Nilo Gutiérrez Vargas, Cuentos de Trujillo. Trujillo, La Libertad, Perú: Reino de Almagro, [1941, 1989] 2024.
Según Ernesto Sábato en “Una opinión sobre el autor”: “En Cuentos de Trujillo hay que reconocer una saludable influencia de los cuentistas rusos, como Antón Chéjov y la técnica magistral de Guy de Maupassant”; y, respecto a la narrativa de nuestra región, acaso sea orientadora la siguiente sumarísima taxonomía:
Novelas de la tierra: La vorágine (1924), Don Segundo Sombra (1926), Doña Bárbara (1929).
El trompo: “Chupitos”, José Diez Canseco (1941)
Cuentos de Trujillo, Nilo Gutiérrez (1944)
Llano en llamas (1953)
Rayuela (1963)
El Boom Latinoamericano (1960-70)
Es decir, no todo constituiría positivismo en los textos de Gutiérrez Vargas (casi un perfecto desconocido, según prólogo de Luis Paliza Sánchez); es decir, no todo se explica en estos relatos por la conjunción, al modo de Taine, de raza, ambiente y momento histórico; sino, además, existe un plus poético –a través de una meditada y meditante descripción– que emparenta Los cuentos de Trujillo no precisamente con lo Real Maravilloso, aunque sí con un Juan Rulfo o incluso un Juan Carlos Onetti.
La preocupación fundamental de nuestro autor no es la estampa ni el cuadro más o menos truculento de la migración aposentada en el barrio de “Chicago”; pero sí el destino de este pueblo, de aquí el lema de nuestra breve reseña: “candela errante en la oscuridad”. Uno en simetría multinaturalista con el Sol y, en general, con toda la naturaleza. Uno en búsqueda de justicia. Pregunta por el destino –de Trujillo, del Perú, de nuestra región, del mundo entero– que para nada intenta trascender, sino ante todo incluir, lecturas y respuestas sociológicas, históricas o literarias. No por nada, la frase liminar de esta colección de cuentos va como sigue:
“El rojizo disco solar sobre la risueña campiña de Moche”
Contemporáneamente, algo análogo ya se preguntaron sobre Trujillo o Chan Chan, en nuestra porción de esfera terráquea y genealogía local, en primer término César Vallejo desde un lugar tan opaco como la penitencería de Trujillo, donde el Sol era su más íntima compañía: “Cuneiformes” (Escalas). Luego, José Eulogio Garrido (Visiones de Chan Chan), cuyas estampas, más bien feéricas o hechizadas, están atentas a la batuta de Rubén Darío y, simultáneamente, a aquel semi enterrado –aunque amplísimo como una ciudad– oráculo de barro. Hasta estos Cuentos de Trujillo, ¿tan sólo unos textos neorrealistas? P.G.