VALLEJÓLOGOS VIII

Chuponeo a los biógrafos de César Vallejo

La muy reciente publicación de los Manuscritos poéticos de César Vallejo, por parte de Enrique Ballón Aguirre, ha traído consigo, aparte del tan significativo acceso a aquellos papeles –junto a un minucioso estudio de más de seiscientas páginas, firmado por aquel lingüista peruano–, el destape de un auténtico submundo en lo que atañe a los vallejólogos o biógrafos de nuestro “Cholo” universal. Libelo, mejor convendría denominarlo, el que  Ballón ventila en su “Preámbulo” (páginas 5-26) y torna al desconcertado lector en un escéptico radical   –todos los vallejólogos terminan por ser gente de muy baja estofa–; incluido el propio autor del libelo.  Estudioso que acaba de hacer público, aunque por la misma fecha ya lo supieran Pablo Macera y Fernando de Szyszlo (p. 25), que en 1978 recibió de parte de Georgette Phillipart, en calidad de donación, los manuscritos del poeta.  Aunque, más que donación, mejor cabría hablar de canje, dados los buenos oficios de Ballón en tanto estudioso de Vallejo, abogado y facilitador editorial de la mayor consideración y complacencia por parte de la autora de Masque de Chaux (Máscara de cal).  Es más, desde aquel “Preámbulo”, pareciera que su autor se aproximó y brindó apoyo a la viuda de Vallejo en tanto y en cuanto ya conocía –por intermedio de E. González Bermejo desde 1976 (p. 23)– de la existencia de aquellos manuscritos.  Obvio, Ballón intenta en primer lugar  –no con cierta inmodestia o sostenido auto exhibicionismo intelectual de su parte– limpiarse de la acusación de apropiación ilícita de  un trabajo ajeno y que hasta hoy lo toca, aquel de la reunión de las crónicas vallejianas por obra de Jorge Puccinelli.  El asunto es que, con sus luces y sombras, Ballón  logra que Puccinelli (fallecido el 2012) caiga bajo sospecha de hurto impune.  Para el efecto, convoca y se apoya en la autoridad de Luis Alberto Sánchez y, constituye una constante, en la complicidad de Georgette de Vallejo.  ¿Ladrón que roba ladrón?  Según aquel “Preámbulo”, fue otra vez la viuda la que proporcionó a Ballón –y por lo tanto no tenía necesidad de hurtárselas a nadie– las crónicas que publicara nuestro “autor sin derechos de autor” en el Diario El Norte (1923-1926) y que constituyen el eje del problema.  Librados aquí de culpa no queda casi nadie, con excepción de Georgette y el propio Ballón por supuesto.  Evidentemente, Juan Larrea, André Coyné, Gonzalo More, conocidos enemigos de la viuda, son pasto del fuego.  Pero algo semejante ocurre, por enemistad con una o con otro, con José Miguel Oviedo, Antonio Cornejo Polar y alguno más.  Algo semejante, con el prurito de no haber contextualizado sus minuciosos hallazgos, ocurre con la crítica de Ballón a los trabajos de  Giovanni Meo Zilo y Roberto Paoli.  Crítica, esta última, para nada gratuita ya que el perfil de ambos estudiosos italianos es relativamente semejante al del propio Ballón.  Es decir, un tanto, aunque no del todo, al margen del libelo, la “clamorosa falta de interpretación del sentido contextualizado de cada composición” (p. 22) es únicamente la de ambos peruanistas y de ninguna manera la de Enrique Ballón.  Hecho, este último, que por nuestra parte hemos debatido hace muy poco al reseñar un artículo de nuestro compatriota y ahora más famoso todavía gracias a los manuscritos vallejianos, “Diglosia poética: Vallejo/Verlaine“.

Por último, lo que deseamos puntualizar es que frente a tanta manipulación de los datos de la vida del nacido en Santiago de Chuco.  Es decir, frente a los gruesos intereses de variada índole por parte de los vallejólogos y, además, no menos miopía crítica que  media  en la  elaboración de su biografía fáctica.  Por ejemplo, presente también aquí, aquel auténtico fetiche de la “evolución política” de Vallejo en sus poemas póstumos, como si en Los heraldos negros o en Trilce no existiera desde ya  una plenitud “política” aunque, acaso, con ingredientes culturales  distintos.  Por lo tanto, deberíamos más bien, y haciendo el camino inverso, ir de sus poemas  a sus crónicas e incluso a su biografía.  En otras palabras, deberíamos elaborar, y creemos se hace urgente y necesario, una suerte de biografía “interna” y multinaturalista. En eso estamos y a eso los convocamos.

VALLEJÓLOGOS VII

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