caminamos en otra dirección, menos ardua.

Sin dejar de tener como telón de fondo la problemática analítica que hemos esbozado, entendemos que en su vertiente lograda del sínthoma, Bryce nos está diciendo que vivimos en el universo de las copias, donde el valor de lo singular es patrimonio de unos pocos, (que no son todos los que están, ni están todos los que son: ¡Ay, Enriquillo Sánchez!, desaparecido lucero de estos Lares), donde la celeridad mediática para transmitir información, conocimientos o banalidad light, hace que aquello creído como “propio” sea machos veces, mechas veces, michas veces, mochas veces, muchas veces, un simple ensamblaje de fragmentos “desoriginados” (Barthes), procedentes de otros territorios textuales.

En el zeitgeist post-moderno la escritura citativa, humorística, intertextual, paragramática, polifónica, palimpséstica, ha modificado radicalmente el estatuto del plagio. Barthes decía el “estatuto de la cita”.

Pedro Henríquez Ureña, nuestro “santo laico”, incapaz de cometer este tipo de “fechorías intelectuales” colindantes con el robo y la usurpación de identidades, decía, sin embargo, que el creador tiene derecho a tomar prestado, a utilizar materiales extraños al suspenso vital de su obra en curso; tiene derecho, según Henríquez Ureña, hasta a saquear las obras de los demás, pero sólo si cumple con una condición imprescindible que autorizaría el hurto: transformar radicalmente el material recibido hasta el punto de imprimirle otro decurso en su ritmo-sentido que implique una redescripción de la propia tradición en la que se inserta. (Ver los escritos filológicos y filosóficos de nuestro Gran Maestro).

En el caso de Bryce Echenique, no hay transformación de los materiales recibidos sino mera transcripción literal de los mismos. En este sentido podríamos argumentar que existe plagio, en el sentido vergonzante que ha adoptado esta palabra a partir de cierto momento histórico en el desenvolvimiento de la literatura occidental. (En la Antiguedad y en la Edad Media, por ejemplo, no existía el concepto de plagio: ni literaria ni jurídicamente hablando).

Pero es preciso resaltar que Bryce no “hurta” regularmente obras de ficción, sino simples artículos periodísticos o académicos que casi siempre son mera reproducción inerte de ideas que forman parte del clima espiritual de nuestra época, de una especie de atmósfera de conciencia colectiva contemporánea.

Con ello, Bryce está sacando de su gris anonimato a ciertos cagatintas (no todos), que en lugar de vanidosamente denunciarlo como plagiario, deberían agradecerle al gran escritor peruano sus esfuerzos por inmortalizarlos.

Por otra lado, y lamentablemente -para muchos “odiadores” del autor que nos ocupa-, la obra creativo-transformativa de Bryce permanece libre de toda sospecha de plagio, por lo menos en el sentido que permitió someterlo a la acción judicial.

A “mi” entender, Bryce es un humorista en la tradición de Swift, Chesterton y el non-sense británico. Un ostentador paródico-satírico, además, de ciertas aristas propias de la histeria genial de Flaubert.

Después de Bryce escudarse -ante las primeras acusaciones de plagio-, en su declaración de que “toda la culpa era de su secretaria, por esta haber confundido ciertos papeles en la oficina”, llega el momento en que se siente “acorralado” por el peso de las evidencias aportadas por los demandantes, y declara al fin: “¡MI SECRETARIA SOY YO!”.

Confesión de su responsabilidad en la comisión de los hechos que se le imputaban (desde el punto de vista jurídico-moral), pero en realidad, chiste genial, boutade
de altos quilates para “ojos que saben traspasar adornos y atavíos”.

Estamos frente a la variante postmoderna del flaubertiano “¡Madame Bovary soy yo!”…declaración provocadora por medio de la cual Flaubert, en pleno falocratismo del siglo XIX, reivindica a la mujer como espacio transgresivo de la des-apropiación.

¡Cuánta gracia y acierto los de Bryce para descalificar los escritos “propios” de los gacetilleros y pseudo-ensayistas actuales que nunca cesan en el pegoteo semántico de sus inepcias, en la roma reproducción de ideologemas y culturemas que, en medios huérfanos de tradición cultural consistente como lo es el nuestro, pasan por ideas originales, “personalísimas” y brillantes… ¡Si por lo menos tuvieran el decoro del “estilo”!…

Aunque en el caso de Bryce, el hurto de baratijas también puede interpretarse como un homenaje a la bisutería de tocador que tanto amamos, y a los viejos “prenderos italianos que tanto padecimos”. ¡Oh, Madame Bovary, ora pro nobis peccatoribus!.

Existen dos tipos de actitudes ante el acto de escritura, decía “yo” hace largos años -y me perdonan, amigos, la inmodestia de citar-“me” a mí mismo (dudo siempre de este mí-mismo): la que consiste en borrar el resplandor del gesto y hurtar a la luz pública una real escritura transformativa, negándose el autor sintomáticamente a publicar lo ya escrito -con el riesgo de que interlocutores “apresurados” le tomen la delantera-, y la de aquellos cleptómanos que publican permanentemente sin haber escrito casi nunca de modo efectivamente textual-transformativo.

Mi(star) sí-mismo, parti(o)cularmente, me incluye en esta última categoría: No considera a mi Yo su maestro, ¡Je!… ¿Moi?. Corresponde a la crítica, dentro de “cincuenta” años, señalar cuáles obras entran en una u otra estrategia discursiva.¡Por ahí se escucha el rumor de sonorosos ríos de tinta!.

En fin, queridos hermanos, podéis iros en paz. Que la gracia del Señor, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre “vuestra escritura”.

El que desee, -¡menos Bryce!-, puede apropiarse de estas simples notas o apuntes. Lo excluyo a él en particular, para “yo” no correr el albur monstruoso de la inmortalidad.

Vean ustedes: ¡Cierro con la variante “alman-sa(h)ariana” de un lugar común, ya patrimonio del desierto humano!: Borges.

Si el estilo es (soy) el hombre, la mujer sería (se haría) Madame Bovary, el goce innombrable y sinuoso de la escritura. ¡Mi secretaria soy yo!

Enredo Brisa Hacenoche
El Nuevo Madrid, Agosto 8 del 2059

Puntuación: 4.72 / Votos: 86

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