Alexis Gómez Rosa, desde “el corazón de la auyama”

Reencuentro de unos viejos poemas a los que “he lavado la cara”, según nuestro autor (República Dominicana, 1950).  Escritos desde el diámetro y hondura del volcán de los  años.  La emoción no gana al fabbro, aunque aquella sobrepuje como una ventolera; ráfaga muy próxima a una esquina o, mejor dicho, al que a la larga ha constituido su ángulo en el ring: Duarte con Paris.  Que es como decir el cruce entre las antillas mayores y menores; la raya que divide lo conocido, de lo otro; el punto brillante, aunque desdibujado, porque allí se concentra todo lo vivido.

Duarte con Paris como en mi casa  

En el concho, en el carro de concho

como sardinas en lata,

comparto un aire fétido sube de la cloaca

al cielo de la boca.

En línea, frecuencia de WhatsApp

en tiempo real:

intercambiando luces se apagan

de un mensaje a su opuesto,

queda una metáfora

polvorienta; cambio cangrejos  por espejitos.

En el otro, los otros,

estoy superponiendo

las imposturas que al desnudarme me anulan,

porque me inculpan.

Al oeste, larga la carretera

crece a cuchillo y es mi corazón la auyama

detestable ya para sancocho.

Así en oriente como en la muerte,

estoy oficiando la misa de tus víctimas,

que se arrastran

como serpientes se arrastraron.

(Una voz recóndita se oye en esta puerta).

A quien nadie esperaba

Abro la puerta

y entra en mí la vida del que pasa,

con su fanfarria y talega de muerte

y su retahíla de resecos dolores

que olvidos almacenan.

Tú me dirías: pues déjala pasar

y todo tranquilo;

pero eso no es tan fácil porque ahora

ese sujeto me invade con su dolor

de muela y su hepatitis,

su mujer que dejó en la esquina

arreando las bestias y los tablones

con los que ha levantar cobijo a su indigencia

y a su problemática prole,

que todo lo persigue y engulle

con excesivo  desvelo y entusiasmo.

Entonces qué me queda más allá

de domeñar el diluvio

que aguarda en mi cabeza

almacenando un montón de cicatrices?

Bueno, ahora diría:

ahorrarle a la muerte

su trabajo abriendo otra puerta

por donde pase

la vida enamorada de su creación.

Allí me sentaré en ese agujero

que da al patio de algarrobos,

a mirar el corazón

de los vencidos.

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