Si nos atenemos a las antologías recientes de poesía uruguaya –Ejemplos: Antología plural de la poesía uruguaya del siglo xx, estudio preliminar, selección y notas de Washington Benavides, Rafael Courtoisie, Sylvia Lago, 1996; Poesía uruguaya, siglo 20: antología, Walter Rela, compilador, 1994)– la obra de Alfredo Fressia (nacido en Montevideo, 1948, y residente en San Pablo desde 1976), creemos está injustamente ninguneada en su propio país. Hasta ahora su poesía pareciera explicarse, sobre todo, por la anécdota de haber sido, según Luis Bravo, junto con Evohé (1971), de Cristina Peri Rossi, pionera en exponer, en el contexto uruguayo, la cuestión del “género” desde una perspectiva homoerótica, asi como en reunir textos de escritores uruguayos con este mismo tenor: “Amores impares” (Montevideo, Aymará, 1998) (“Alfredo Fressia: 30 años de poesía”). En este sentido, pues, se le concede a su poesía –junto a la de su connacional Roberto Echavarren– el mote de “marginal” (Roberto Appratto, “El lenguaje de la poesía uruguaya 1980-1997”). Sin embargo, una vez que leemos Eclipse. Cierta poesía 1973-2003 (Alforja, México, 2006), nos percatamos de la riqueza y variedad de sus motivos y temas, además de sus afinidades y distancias con la obra de algunos poetas peruanos, objeto de análisis en esta breve nota.Trashumante, transgenérico y translingüístico, como el poeta peruano Jorge Eduardo Eielson, comparte también con éste el hecho de que, según dice con acierto René Fuentes Gómez en su artículo “Los imperios provisorios”: “Alfredo Fressia ha escrito y se ha escrito. No haciendo de la escritura un desahogo anecdótico, sino codificando en cada tramo de su obra la anagnórisis progresiva de su propia existencia.” Aunque, algo tan o más fundamental que une asimismo la poética de ambos autores, sobre todo con la producción más reciente de Eielson (Sin título, 2000, y otros poemas no publicados en libro), sería la “remembranza de una armonía espiritual que habría tenido lugar in illo tempore” (Bravo). Es sabido que la poesía del polifacético artista peruano atraviesa varias etapas que irían, a grosso modo, desde la conciencia de la escisión o fragmentación de la experiencia personal (“Noche oscura del cuerpo: Cuento los dedos de mis manos y mis pies/ Como si fueran uvas o cerezas y los sumo/ A mis pesares”, leemos en “Cuerpo mutilado” o “Siempre rodeado de espuma/ Siempre luchando/ con mis intestinos mi tristeza. Mi pantalón y mi camisa”, hacemos lo propio con “Cuerpo en exilio”; y, sobre todo, “Habitación en Roma”) hasta una paulatina –aunque no del todo homogénea– apertura individual, comunitaria y sideral, con el presente y con el pasado, donde: “el amor es una auténtica relación: dual y cósmica al mismo tiempo. El cuerpo es el de la persona amada y también el del universo”. (Susana Reisz, “Eielson visionario”). Ahora, sin que en este punto la poesía de Fressia sea igualmente gozosa u optimista también percibimos análogo tono de auto descubrimiento: “Puedo enredarme las venas este día hasta invertir el curso de la sangre. Puedo oír la callada sinfonía en mi cuerpo entonando el regreso hasta su ausencia. Puedo morir un domingo por la tarde siete días detrás de mi esqueleto.” (“Domingo por la tarde”). Sin embargo, si bien es cierto que en el proceso de la obra del poeta uruguayo encontramos, asimismo, desahogo de la escritura –clarísima en la producción última de Eielson justamente por el afán de comunicar o hacer más transparente su gozo– sumado a una disposición más abierta a la ironía –nos referimos al trayecto que va de Un esqueleto azul y otra agonía (1973) a Frontera móvil (1997)–, es evidente que en la poesía de Fressia persiste más bien el escindido, tal como él mismo declara en la viñeta que antecede los textos de Eclipse: “No creo que con la globalización hayan cesado de existir los centros hegemónicos y las periferias (como lo afirman algunos optimistas, García Canclini entre ellos). Soy un poeta en lengua española de un país periférico de América del Sur y vivo por opción en otro país periférico de América del Sur, de una lengua diferente, la portuguesa. Por así decirlo, me exilié en otro exilio. Construí una obra cuya estética, si tuviera que darle un nombre, se podría denominar estética de la exclusión.” Dando por sentado, por parte del atento lector, el apabullante homenaje que ambos poetas rinden al cuerpo vivo de su maestro, César Vallejo, es evidente que es el énfasis en el “escarnio y deshora”, o el desasosiego, lo que los divide; al menos, el que distingue esta inicial reflexión sobre la obra del poeta uruguayo de la recepción, pareciera tendenciosamente uniforme, que en estos momentos se está brindando a la obra del multifacético artista peruano. Esta consiste, básicamente, en que se soslaya –con cierta complicidad ideológica en la crítica (ver Nu/do. Homenaje a j. e. eielson, Lima, pucp, 2002)– que lo mejor de la producción del gran poeta peruano sigue siendo Noche oscura del cuerpo (1955), lugar de llegada prosódica y temática que en la obra posterior –con muy pocas novedades– se calca estilísticamente y en los motivos fatalmente se dulcifica. La poesía de Jorge Eduardo Eielson cada vez más se parece a la de su compatriota y contemporáneo, Javier Sologuren; pero en el precio de estas compatibilidades pesan el orden y el concierto, lo demoradamente destilado a lo eximiamente licuado y, claro, en la comparación salen mucho mejor librados los beatos versos del autor de Vida continua. La poesía de Alfredo Fressia, pues, nos hace recordar al mejor Eielson y al más vital Vallejo, el de Trilce. Quizá en su caso haya estado a su favor el hecho de vivir siempre en la periferia y permanecer, tal como él mismo declara, muy consciente de ello. Un autor que en el preámbulo de su libro asimismo nos participa: “Dicen los antropólogos que frente al eclipse casi todas las comunidades humanas reaccionaron por el grito: le gritaban, aullaban. Sé que, esperándolo, también se pueden escribir poemas.”