18/09/23: Jornadas Bolaño – 18 y 19 de octubre (ILH-UBA/ MALBA)
El Instituto de Literatura Hispanoamericana (ILH-UBA) y el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA)
18 de octubre (virtual)
10 a 10.30 – Apertura
10.30 a 13 – Mesa 1
Olivier, Florence – Rescatar, reanimar, redistribuir: algunos gestos memoriosos y críticos en la obra de ficción de Roberto Bolaño
Kutasy, Merci – Traducir Bolaño. La recepción de la obra de Roberto Bolaño en Hungría
Flores, Darío – Profanaciones. Roberto Bolaño y el canon literario
Pomareda Céspedes, Fernando – Recentrando el canon: Una lectura de La literatura nazi en América y “El gaucho insufrible” de Roberto Bolaño a la luz de la figura de Jorge Luis Borges
Ramírez, Susana Florinda – Roberto Bolaño en su narrativa: un diálogo controversial con la tradición literaria hispanoamericana
14 a 16 – Mesa 2
Granados, Pedro – Edgar Artaud Jarry: Fundador del Infrarrealismo
Bolaño, en México, no sólo utilizó a su muy joven compatriota, Bruno Montané Krebs, ávido y curioso lector, a modo de ósmosis o mayéutica poético-intelectual permanente; sino que también empleó y manipuló, esta vez como pantalla, a José Rosas Ribeyro —poeta peruano absolutamente menor de Hora Zero— para intentar canibalizar este último Movimiento: ponerlo a la par del mexicano o incluso hacer preeminente al Infrarrealismo a nivel continental (cosa que, a fin de cuentas, logró con la publicación de Los detectives salvajes). José Vicente Anaya —junto con Bolaño y Papasquiaro otro de los fundadores del Infrarrealismo o, al menos, de alguno de ellos; y el que moteja de modo errado a Edgar Artaud Jarry como «infra-mariosantiaguista»— ante tan fulminante expansionismo del chileno (paralelo, consistente y mayormente incuestionado ante la crítica como los de Raúl Zurita o Pedro Lemebel, sus paisanos) queda atónito y no tuvo más remedio que quedarse, mayormente, de ensayista y traductor (poetas beats, haiku japonés, Marge Piercy, Allen Ginsberg y un largo etcétera). Es decir, Anaya en aquel exacto momento, careció del oportunismo y malicia de Bolaño —aunque luego éste, en la novela, encontrara el mejor formato para su escritura— y de la persuasiva zozobra que lograban comunicar los versos de Mario Santiago Papasquiaro. En definitiva, postulamos al poeta y científico mexicano, Edgar Artaud Jarry, como un más plausible –y no menos opaco– fundador del Infrarrealismo; sin los pliegues ni las frustraciones de Bolaño o Anaya.
Loy, Benjamin – Del infrarrealismo a lo ‘infra-ordinario’: estéticas y políticas de lo cotidiano en Bolaño
García Gutiérrez, Rosa – Cesárea Tinajero y ‘La Emergida’: la leyenda de Concha Urquiza en Roberto Bolaño y Cristina Rivera Garza
Núñez, José – Una aproximación a la figura de Poeta maldito en la narrativa de Roberto Bolaño a partir de Los Detectives Salvajes
16 a 18 – Mesa 3
Espinosa, Patricia – Trànsitos de la mujer en Los detectives salvajes y 2666 de Roberto Bolaño
Tomic, Marta – La aporía de la búsqueda del centro en los espacios fronterizos de Santa Teresa de Roberto Bolaño y Comala de Juan Rulfo
Tocco, Fabricio – Bolaño contra el invidualismo y el Estado
Fernández, Eugenia – Literatura del absurdo, música bebop y películas de carretera en novelas de Roberto Bolaño
18 a 20 – Mesa 4
Candia-Cáceres, Alexis – Rojas, Bolaño y Zambra: chilenos perdidos en el ocaso
López Martínez, Rodrigo – La vanguardia después de Bolaño: El círculo de los escritores asesinos (Trelles
Paz, 2006) y Poeta chileno (Zambra, 2020)
Rodríguez Reyes, Roberto – Contra Bolaño: formas alternativas de lidiar con el monstruo
Lèal, Alfredo – Después de Herralde. Transformaciones económico-materiales en la obra de Roberto Bolaño
20 a 21 – Plenaria
Álvaro Bisama
16/09/23: Marcha por la democracia
13/09/23: [El círculo se estrecha]
El círculo se estrecha
Todo se facilita
La liebre de los días
Su aire casi mentolado
De tan vertiginoso
Aunque también el zorro diligente
Se va congregando todo
Y tú a ello te ajustas
Sin siquiera pensártelo
Sólo por el acuerdo y la soberanía
De los hechos de lo hecho
Sobre lo planeado o pensado
La vida es un parpadeo sobre lo mismo
Y aquel troglodita supongo murió
De modo semejante a como yo mismo moriré
Hoy o de aquí a poco
El cuerpo como pesado
Y sin poder arrancarse del lecho
Y ganar la salida más próxima
Y continuar con esta pequeña historia
Que a cada cual y a cada uno
Ineludible corresponde
11/09/23: Algo más de poesía peruana: A propósito de Carlos Llaza
Acierta Julio Ortega, en sus oscilaciones críticas[1], sobre la poesía peruana que viene desde los años sesenta hasta, añadiríamos nosotros, incluso nuestros días:
Me doy cuenta ahora de que cada tanto yo cambiaba de opinión, y me llenaba de remordimientos: después de preferir la poesía de Rodolfo [Hinostroza], me resultó algo sobrescrita; después de preferir la de Antonio Cisneros, me pareció algo astuta; y después de preferir la de Lucho Hernández, me sorprendió la candidez de su ingenio (La comedia literaria)
No existe sobrescritura ni astucia en ningún poema de Martín Adán. Tampoco en Vallejo; aunque, sí, acaso algo de sobrescritura en sus dos extremos: Los Heraldos negros y España, aparta de mí este cáliz ya que, en ambos a veces, lo excede o el drama de su orfandad o lo humano de su emoción. Tampoco es para nada astuto, aunque sobrescriba por exceso de virtuosismo, Jorge Eduardo Eielson. Wetsphalen sobrescribe por doquier. Varela es la soberana astucia porque siendo una auténtica poeta, en realidad, no le interesó la poesía; se conformó en representar, por primera vez en el Perú, a una mujer burguesa, educada e insatisfecha. La prudencia encorsetó sus naturales alas; Varela daba para muchísimo más. Watanabe, en cuanto se acordó de su fe o se reconcilió con su cristianismo patinó hacia aquellas dos falencias; cuando estaba desde ya henchido de Dios a través de la sabiduría de su pueblo (Laredo) que su poesía con brillo extraordinario ventilaba. Watanabe como gozne o a mitad de camino entre los poetas políticos o civiles –todos, necesariamente, van a ser astutos y sobrescribir; sino contemplémonos en José Santos Chocano– tipo Antonio Cisneros (muy pronto prescindible para la poesía) o Rodolfo Hinostroza que confundió el tono o la tonada de época (verso proyectivo o composición por campos en su versión latinoamericana) con la poesía y de él va quedando, más bien y entre líneas, el auténtico y hondo fervor por su padre. Y los poetas que Julio Ortega describe aquí, aunque sólo refiriéndose a Luis Hernández, con la palabra “candidez” (léase, histórica o política). Entre esta última, y en tentativa urdimbre: Eguren, el primero de todos, Chariarse, Sologuren y, claro, el mismo Luis Hernández Camarero conformando tal una asordinada continuidad[2]. No se trata aquí de distinguir, como en los 50′, entre poetas “sociales” y poetas “puros”; sino únicamente advertir que tanto “sobrescritura” como “astucia” pertenecen a un campo semántico distinto al de “candidez”. En el primer caso se trata de la carpintería o formato de los poemas que, obviamente, implica asimismo un sujeto poético detrás, más bien taimado. En el segundo caso, el de “candidez”, no aludiría a la factura de los textos; Eguren ni sobrescribiría ni precisaría ser astuto, sino a la mirada. Ergo, a juicio de Ortega, “candidez” alude sobre todo a la mirada; acaso naif o por lo menos poco crítica.
Pues desde los años 60 (Cisneros, Hinostroza), pasando por Hora Zero (70) y Kloaka (80), hasta el presente, los poetas peruanos constituimos una verdadera bola de taimados; es decir, creemos que con el lenguaje supuestamente basta –el formato, el tema, lo referido– y no reparamos en la calidad de sujeto que proponemos al lector. En otro lado, “Aguas móviles de la poesía peruana: De los formatos a las sensibilidades”, ya lo hemos puntualizado:
acaso es tarea de la academia, hoy más que nunca, intentar superar –a modo de un salto cualitativo– las clasificaciones y taxonomías y atrevernos a evaluar la “poesía nueva” en cuanto y en tanto “sensibilidades nuevas” en o para un contexto determinado. Y, asimismo, atrevernos a trabajar en el aspecto cultural con opacidades (mixturas, hibrideces, simultaneidades) ya que, de modo casi unánime, partimos de esencialismos o privilegiamos temas o motivos: esta poesía es andina — incluso ‘quechua’– porque habla de determinados temas o con determinado vocabulario; esta otra es del “lenguaje” porque es más o menos metalingüística; o esta otra es “meramente” coloquial o anticuada; etc. Así no llegamos a ninguna parte
Es decir, y si cabe, hoy por hoy añorararíamos un Eguren lúcido –no alienado ni evadido de la realidad– frente a la legión de sobrescribas (charlatanes) y astutos que por oleadas nos asolan. Charlatanes o bobos (aquellos del close up de Hernández sobre la remera de moda) para ser más exactos. Es decir, constatamos ahora, y en toda nuestra región, una suerte de sed de fantasía, pero de no ficción . Por cierto, Borges o Vallejo, solos o actuando en dupla, constituyen una espléndida alternativa. Sin embargo, y justo desde los poetas con más potencia creativa, se ensayen éstas u otras opciones ante la noria de los que no tienen absolutamente nada que decir, pero escriben.
Uno de estos nuevos poetas peruanos es, sin duda, Carlos Llaza. Acaso de modo prematuro, nació en 1983, desvicera pulcramente a la poesía o al animal elegido; es decir, sin revolver o dañar la entraña. Arte decididamente simétrico o postantropocéntrico. Por lo tanto, donde el parentesco:
no es esencialmente un fenómeno social; por medio de él no se trata exclusivamente, o siquiera primordialmente, de regular y determinar las relaciones de los seres humanos unos con otros, sino de velar por lo que podría llamarse la economía política del universo, la circulación de las cosas de este mundo del que formamos parte (Eduardo Viveiros de Castro, Metafísicas caníbales. Líneas de antropologia postestructural. Stella Mastrangelo (ed.). Madrid: Katk Editores, 2010. 195)
Cultura, sensibilidad, lenguaje, política, pedagogía, se conjugan y reúnen –jamás ingenua o inocentemente– sobre la piel:
La piel es nuestro punto
de encuentro.
Aquí venimos a parir.
En este acantilado
compartimos la lengua.
(“Hueso y pellejo”)
El habitáculo es un cajita
de cartón en que no hay sitio
para mis alas de cuervo.
El cofre mágico, baúl de abuelo
féretro de niño según
quien desempolve las esquinas.
La calle se retuerce ante el silencio
de los gatos y se eriza
con la luna de los huérfanos.
Anoche renunciaron las ventanas;
dicen que hay sol en el país de los espejos,
que el mundo no tiene cortinas.
(“Concierto vagabundo”)
Carlos (“Cae”) Llaza o, también, Carlos Quenaya o Sasha Reiter; todos ellos en sus veintes o en sus treintas. Las nuevas generaciones de poetas peruanos tienen muy poco que aprender de su tradición desde los años 60′ para acá, mejor remitirse a las fuentes. O, tal como también lo hicieron aquellos mismos maestros, catalizarse con otras tradiciones u otras culturas. No para inventarse o militar en una globalización que, además, con esta crisis del coronavirus ya fue; sino más bien, a contracorriente del espejismo de lo centrífugo, multiplicar las patas y alargar el hocico. Alimentarse por dentro.
NOTAS
[1] Fino comentario de parte del que desde hace tiempo es un claro maestro. Fino y oscilante y tentativo y no menos exacto. Por este motivo Julio Ortega, a diferencia de otros críticos y contemporáneos suyos, que más bien calculadamente la auspiciaron, no ha creado escuela ni discípulos directos.
[2] Aunque la poesía de Luis Hernández resulte inimitable; en este sentido su poesía sería en el Perú como la de Vallejo, valga la comparación, pero como un Vallejo de signo contrario: “acorde con la tradición egureneana apuntada más arriba (Carlos Oquendo de Amat, el Martín Adán juvenil, Emilio Adolfo Wesphalen, Jorge Eduardo Eielson, Javier Sologuren, etcétera); y esto porque renueva y otorga contemporaneidad ilimitada -vía el humor- a una estética signada por el refinamiento, la paradoja y el misterio de raigambre simbolista o existencial” (“La poesía de Luis Hernández: Treinta años después”).
10/09/23: MINI CURSO: AUTOFIGURACIONES AMERINDIAS
VALLEJO, ADÁN Y EIELSON-SOLOGUREN: ESTANCIAS AMERINDIAS
(Autofiguraciones amerindias en el contexto de la migración y la interculturalidad)
MINI CURSO
Mediador: Pedro Granados, Ph.D. (VASINFIN)
https://orcid.org/0000-0001-8359-397X
Sumilla
Aquello de auto figuraciones alude, sobre todo, a anagnórisis o, también, a deseo. Estos poetas, representantes de la poesía peruana letrada-culta o experimental-vanguardista canónica del siglo pasado, las encarnan todos en sus obras. Viajeros sin excepción, incluido aquí el supuesto “exilio” predominantemente interior de Martín Adán, a pesar de su clase social o del color de piel o de sus simpatías u oscilaciones políticas, repararon en que —aunque con premeditada opacidad– escribían en tanto mediadores o, màs bien del todo, autores amerindios; es decir, aquello constituyó una suerte de autodescubrimiento y autodeterminación ontológica. ¿Por qué empezamos con César Vallejo? Porque este autor representa, en el Perú, este giro ontológico por excelencia.
Descripción
Vallejo, Adán y Eielson-Sologuren: Estancias amerindias
De los formatos a las sensibilidades y de éstas a los espacios (“estancias” aquí) es de lo que trata el presente mini-curso. Traducible este último, de manera intersemiótica y del modo más económico, acaso al dibujo de una ola y un rayo de sol. El riel César Vallejo se halla presente por aquello que éste acuñara sobre “poesía nueva“ (1926). El otro riel es una lectura de la tradición de la poesía peruana ya no como formato/s ni, tampoco, en tanto “sensibilidad” (individual, grupal) sino, en cuanto imposición o consagración en ella de un espacio amerindio (Ingold). Gesto simétrico o multinaturalista (Viveiros de Castro) y, asimismo, no menos contra instrumental respecto a nuestro intento de tomar posesión del texto poético.
Superada la “escenografía” modernista, la poesía latinoamericana recupera el paisaje; aunque no precisamente el telúrico y, sí, considerando a la complejidad y virtualidad del espacio como un soporte más adecuado para lo humano: “Perception, Gibson argued, is not the achievement of a mind in a body, but of the organism as a whole in its environment, and is tantamount to the organism’s own exploratory movement through the world. If mind is anywhere, then, it is not ‘inside the head’ rather than ‘out there’ in the world” (Ingold 3). Ejemplos: Escalas, de César Vallejo, o Fervor de Buenos Aires, de Jorge Luis Borges, ambos libros de 1923.
En consecuencia, entendemos “estancias amerindias” en tanto íconos o conceptos localmente motivados; aunque, de modo simultáneo, de relevancia o proyección universal. Es decir, “estancias” en tanto frutos de una mediación conceptual amerindia para el mundo (Granados 2019). Y, asimismo, mediación conceptual vinculada a una tradición –en este caso específico– el de la poesía peruana culta.
Por último, aunque no sería lo menos importante, trabajar con poesía nos parece metodológica y epistemológicamente urgente para, en específico, el actual contexto académico internacional. No leemos poesía culta por perjuicio de hallarnos ante un objeto decorativo o propio de una clase social privilegiada; o porque carece de la suficiente información para aplicarle, en automático, nuestros esquemas realistas (históricos e ideológicos); o porque simplemente no la entendemos, particularmente la de la vanguardia para aquí, y en consecuencia mejor la evitamos. Este minicurso, a pesar de su brevedad, pretende echar luces y desterrar, en algún grado, dichos prejuicios.
TEMAS
-César Vallejo: Muros melografiados
a. “Cuneiformes”
b. Vallejo a caballo
c. Vallejo + Barroco: Varrojo
-Martín Adán: “En la azotea”
-Jorge Eduardo Eielson: “Instalación sobre Vallejo”
-Estancias (1960), de Javier Sologuren. Nueva visita.
09/09/23: EL FAICAL Y LA UNATEFSIL
Esperamos que animados, es nuestro mayor deseo, por estos extraordinarios testimonios de vida que hallamos plasmados en las pinturas rupestres de Faical (San Ignacio, Cajamarca), ha echado a andar la constitución de la Universidad Nacional Tecnológica de la Frontera (UNATEFSIL). Testimonios, aquellos, de vocación universal, multidimensional, holística y asida de garras a las respuestas concretas por su existencia (comer, beber, reproducirse, asociarse para sobrevivir, adorar) que necesitaron los primeros habitantes en el ámbito de la actual cuenca del río Chinchipe. Grupos humanos recolectores/cazadores que llegaron a Sudamérica por el flanco oriental de la cordillera de los Andes, hace seis mil años, y que hoy por hoy sus genes, problemas, desgracias, pero también ineludibles alegrías permanecen aquí. Alegrías como las de contar con una universidad pública que democratice las posibilidades de estudios superiores en la región y enriquezca, en términos muy amplios, nuestra existencia tanto individual como comunitaria. Institución, además, y dado que se halla enclavada en la frontera con el Ecuador, de entrada, con una visión de diálogo e integración.
Estas son algunas de las cosas –luego de reunirnos informalmente con su comisión organizadora, y aprovechando que nos hallamos en los principios o magma de la UNATEFSIL y hay espacio para soñar– que nos ha puesto a pensar el yuxtaponer las pinturas de Faical a esta naciente y prometedora institución educativa. Por cierto, esperamos no equivocarnos P.G.
08/09/23: Seres de la playa
La rama verde no puede contra la arena
A la tierra fértil el desierto devora
Nada vemos que no sea duna y mar
*
Una lagartija de la arena
No se parece a una iguana de la tierra
De aquellas lentas y tan fértiles
E indeleble máscara de carnaval
Ambas no son los mismo
Aunque sí mis dedos detenidos
Sobre este charco
Abrevando con los labios lo que escucho
Apurando con la lengua aquello que bebo
Desde niño bebí al sol
Como a través de un ombligo
*
No toco la arena tan sólo como arena
Bemoles y notas permanecen allí
Arcos de sal transparentes
05/09/23: NO PERDER DE VISTA A PEDRO GRANADOS/ Juan Javier Rivera Andía*
La clave de Vallejo son precisamente sus heterodoxias.
Pedro Granados (2008)[1]
En Bearn o La sala de las muñecas, Lorenzo Villalonga hace decir a su joven protagonista, el capellán y quizá hijo natural del señor de Bearn, que la comunidad de criterio es una de las gracias más preciadas que Dios puede darles a sus hijos. Podríamos agregar, si nos atreviéramos, que esa gracia suele ser concedida —si lo es—sobre todo (o quizá únicamente) en la juventud; ese “riesgo bendito” de otro cura rural, aquel de R. Bresson.
Fue entonces que tuve yo la fortuna de conocer a Pedro Granados, en ese momento de la vida que otro personaje ficticio —una estudiante algo intrascendente de una película de Éric Rohmer—[2] considera sabiamente como “quizá el más importante: aquel en el que uno se desprende de sus influencias del pasado y en el que su personalidad finalmente se define”.
Venido de la sierra, de las barriadas, de la guerra, de la precariedad y del abandono —pero siempre cobijado por el amor de las madres del Perú—, encontré, pues, a Granados; muy probablemente el más memorable profesor que tuviera la suerte de encontrar en mis primeros años de estudiante universitario de primera generación. Pocas manos más sinceras y honestas, aquel joven maltrecho habría podido encontrar en ese refugio semiabierto, en ese oasis efímero del Perú de los noventa: “el lugar más triste del mundo era la playa de estacionamiento de la Facultad de Letras de la Pontificia Universidad Católica del Perú”. Fue, además, a la vista de esa palabra y esa mano tendida que aquel capellán en resentido peregrinaje —de las avenidas polvorientas con dementes abandonados hurgando en la basura de Carabayllo a los jardines con venados paseándose lánguidamente entre los rosales de Pando— concibiera y osara, por primera vez, publicar lo que escribía.
Pero aquella gracia inesperada provenía no solo de su pluma —sus poemarios y novelas como inversiones de su a veces intrincada ensayística—; sino también de su lúcida palabra y su vital enjundia. Fueron estas sobre todo las que encandilaron y deslumbraron, hace ya más de un cuarto de siglo, a aquel Nadja limeño y oscuro que, desde entonces, decidió no perder de vista nunca a Pedro Granados.
Ahora bien, el libro que el lector tiene en sus manos mantiene aquella gracia y aquella promesa. Las mantiene intactas, pues, como la del Arguedas que evoca en sus páginas, la de Granados es también una —nunca más necesaria que en los tiempos actuales— “mirada vagabunda”.[3] Su siempre difícil y suicida ejercicio de la libertad frente a un mundo —el de sus colegas coetáneos y connacionales— escandalosamente fosilizado (si no, como reza alguno de sus poemas, de meros ganapanes) bien lo demuestra. El espíritu autónomo de estas reflexiones de Pedro Granados, de sus referencias explícitas y de la sensibilidad que las anima, así lo prueban.
Tal fue y es, en el fondo, su ejemplo y herencia: casi una arenga para aquellos que no pueden sino aparecer desenfocados en los lentes de las cámaras autorizadas, un oasis para aquellos a quienes su naufragio en las borrascas de las miserias sureñas no terminaron de convencerlos de asir cualquier cuerda que prometiera, a cualquier precio, sacarlos a flote; en suma, un refugio improbable en medio de las ruinas que la violencia no ha cesado de acrecentar. Un violencia, de hecho, que estos versos retratan íntimamente:
La violencia existió siempre,
pero también existimos nosotros.
La violencia sin todas las variables en la palma de la mano,
justo así como nosotros y como cada uno de ustedes.
La violencia que no controla todo, que felizmente no sabe
lo que sus hijos piensan. La violencia temerosa del futuro
y de las calles tan violentas. La pudorosa violencia que no llama
a las cosas por su nombre, que no se atreve a amar.
La violencia con sus males de ojo. Con su tarde o temprano.
Porque largo la hemos mirado y le hemos sobrevivido.
Porque largo le hemos dado a comer directamente de la mano
y conocemos su hendidura, su hedor, aquello que la hace más feliz.
Por eso pendeja (en peruano) nos reconoce y nos teme,
y se está aquí cerrándonos las piernas. Tal como si no
supiéramos,
ya de sobra.
Tal como si hubiéramos olvidado.[4]
No desfallecer, pues, bajo el peso de la miseria. No quedarse agazapado frente a la sombra de su violencia. Todo lo contrario. Es decir, si alguna salida honrosa hubiera para los linajes de esclavos, es la de la osadía y el lujo, la del lujo y la osadía, intelectuales y, ya puestos a ello, poéticos. El presente libro sobre Vallejo —aquel a quien algunos jóvenes de Carabayllo, Canto Grande o Villa el Salvador todavía podíamos darnos el lujo de admirar incluso desde la novísima aventura limeña que nos veíamos obligados a emprender—, su tenacidad reflexiva, su explosión de conexiones y exploraciones —incluyendo recientes propuestas analíticas y dispositivos políticos genialmente lanzados desde Sudamérica tales como el multinaturalismo—, así lo demuestran.
Al leer la poesía de Vallejo nos constituimos o tomamos consciencia de ser “huacas” también nosotros mismos. Y, a imitación del poeta, encontramos el motivo para educar y educarnos alrededor de esta multinaturalista e intensa invitación del Sol y también de esta poesía. Una suerte de honda alegría y autoestima amerindia, no menos mundial, por la “línea de mira compartida”.
Por momentos, verá el lector, sus osadías pueden tornarse odiseas. En estas páginas se despliega un conocimiento íntimo de la obra de Vallejo; y se la coteja, honestamente, no solo con la de otros emblemas de nuestra América (como Arguedas y sus titubeos) sino también con el todavía insondable mundo amerindio (asediado desde las versiones andinas del perspectivismo o del estructuralismo). Estas páginas muestran bien cómo tales osadías del pensamiento pueden exigir verdaderas odiseas de la escritura en pos de un lenguaje nuevo. Algo de ello está ya en una de las respuestas de Granados a aquel interrogatorio al que generosamente se sometiera mientras, en una de mis involuntarias huidas, merodeaba yo algo apesadumbrado entre los canales de Leiden. Aquí, por ejemplo, recordando a su hermano obrero:
…cada vez que le exponía cosas demasiado articuladas él decía que no me entendía; pero una vez que fragmentaba mi discurso y liberaba mi lenguaje valiéndome de onomatopeyas y de glosolalias, se le iluminaba el rostro y decía que me entendía perfectamente. “Sellones”, era el epíteto con que motejaba literalmente a toda la sociedad; es decir, adocenados, domesticados y predecibles.[5]
Y puede entonces uno preguntarse: ¿A dónde nos conduce, finalmente, la tenacidad de Pedro Granados? Dejemos que cada lector lo decida al enfrentarse a estas páginas. Claro, ojalá, en este terriblemente desigual Perú, osar por la autonomía —sin venir ni beber de sus también terriblemente ignorantes élites— no significara todavía el silenciamiento gratuito, inexorable, apabullante. Pero aun si lo fuera por muchas más décadas (y masacres y mentiras); en todo caso, obras como la de Pedro Granados nos muestran que, al fin y al cabo, bien vale la pena osar así.
Powiśle, verano de 2021
[1] “Peruano brujo: Interrogatorio a Pedro Granados o digresiones entre un poeta (en Lima) y un antropólogo (en Leiden)”, 2008, Pedro Granados & Juan Javier Rivera Andía. URL: https://triplov.com/Agulha-Revista-de-Cultura/2008/Pedro-Granados/index.htm
[2] “Nadja à Paris” (1964).
[3] Alejandro Ortiz Rescaniere (2002): “Una mirada vagabunda. Vigencia de la antropología de Arguedas”. Anthropologica 20: 13-18. URL: http://revistas.pucp.edu.pe/index.php/anthropologica/article/view/394/389
[4] De: “El corazón y la escritura” (Lima: Fondo Editorial Banco Central de Reserva del Perú, 1996).
[5] Ver nota 1.
04/09/23: Cuadro
Una curva amarillo-naranja
sobre la noche oscura.
Son nuestros los sentimientos.
Son nuestras estas texturas de amor,
estas manchas iridiscentes de delicadeza.
Son nuestros los recuerdos. Todos.
En gruesas pinceladas cerca de un vértice
está mi madre. Es viento y es tierra
y es agua mi madre.
Al centro del cuadro está mi padre
insinuado por un color evasivo. Es fuego mi padre.
Nuestros son los viajes, los adioses
y acaso la soledad.
Una curva amarillo-naranja. O más bien
una hendidura. Una materia apenas entreabierta.
Una reciente cicatriz
acaso.
EL CORAZON Y LA ESCRITURA (Lima: BCRP, 1996)









