Si algunos poetas son luz de un día, capaces de acaparar los elogios de la crítica especializada de su momento y luego morir, otros, en cambio, logran que su luz se prolongue de manera indefinida. El pabilo y la cera que constituye a esta veladora perenne es una profundidad de pensamiento, que asoma al lindero de lo profético y la filosofía, y una complejidad de formas acorde con esa ambición del hombre por extender su abstracción siempre hacia el universo incógnito.
Evidente resulta el ejemplo de tal escenario con el peruano César Vallejo (1892-1938), protagonista de un drama que es la representación de la vida misma, de la naturaleza con sus misterios y avatares. El libro que mueve estas reflexiones sobre el autor de textos periodísticos, relatos, obras de teatro y, de manera sublime, poesía, es Poéticas y utopías en la poesía de César Vallejo, del también peruano, crítico, narrador y poeta Pedro Granados (Lima, Perú, 1955).
La cuestión es que el tutor de la obra citada no tira la barca en mar desconocido (la dimensión poética de César Vallejo). Antes bien, diserta con los salteadores intelectuales de un camino profusamente allanado. De ningún modo esto va en detrimento del presente trabajo; en principio, y de manera sucinta, podemos subrayar que Pedro Granados ofrece una visión del poeta Vallejo desde la óptica de la poesía misma. Cierto es que el crítico aplica la rigurosidad del método académico para diseccionar los poemas, los versos, las palabras, los símbolos y paradigmas contenidos en la Pandora de Vallejo. Pero no se limita únicamente a la cirugía de rutina: tras cada intervención, el médico experto deja sobre la mesa de quirófano la piel, la carne, la sangre, el corazón de una poesía consabidamente compleja y, como colación, al poeta en su esencia humana, más que humana.
Para lograrlo, Granados asume de manera ecléctica y crítica “…todos los enfoques que han ido fijando y modificando el sentido de esta poesía”. A través del método hermenéutico nos expone la yuxtaposición que Vallejo logra entre poesía y utopía en sus diferentes etapas creadoras, mismas que dan orden y sentido a este estudio, a saber: 1. La poética de la inclusión: Heraldos negros y heraldos blancos en Los heraldos negros; 2. La poética de la circularidad: El mar y los números en Trilce; y, por último, 3. La poética del nuevo origen: La piedra fecundable de los poemas de París —poemas póstumos I— y La piedra fecundada de España, aparta de mí este cáliz —poemas póstumos II—.
Pedro Granados comienza el análisis de la obra publicada en 1918, Los heraldos negros, a partir de los formidables versos que anuncian a un poeta con fuerza y contundencia irreprochable: “Hay golpes en la vida, tan fuertes… /. Yo no sé / Golpes como el odio de Dios…”
De manera progresiva nos son develados los conceptos predominantes y congruentes dentro del texto. También, análisis fundamental de Los heraldos negros, por su extensión simbólica en poemas posteriores, es su ocupación por la numerología: cero, uno y dos. Para Pedro Granados su ejercicio justifica la cábala de la inclusión y advierte que las unidades que habitan Los heraldos negros nunca aparecen solas, independientes, inconexas; al contrario, la unidad implica lo binario, lo uno en el otro. A su vez, se concluye en el planteamiento de dos poemarios de acuerdo con esta lógica de mensajes.
En cuanto a la poética de la circularidad depositada en Trilce, Pedro Granados apunta que “César Vallejo no sólo se vale del lenguaje como un alfabeto, un conjunto discreto de caracteres simbólicos, sino también como una serie de iconos, puestos ambos en movimiento y en mutua interacción”.
El número, como el cero, y que guarda relación con la circularidad emblemática de la vagina, confiará su referéndum en elementos como la mar, evocación siempre femenina de la fertilidad. Pero el agua, esencia de la mar, excede los litorales del mare nostrum y se trasmuta en lluvia; el Génesis bíblico sustenta al imaginario vallejiano en cuanto al líquido en el que se embalsa la creación. De igual modo, en correspondencia con el movimiento caprichoso de la mar o con la gestación intempestiva de la lluvia, “Trilce almacena y distribuye su información, creando un espectáculo cambiante como la vida misma; escenas, asimismo, donde no está ausente a veces la ironía o el humor”.
Hacia la tercera parte del libro, fragmentada en los poemas póstumos de París y España, Pedro Granados hace hincapié en la polaridad que subyace en la numerología de Vallejo: por una parte, el hermetismo del símbolo, “en este sentido no sería descabellado denominar a César Vallejo ‘místico del azogue’, en cuanto poseedor de un conocimiento profundo de aquel inestable Dios; lo que justificaría, asimismo, tomar en cuenta la probable condición de iniciado ocultista en nuestro poeta”.
A la vez, los números nos indican una posición en el universo que no necesariamente tiene que ver con la lógica del positivismo occidental: “Es muy probable que César Vallejo, como el Inca Garcilaso de la Vega , ‘fuera consciente de las dificultades existentes para presentar a un público de habla española (leamos europea) la conceptualización dualista en los Andes, y que era visible tanto en la forma de concebir el espacio —hanan/hurin—como la constitución dual de la autoridad: siempre había dos curacas simultáneos en cada grupo étnico, también en el Cusco’.”
Con la licencia de la dualidad tiene lugar la dicotomía de conceptos: en Los heraldos negros, negros / blancos, Trilce, sol / mar, mientras que en los Poemas póstumos de París, yo poético / piedra.
De acuerdo con el discurso que nos plantea Pedro Granados, independientemente de tales perspectivas, destaca el hecho de que César Vallejo se nutriera del abrevadero científico imperativo de su época: Marx, Darwin y Freud, para sustentar sus pensamientos, su perspectiva de la realidad, sus obsesiones simbólicas. A todas luces tenemos un poeta que trabaja los versos a cincel y nutre su obra con los riesgos que conlleva todo conocimiento trasgresor. La congruencia entre pensamiento y espíritu trasciende en su poética: “Al final del poema XV (de España, aparta de mí este cáliz), todas aquellas dicotomías que habían constituido los poemarios anteriores: Los heraldos negros, Trilce y los textos que trabajamos de los poemas póstumos I, convergen y mutuamente se funden y productivamente se resuelven.”
Planteado de esta manera, parecería ser que el análisis realizado por Pedro Granados apunta a destacar el imperativo de una lógica simbólica dentro de la poesía de César Vallejo. Por fortuna, además de satisfacer este horizonte, destaca el crítico: “Lo que brinda el impulso a esta poesía de Vallejo no es ninguna previa teoría o antelada fe, sino sobre todo la experiencia real y concreta de su pobreza; él no vive como piensa, piensa o escribe como vive.” Vale la cita a un solo verso de Vallejo para constatar tal afirmación: “Su cadáver estaba lleno de mundo.”
En las conclusiones finales de Poéticas y utopías en la poesía de César Vallejo, el autor señala que “leer a Vallejo puede ser una auténtica cantera de hallazgos para el lector aficionado y, especialmente para otros poetas”. Cierto, la poesía del autor de Los heraldos negros siempre mueve a la sorpresa y la reflexión; también lo es cuando se nos revela una poética exhaustiva a través de la sensibilidad de otro poeta, el caso de Pedro Granados, cómplice con un Dios tutelar de la utopía —Vallejo— cuyo credo predica con la honestidad e introspección del espíritu.
Autor de varios libros de poesía y relatos de ficción, colaborador en diversas revistas y actualmente en vísperas de su novela prima, por la catadura del análisis que vierte en este estudio Pedro Granados nos invita a la lectura y relectura de César Vallejo, y me parece que, inconscientemente, a conocer el pensamiento del Perú de nuestros días a través de su propia obra literaria.
Ciudad de México, diciembre 2004.
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