Archivo por meses: junio 2022

[Creo en la poesía dominicana culta ]

Creo en la poesía  dominicana culta

Aunque muchísimo más creo en la inculta

Del s.XX, si no por un pelito, será casi atemporal

La poesía de Carlos Rodríguez

Ya que ha sabido decantar su voz

La cual ha mutado en entretenerse

Sobre las piedras o la arena

De cualquier playa de su Santo Domingo

Sencilla humilde íntima

Radicalmente antitética a Trujillo

Dictador del que aún no nos sacudimos

Del que no puede prescindir la literatura

Ni la poesía culta dominicana

Muy aparte de géneros o de sexos

Todos muy enfáticos de cuanto ignoramos

Ahora, el piano de Enriquillo Sánchez resulta muy entretenido

Cualquiera que desee conocer el habla de la calle

Puesta en papel

Tendría que echar mano de Enriquillo

Alexis se dejó engatusar por Neruda, y jamás salió de allí

Salvo cuando la muerte ya asomaba a su puerta (siempre abierta)

Las mujeres que me perdonen, pero aún sigo esperándolas

Aunque, por si todavía no se han dado cuenta,

La inteligencia de Armandito Almánzar Botello prevalece

Prevalecerá entre los muchachos

Muchachas seres andróginos máquinas

Corro apretado dentro de una nave espacial

Denominada Antillas

Entre los más nuevos, mientras plagien con tanto fervor

Como la crítica literaria del medio o de la media isla

Todo les irá sobre ruedas

Aunque sólo para ustedes entre ustedes para nadie más

Y acaso esto sea suficiente

 

(Adenda de Breve teatro para leer: Poesía dominicana reciente)

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SOL

Sol detrás de mi persiana

Potente y luminoso

Solo

El de este piano

Arrimante

Como diría Vallejo

En Trilce cuarenta y cuatro

Piano oscuro

Qué otras palabras

Para este Sol

Desnudo

Calato, en el Perú

Arrimante

Él mismo

Arrimado a mi ventana

 

© Pedro Granados, 2022

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Trilce: “el sujeto del acto”

Resumen

Tomamos un poema en prosa de nuestro autor, “No vive ya nadie”, y lo cotejamos con Trilce.  Lo que encontramos es que aquel “sujeto del acto” –frase-broche de dicho poema en prosa– resulta transversal a toda la poesía de César Vallejo y, en específico, dialoga de modo muy revelador con el poemario de 1922.  En el sentido de encarar sobre la naturaleza o el tipo de “acto” que en ambos textos se ventilaría; tanto como, asimismo, sobre el quién del “sujeto” allí presente.  Todo esto puesto en debate con el canon crítico; muy en particular, con el “modo brasileño” –Oswald de Andrade, Haroldo de Campos y Amálio Pinheiro– de leer al peruano.  En síntesis, hallamos que al poemario Trilce lo constituye una escena (“acto”) virtual y un sujeto tanto virtual como colectivo (articulado en archipiélago); “acto” y “sujeto”, de modo semejante a un mito, previos a toda experiencia.  Escenas u hologramas en vías de constituir un aporte ontológico y de mediación conceptual amerindia con el resto del mundo.

Palabras clave: Poema en prosa de Vallejo; Trilce y Brasil; sujeto poético en Trilce.

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Clodomiro Moquete in memoriam

“De tanto quejarnos del aislamiento de la literatura dominicana en el Universo no se sabe quién envió a Pedro Granados, el poeta peruano, a Santo Domingo, por allá por los años 90 del siglo pasado. Granados se encandiló con la poesía y con la gente dominicana y se jodió para siempre, que está preso por la guardiemón” Clodomiro Moquete (Revista Vetas)

Y el amigo dominicano tuvo, tiene y tendrá  toda la razón.  Falleció ya hace días, aunque yo recién me entero.  Alguna vez acordamos reunirnos para platicar sobre una colaboración mía a Vetas, su revista cultural ya legendaria. Sin embargo, a menudo nos topábamos por las calles de la Zona Colonial de Santo Domingo; a las cuales, como pocos, él mismo les daba vida; es más, de algún modo recóndito, Clodomiro Moquete constituía su mismísimo holograma.  Perfil bajo, pero constante en su labor; más observador que conversador; derrotado, pero jamás vencido.  Vaya mi saludo y me perdone la tardanza; aunque estoy seguro que, como sucedía con su tenaz profesión de periodista, igual se ha de enterar.  P.G.

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Carlos Rodríguez: “leer poesía era leer a Vallejo”

Santo Domingo, 1951- New York, 2001

Nos ha sido particularmente grato conocer más de la poesía de Carlos Rodríguez (1951-2001), que no sean sólo los poemas antologados en Juego de imágenes, libro ya mencionado, y en Los nuevos caníbales v.2. Antología de la más reciente poesía del caribe hispano (Santo Domingo: Isla negra, 2003). Poemas que, a su turno, llamaron ya poderosamente nuestra atención y que pertenecerían a su único poemario hasta esa fecha publicado”, nos referimos a El ojo y otras clasificaciones de la magia (1995), ya que a sus restantes poemarios inéditos tenemos acceso sólo con la presente publicación de El West End Bar y otros poemas y Volutas de invierno (Santo Domingo: Ediciones Ferilibro, 2005), quedando pendiente todavía la edición póstuma de “Puerto gaseoso” que reúne poemas escritos entre 1991 y 1992. Notable acontecimiento literario, entonces, que comienza a hacerle justicia a uno de los poetas dominicanos más interesantes de las últimas generaciones. Por lo tanto, el presente volumen junta dos poemarios distintos en uno; El West End Bar y otros poemas que reúne textos compuestos entre 1980 y 1990, y Volutas de invierno donde, por su parte, accedemos a poemas escritos entre 1995 y 1996; aunque, asimismo, también a través de la solapa del libro nos enteramos que al momento de morir trabajaba simultáneamente en “El libro de la muerte” y “El lago de la erótica.

En nuestro artículo anterior nos referíamos a él con estos términos:

“dada la modernidad de su personal registro, entronca con lo que tratan de hacer los más jóvenes. Del Siglo de Oro español hasta Jaime Gil de Biedma, pasando por Antonio Machado y Luis Cernuda, su poesía exhibe con acierto algo de aquel festín de la palabra sumado a una incisiva y, muy contemporánea, ironía: “Sólo un ronquido escucho además de otro murmullo/ que es constante./ Los cuervos hablan hoy en la mañana y mi ventana es un nidal./ El libro de estas cuerdas es una gran fiesta/ que acaba a ratos./ Amanece y está el residuo limpio de la noche./ Una muchacha duerme en la otra sala,/ un amante en el sofá y mi mujer, que es la del ronquido” (“Amanece”) (Granados 2001)

Poeta que declaraba que “leer poesía era leer a Vallejo” (Sánchez 149), en esta oportunidad corroboraríamos esta presencia también en su propia obra; aunque, matizando, que Vallejo está presente, pero a través de la poesía de otro peruano, Luis Hernández Camarero. Filiación ya establecida, creemos que con fortuna, por León Félix Batista en el “Peludio” (17) y quien, asimismo, también acierta a recordarnos que: “Aunque nació en 1951 y escribió toda su obra entre 1980 y 2000, no es posible ubicarlo entre los grupos correspondientes a su edad fisiológica -Poeta de postguerra- o su edad literaria -Generación de los 80- ni tiene prosélitos ni antecedentes visibles en la historia literaria dominicana. Estos libros lo convierten en la voz por excelencia de la diáspora” (17). Lo que no corrobaramos, para nada, es la insistencia de Batista en pretender vincular a Rodríguez y a Hernández con el neobarroco, al menos que con la atingencia de “pero siempre en el asilo de la legibilidad” (16) ampliemos el concepto hasta hacerlo inmanejable.

El West End Bar está constituido por sesenta textos relativamente breves, algunos incluso epigramáticos, divididos a su vez en dos partes; la I contiene los primeros 16 poemas, la II todos los demás. Voz de terciopelo en los poemas y una auto-conciencia de su condición de artista, son la traza de la prosodia y de la fábula de Carlos Rodríguez; el sujeto poético nos permite ser testigos de su interacción con todo lo que le rodea; gestos que -por vía de transparentes sensibilidad e inteligencia- no carecen de alegría de vivir y de sutil humor:

“Tres años guardados (no perdidos).

Lo sabíamos y sacamos de este cofre de amores y reliquias

un paseo nocturno, newyorkino.

Divisamos las luces colgantes frente al río

(y el río mismo) quieto, meditabundo

como el sueño que arrastramos, saboreando la mañana

de la noche, ese gusto fresco que nos convida

salpicándonos de besos, roces, brazos apretados” (“39”)

El poeta que sospecha que siempre alguien lo ama. Actitud henchida y hasta escandalosa, si nos rigiéramos por la racionalidad política típica de los poetas del 60 y 70; pero no postura mojigata o taimadamente conservadora de, por ejemplo, algunos representantes de la generación de los 80 en la República Dominicana. Probablemente, por lucidez, nuestro poeta persiguió tenazmente el absurdo; pero, tal como César Vallejo en Trilce, mientras otros se toparon con la nada, Carlos Rodríguez encontró el sentido. El último poema del volumen, perteneciente esta vez a Volutas de invierno, no hace sino reafirmarnos en lo que creemos es su legado. Mezcla insólita de candor y aguda inteligencia, tal como en la poesía de Luis Hernández; mas, sobre todo, compasión infinita al hecho inmediato y cotidiano de existir: “Al alejarse definitivamente el cuerpo y con él/ este tecleante, quedarán mis árboles de enfrente,/ mi Riverside, la intimidad que siente y reflexiona” (“Después”).

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Trilce desde Santo Domingo

 

4pm. hora peruana

Ibeth Guzmán (Cruce de Guayacanes, 1983). Narradora, ensayista, docente e investigadora universitaria. Completó un Doctorado en Estudios del Español, Lingüística y Literatura en la PUCMM. Tiene una Maestría en la Enseñanza del Español en la Universidad de Alcalá de Henares. Ha publicado los libros de microrrelatos: Tierra de cocodrilos (Isla Negra, 2012), Yerba mala (Hojarasca, 2015)  y “Tiempo de pecar” (Isla Negra, 2017. Coautora de la antología Voces del valle (Ediciones Ferilibro, 2005) y autora de la antología de mujeres microrrelatistas: Mujer en pocas palabras (Letra Negra/Ferilibro, 2013).

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