Sus labios persas
se abrían en iraní
hacia el deseo.
Había que interpretar
una canción
de más de tres mil años.
Seducirla con un amuleto
más antiguo que el de los andes,
mi tierra.
Agarrarla, desnudarla, cubrirla.
Mirarla fijamente sólo
algo después. Y entonces,
sufrir por contemplar
tanta belleza.
De EL CORAZON Y LA ESCRITURA (1996)