102 años: Trilce educa

             

Foto por Bruno Melo: Amálio Pinheiro y Pedro Granados en la PUC-SP

Trilce educa.  Acaso constituye la escuela poética que mejor educa.  A falta de maestros contemporáneos en ambas orillas trasatlánticas (lo dice César Vallejo en sus Crónicas), aquel poemario se ha vuelto un aula y ha hecho –de los que la han frecuentado con candor de primarioso – unos seres anfibios.  Mitad aire y mitad agua; torso humano y extremidades de caballo; una parte sumergida, la otra iluminada por el fuego de una misma y anónima isla.  Isla y archipiélago.

“102 años: Trilce educa”, nos invita a constatar, en primer lugar en nuestro propio pellejo, la complejidad y simultaneidad de saberes y experiencias que se activan una vez que leemos este poemario de 1922.  Complejidad y simultaneidad de nociones de las Humanidades en tanto: Libros, Pueblos, Narrativas y Posantropocentrismo[1].  Las cuales se tocan y entrecruzan como parte fundamental del legado de la obra de César Vallejo; es decir, no sólo aquella circunscrita a su poesía.  Tanto, y por extensión, como parte de un legado amerindio que aglutina lo distinto y que, en el caso específico de Trilce, le imprime a aquello aglutinado un sentido: el mito pan-andino de Inkarrí.  Trilce sería, nada menos, que aquel mito reencarnado o en activo; “descubrimiento” vallejiano treinta años previo a las primeras noticias que lo documentan (Ej. José María Arguedas).  Trilce apelaría, entonces, en contraste con la vanguardia histórica (Cubismo, Dadaismo, Surrealismo), no a un montaje arbitrario o aleatorio de fragmentos o ruinas; sino, por el contrario, a observar la manera cómo el cuerpo del Inka es restituido en sus “fermentos”: cada uno de nosotros.  Red de huacas o línea de ceques, pues, o como prefiriéramos denominarlo.  Un Inka universal, más bien, no sólo regional o local.  Y un mito, cabe enfatizarlo, que no es nostalgia ni utopía; sino un hecho cotidiano en nuestro cuerpo, la ubicua presencia del sol en nuestras vidas.

En suma, y en oxímoron con la radical libertad y “vanguardia” de la obra del peruano, existiría un modo “correcto” de leer a Vallejo.  Siempre y cuando, de manera multidimensional, nos manejemos en simultáneo con aquellas cuatro nociones de las Humanidades  toda vez que leamos la poesía, crónica, teatro o ensayo de aquel “Cholo”.

PEDRO GRANADOS (Perú, 1955). Su poesía ha sido traducida parcialmente al portugués, inglés y alemán. Ha publicado también varias novelas cortas: Prepucio carmesí, Un chin de amor, Una ola rompe, Boston Angels, Fozi lady!, entre otras. Asimismo, algunos libros de crítica; entre estos su tesis de PhD para Boston University, Poéticas y utopías en la poesía de César Vallejo (Lima: PUCP, 2004); al cual se le suma, por ejemplo, Trilce: húmeros para bailar (2014) o Trilce/Teatro: guión, personajes y público, ensayo que mereció el Prêmio Mario González de la Associação Brasileira de Hispanistas (2016), o Cèsar Vallejo: Tiempo de opacidad (2022). Desde el 2014 preside el “Vallejo sin Fronteras Instituto” (VASINFIN). Actualmente vive en Lima, Perú.

[1] Granados, Pedro.  “Humanidades”. Uwa’Kürü – Dicionário analítico – volume 5 / organização: Gerson Rodrigues de Albuquerque, Agenor Sarraf Pacheco. – Rio Branco: Nepan Editora; Edufac, 2020.  115-117.

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César Vallejo musical

Mención necesaria y liminar, en este ensayo, merece el famoso artículo de Xavier Abril (“Vallejo, la música, exégesis del poema XLIV de Trilce, el influjo mallarmeano y la crítica”) (Abril 63-91). Título y palabras claves, a un tiempo, que nos permiten asentir en lo sustancial con aquel talentoso crítico peruano, sobre todo con su postura contra la “incuria ultraísta” o vanguardista según la cual Vallejo –en Trilce— renunció a la música. Menos, en el focalizado y sistemático fervor mallarmeano que Abril cree entrever en la poesía del autor de Los heraldos negros; dicho sea de paso, y acierta aquí el autor de Exégesis trílcica, poemario de 1918 en franco “acatamiento rubeniano” o verleniano y, no menos, pleno de “referencias musicales”. Ni Mallarmé –aquello de que no se trata ya más de “trozos sonoros regulares o versos, sino de subdivisiones prismáticas de la Idea”– ni solamente la música culta o europea constituyen aquello que acierta a describir al “melómano” Vallejo. Sino que fue también, y sobre todo, la música popular o cotidiana o incluso “mítica” (glosolalias cuyas ondas, según Paul Zumthor, persisten aunque la cultura que las originó haya históricamente desaparecido) a lo que César Vallejo, en lo fundamental, y en toda su riqueza y complejidad, supo prestar oídos.

https://www.academia.edu/37230285/C%C3%A9sar_Vallejo_musical

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VALLEJÓLOGOS III

César Vallejo y su derecho a meter la pata

Así viene este título, César Vallejo y su derecho a meter la pata (Lima: Editorial Leo, 2010), entre jocoso, ponderado y muy amenamente escrito del psiquiatra y reconocido vallejista, Max Silva Tuesta. El suyo es un breve compendio de ensayos y, el último, a su modo una continuación de una reciente novela suya: “La yapa”. Sin embargo, para el asunto que nos convoca, creemos que lo más sabroso y no menos bien documentado, entre todos estos opúsculos, es su hoja clínica respecto a las más de cincuenta erratas (64 en total) que percibe dicho autor en la edición en cuatro volúmenes, por parte del Dr. Ricardo Silva Santisteban, de la Poesía Completa (Lima: PUCP, 1997) de César Vallejo. Reiteramos lo de hoja clínica porque, Max Silva Tuesta, achacará aquellos descuidos de Silva-Santisteban, a que éste se halla entre: “los que no lo quieren bien o de los que se dan el lujo de decir que Vallejo no es santo de su devoción […] Y ahí están los resultados de esa mala querencia: no sólo todo ese torrencial de erratas que he puesto al descubierto, sino ciertos conceptos vertidos sesgadamente refiriéndose al poemario Los heraldos negros” (40). Se refiere el autor de este opúsculo, en esta última demanda, a cierto –creemos justificado– tufillo de soberbia o flagrante ceguera en el prólogo a dicha Poesía completa que con talante ceñudo Max Silva Tuesta va ventilando, citamos: “En esta primera [etapa] fue bastante haberse elevado de lo ramplón, lo pedestre y lo pomposo a una poesía original, genuina y personal” [Silva Santisteban, Vol.I, p. 64 ].

Sin embargo, entre toda la escrupulosa tabla de erratas por amputación o por sustitución que se publican aquí, el título de “César Vallejo y su derecho a meter la pata” alude a una particularmente sugestiva. Citamos:
“Ricardo Silva-Santisteban, por lo demás, no sólo es teratógrafo. Peca también de faltoso, como cuando, mismo académico de látigo, le increpa a Vallejo por: No saber tildar el adverbio de cantidad ‘mas’ y, más bien, tilda [r] la conjunción adversativa ‘mas’. Aquellos acentos ectópicos se encuentran en Los heraldos negros (1918), es cierto; pero hay otros acentos más importantes que RSS los borró del mapa poético […] Vallejo comienza a acentuar ser (sér) desde su primer poemario”. Y continúa nuestro psiquiatra: “Ante tanto reproche endilgado con tan mala entraña, como el de RSS, César Vallejo tiene que haber escrito este reclamo suyo, cuatro años después en Trilce (1922): sí, pues, su derecho a meter la pata ¡carajo! Lo del carajo es mío, por supuesto” (39).

Y decimos particularmente sugestiva porque pone sobre el tapete, la verdad que toda lectura siempre lo hace, dos modos radicalmente distintos, pero no sé si inconciliables, de acercarse a la poesía del autor de Trilce. Uno supuestamente más académico, aunque pareciera no necesariamente riguroso, donde sobre-imponemos nuestra autoridad o nuestros gustos. Y otro acaso más intuitivo o no profesional que comunica un margen mayor de libertad y un grado más arriba de empatía o fervor con esta obra; pero que, a pesar de asistirle la razón, no deja tampoco de ser soberbio o autoritario. Frutos de nuestra educación en el Perú. En todo caso, pensamos que nadie puede intentar pasarse de listo con Vallejo; no existen lecturas unívocas o unidimensionales de su obra; lo que parece error u omisión, probablemente no lo sea. Y sobre todo, y sin duda para mí, y sobre todos los poetas peruanos de todas las épocas, es el único verdaderamente universal hasta la fecha.

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POESÍA ECUATORIANA (ANTOLOGÍA ESENCIAL) (Reseña)

“LOBOLUNAR”, CUMBAYÁ, QUITO

POESÍA ECUATORIANA (ANTOLOGÍA ESENCIAL) Sara Vanégas Coveña (Prólogo y selección) Cuenca, Ecuador: Universidad del Azuay, 2019

La buena poeta que hace aquí esta selección, Sara Vanégas, garantiza la potabilidad delconjunto; es más, resulta difícil encontrar otro autor/a de su categoría y nivel entre losnacidos en Ecuador durante la década de los cincuenta. Su meticulosidad en el decir y elrealismo feérico de Venegas, herencia de Rubén Darío y Carlos Gangotena, descollansobre otros formatos y voces de aquel período. Luego de esta ola habría que esperar, propiamente, hasta la década de los setenta con la poesía de Cristóbal Zapata (1968) yalgunos otros, no muchos más, gestos de estilo. Zapata junta los distintos panes –textura,motivos, aliento, circunstancias– de crochet que hereda de su tradición local (y overseas),los libera del “poema” y, a cambio, los instala en un bar, acaso en el perímetro del IberiaSquare (1999), y en medio de una conversación casual y sin fronteras. Ciertamente, enninguna latitud, inteligencia, erotismo o humor son inmunes al paso del tiempo ni,tampoco, tienen asegurada la atención permanente del lector; sino que lo diga AleydaQuevedo Rojas, presente en esta antología o, por ejemplo, cualquiera de sus colegas ycontemporáneas poetas peruanas. A modo de un saludable balance, por arruga o manchao estropicio sobre el pulcro traje de Zapata –tal como “aquello” aguafiestas, ubicuo, encualquiera de los cuadros de suculentas polinésicas de Paul Gauguin– aparecen los poemas de Raúl Vallejo o Luis Carlos Mussó, textos ecuatorianos y siempre tanlatinoamericanos, a buena hora.  P. G.

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VALLEJÓLOGOS II

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LA MECHA

(César Vallejo en Valencia: Congreso de Escritores Antifascistas, 1937)

Con el rabillo
A contracorriente
Arañas el flash.

Rodeado de antifascistas.
Húmedo y cóncavo para el pan.
Desfondado ante las palabras
Y sin pelar el diente

Sorprendido
En plena cultura
Occidental

Aunque tu cabeza sean dos:
Es lo que no muestra
Esta fotografía.
Como a la Sudamérica
De tu sien izquierda
Corresponde el África
Blanco oscura
De la otra cien.

Como al diablo sucede
Alguien que llora
Es tímido y acaso sonríe.

Última cena de América.
Y la primera de este mundo
Multifásico en tres cuerdas
En tres alas impúdicas
Que arrastran y vuelan también.

Vallejo enfermo
Vallejo sano

Miga que ya se ha hecho grande

Vallejo
Izquierdo
Quemado
Paralizado
O erecto

En la línea mortal
Del equilibrio.

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Camino a Chester

Foto por Miguel Montoya

Nos conocimos no hace mucho

Ya mayores

Aunque él con dientes de leche

Y un caminar como sobre almohadas

Alfombra mágica más bien

Inclusiva

Porque invitaba a todo el mundo

A subirse a ella

Y jamás hacer muecas de asco

Ni a las malas personas

Ni a los olores desagradables

Caminaba muy confiado con su fiel antena

Apéndice de sí mismo atento siempre al cielo

Murió hoy morirá también mañana

Hasta que ya no pueda morir más

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POESÍA ESPAÑOLA: CIERTO VALLEJO

POESÍA ESPAÑOLA DEL SIGLO XX AL XXI: CIERTO VALLEJO

El presente artículo es relectura y meditación de uno anterior, “Desde otra margen: la última poesía española”, ensayo-crónica publicado en Babab (2003), el cual en su momento levantara roncha[1].  Pero no constituye propiamente su reescritura; sino, con cierta información adicional sobre poemarios posteriores (para nada exhaustiva, lo sentimos), algo así como una puesta en escena mental o cuadro sinóptico del asunto.  Una visión un tanto más abstracta de lo que fuera, en la provocación publicada en aquel número de Babab, básicamente nuestro testimonio de lo sucedido, en poesía, cuando vivíamos en Madrid hacia finales de los 80’:

Pero volviendo a nuestro testimonio, y para añadirle complejidad al panorama, en aquel I Curso de Verano de la Universidad Complutense también se reivindicó, muy merecidamente, la obra de uno de los fundadores del Postismo: Carlos Edmundo de Ory. Recordamos que en aquella ocasión –una vez que la charla se abrió a los asistentes– le preguntamos (en realidad sólo para complacer a Fanny Rubio que había sido una de nuestras profesoras y que en esa oportunidad se hallaba entre los panelistas) por su lector ideal; el poeta nos respondió: -“los delfines”. El público, como es obvio, premió su ocurrencia con prolongados aplausos; Fanny Rubio nos reconoció entre la multitud y, al menos ella, nos congratuló con la mirada; pero a alguna fascista –nunca faltan, incluso en los recitales de poesía– le divirtió enormemente, en toda la cara, que nuestro acento sudamericano o nosotros mismos (nuestra persona en su totalidad) quedáramos apabullados por respuesta tan ingeniosa. Mas Ory, por supuesto, no es un Alberti –con lo que nos gustan los versos de la paloma equivocada– ni, menos, es un García Montero[2]. De cara a la poesía que escriben ahora mismo los más jóvenes, creemos que su obra –como la de Vallejo, de un vanguardismo no deshumanizado y con sentido del humor– junto con la de Luis Cernuda y Jaime Gil de Biedma son las más gravitantes en todo el ámbito de la poesía española. No son los polos, entonces, y por lo tanto las simplificaciones didácticas las que se perpetúan; sí, las personas –complejas y contradictorias– que saben aproximársenos en sus poemas. No son, por lo tanto –y hablando sólo de España–, ni los consabidos pregones de José Hierro ni los tics de Octavio Paz, clonados por José Angel Valente, los caminos a seguir. Ni uno ni otro merecen darle cuerpo a ninguna de nuestras desconcertadas almas (Granados 2003)

Mirada que, esta vez, aunque antes también ya la tenía, enfoca de manera más explícita a Vallejo; mejor dicho, y tal como reza el lema de nuestro texto, más bien, a “cierto Vallejo” en relación con la poesía española de entre siglos y, de modo inevitablemente sumario, con la de estas últimas dos décadas.

Empecemos con un escueto esquema de lo que para nosotros ha caracterizado la poesía española, desde mediados del siglo pasado hasta el presente, con el cual confiamos ahorrar al lector, y no menos a nosotros, fatigosas explicaciones y detalles:

Años 40-50

Existencialista-social realista (Neruda y cierto Vallejo). Dámaso Alonso. Poesía mimética.

Años 50-60

Monólogo dramático (Robert Langbaum). Autobiografía, poesía, en tanto prosopopeya (Paul de Man). Sujetos son cuestionados (Borges). Gil de Biedma: monólogo de la otredad (¿autismo?). Imposible transparencia del yo (“soy esto”). Desdoblamiento dialógico del yo. Somos lo que decimos ser. Historia como ficción. Arduo problema: el de la identidad. Polémica: Biedma-Valente.

Desencanto: Incapaces de derrotar al franquismo, España se llenaba de turistas y se vaciaba de campesinos y obreros que acudían a Europa. Impotencia cívica se hizo poesía (masoquismo histórico colectivo).

Años 70

“Novísimos” (culteranos, venecianos). El ámbito de la poesía no es la realidad, sino el lenguaje. Aguda conciencia y exhibicionismo del palimpsesto (huella cultural previa donde se inscribe toda “creación”). Pastiche. Sin embargo, también encontramos poesía femenina, figurativa (Ej. María Beneyto), que relee de otro modo o menos patéticamente los años 40 o la post Guerra Española.

Señoritos de la poesía. Malditismo de De Villena; bibliofilia, Gimferrer; glamour a toda prueba, Ana Rossetti. Importancia de Mallarmé: la poesía no se hace con ideas; sí, con palabras. Mutación de la sociedad española: más tolerante y abierta; pero también más fatalista y escéptica; más instruida, aunque también más banal… curiosidad por la subcultura, regreso al Modernismo y desdén por el compromiso socio-político.

Años 80-90 (2020)

Recupera la “experiencia”; pero, más bien, la experiencia de la prosopopeya (narcisismo prosopoéico). La publicidad y el realismo sucio (Charles Bukowski doblado sobre la pantalla de algún cinema de barrio); en suma, y aunque parca, la anécdota. Realismo retórico y moralista de corte tradicional. Polémica: D’Ors–Riechmann.  Antivanguardista. Antitrascendente. “Integrados” con la realidad. Sin voltaje (Pound). Realista y divertida. Intimismo fácil y prescindible. Poesía comprometida y políticamente correcta, en los primeros años del 2000, aunque no por esto menos retórica y radicalmente ingenua (“Poesía de la conciencia” vs. “Poesía de la experiencia”). Algunas voces interesantes y a su aire: Angela Valley, Jesús Aguayo y Antonio Moreno Figueras.

Declive de la poética novísima y recuperación de los poetas del 50… poesía figurativa, contra Mallarmé. La postmodernidad tiende al eclecticismo, la blandura y la autocomplacencia. “Privatización de las letras españolas”.

En suma, desde los años 40 al 2000 –Guerra Civil, dictadura de Franco y proceso de globalización o inserción más radical de España en Europa– tres formas literarias acompañan el proceso de la poesía española: la mimesis, el monólogo dramático y el palimpesto… hasta los años 70. La poesía posterior, años 80 al presente, sería una mezcla de estas tres formas básicas[3]. Es decir, el retorno a la mimesis de los últimos cuarenta años no deja de estar contaminado, irremediablemente, de monólogo dramático y, sobre todo, de palimpsesto; mejor diríamos, de pastiche. Lucidez sobre esto la tiene, o la tenía, el cine de Almodóvar; acaso la mejor poesía española de toda esta última época (Granados 2003).

Ahora, de qué va aquel “cierto Vallejo” que identificamos más arriba, gravitando en la poesía española de la post guerra y, luego, en ningún otro lado de nuestro esquema.  En pocas palabras, aquello señala que, en aquel entonces (años 40 al 50), se leyó a Vallejo de manera parcial o, mejor dicho, parcializada, muy entendible y comprensible real politik; y que, luego, dejó de interesar a las siguientes generaciones de poetas viviendo en la Península.  Salvo, cuando aquél cumpliera cincuenta años de muerto (1938-1988), recordemos, por ejemplo, el número doble dedicado a su obra en los Cuadernos hispanoamericanos, y, ahora mismo, las varias y variadas efemérides por la celebración del centenario de Trilce (1922-2022).  Luego de la recepción de post guerra, entonces, aunque con alguna que otra excepción, el interés local por la obra del peruano ha sido muy reducida y, además, poco significativa[4]; aunque, claro, y por el contrario, en el exilio tengamos una continuidad de insignes vallejistas españoles: los trabajos de Luis Monguió (César Vallejo.  Vida y obra, 1954) o la monumental obra de Juan Larrea, para no ir más lejos.  La recepción española, antes pragmática (en los textos de los poetas) que académica, sentó un precedente y consolidó entre los años 40-50 un canon de lectura.  Obviamente, aquel que soslaya Trilce y va de lleno de Los heraldos negros a Poemas humanos; y esto, naturalmente, porque lo que interesó fue, sobre todo, España, aparta de mí este cáliz (1937).  España y Georgette Phillipart crearon y, algo más tarde, la Revolución Cubana consolidó el canon del poeta marxista y comprometido que Vallejo, por cierto, es; aunque de modo simultáneo sea también otras cosas.  Entre éstas, aunque con un poeta muy incómodo dentro de su tumba, el ludismo puro o conjugado con algún aspecto de la líquida posmodernidad[5]; el otro extremo, sobre todo en los últimos años, de la recepción del autor de Trilce en España y overseas.  A lo que vamos con estas caricaturas es advertir que, en España, todavía no se ha ecualizado la recepción de Vallejo.  Es decir, que se precisa sumar complejidad y releer, sobre todo, la obra del peruano no desde el binomio utopía/ distopía; sino, desde una perspectiva simétrica (léase multinaturalista o amerindia[6]), es decir, decisivamente posantropocéntrica (Granados 2020a).

Decimos esto porque, por un lado, se insiste machaconamente en el dolor, miseria, orfandad y militancia.  Y si esta mirada no funciona o no se aplica directamente a la actual “próspera” España, se exporta.  Ejemplo, 21 balas. Antología de la poesía mexicana actual. Antonio Orihuela y Luis F. Comendador (eds.).  Publicada por If/ Solar (2009), dirigida básicamente al público español. Entre ochocientos poetas (sic), nacidos todos después de la Segunda Guerra Mundial, se han seleccionado veintiuno, de allí lo de 21 balas. Con un criterio por excelencia post pacista (Octavio Paz), según el cual aquellos antologados, cito a Orihuela:

están marcad@s por su coherencia, capacidad comunicativa, compromiso cívico y heterodoxia compositiva que, a nuestro juicio, no solo han sabido recoger lo mejor de la tradición literaria mexicana, sino también aunarla con los modos, mitos y hablas populares, sin perder, por ello, su radical modernidad” (“Tan lejos, tan cerca”). O cuyo valor reside, esta vez según Comendador: “en la toma de partido por una “poesía de la conciencia” [frente a la hace rato ya moribunda: de la “experiencia”] (“La poesía que lo es”) (Granados 2009).

Antonio Orihuela (Moguer, 1965), que exhibe entre su producción algo tan periclitado, manido y aburrido como esto:

WAY OUT

a Manuel Vilas

La poesía dejará de ser una cosa triste

cuando empiece a tener que ver con la vida de la gente,

cuando la gente vuelva a ser la que decida qué hacer

con sus vidas y con las palabras,

mientras tanto

todo esto que hacemos seguirá siendo

literatura.

(Granados 2009)

Por otro lado, aunque para ser didácticos exageremos un poquitín, encontramos en la crítica y también en la poesía española varios intentos solidarios-filantrópicos para leer la obra de Vallejo.  Todos ellos contaminados, indefectiblemente, de André Coyné o Juan Espejo Asturrizaga; o estrechamente conectados a algún punto de alguna agenda teórica más o menos en boga, ejemplo, uno etno-feminista o, también otro, “decolonial”.  Esto último, podría ilustrarlo el caso del “homenaje” a Vallejo, antes por cierto a sí misma, de manos de Berta García Faet en “ábaco & indígena & césar vallejo” (García Faet ¿2022?).  Poema-reescritura de España, aparta de mí este cáliz; en el cual, como también en el caso de sus Los salmos fosforitos (2017) donde entabla “una charla poética con Vallejo”[7], ahora con Trilce, esta poesía aquí es más voluntad de aura que propiamente aura y, por lo tanto, al final sólo nos quedan entre manos unos versos astutos y de invariable sonrisa.  Mucho más interesante nos parece, tratándose de escritoras españolas jóvenes, aquellas que no pretenden rendir explícito homenaje al autor de Trilce y, sin embargo, podría tratarse aquí perfectamente de escritura post vallejiana:

CON LAS MANOS (fragmentos)

No aman de igual forma

los ricos y los pobres.

Los pobres aman con las manos.

Los pobres aman en la carne y con gula,

en las peores estampas,

en condiciones famélicas y con

todo en su contra.

El amor de los pobres

no sale por la ventana

aunque el dinero entre

por la puerta,

(que nunca entra),

(aunque no haya ventanas).

Los pobres han aprendido

a amarse a oscuras por eso mismo.

Han aprendido a amarse mal alimentados

mal vestidos, malqueridos,

porque el hambre agudiza el ingenio

y en sus jardines también crecen las flores

(aunque no haya jardines).

Y parece que su amor se yergue

indestructible a pesar de,

a pesar de las miles de plagas,

de los sueños frustrados y fracasos andantes,

de las crisis cíclicas y de hambrunas y de guerras,

más valiente que Heracles,

más Odiseo que Odiseo.

Y parece que su amor se extiende y se multiplica

al ritmo que se multiplican los pobres,

al ritmo que se multiplican los infortunios

y los desastres naturales que golpean

siempre en las casas de los pobres.

Y ese amor está a la altura de Urano,

a la altura de Urano y de Gea juntos,

y es la única arma

que tienen los pobres

para defenderse.

Gata Cattana, “De La escala de Mohs” (Granados 2020b)

Aquel “Con las manos”, desde ya es trilceano, si no, recordemos aquello de Trilce I: “Quién hace tanta bulla/ y ni deja testar las islas que van quedando”; donde “testar” nos remite a un sujeto poético orientándose y conociendo permanentemente con las manos y el cuerpo[8].  Y, obvio, luego se percibe cierta “opción” persuasiva por los pobres que va primar durante todo el poema; en concreto: el amor en un contexto de pobreza; y con el añadido del humor, no la revancha o la mala leche, y esto si ya es enteramente vallejiano: amerindio o cristiano (inútil el deslinde).  Por último, aquello de “porque el hambre agudiza el ingenio”; es decir, Libro del buen amor, picaresca, Coloquio de los perros, Quijote, y un larguísimo hiato hasta Lezama Lima, el cual percibe, articula y eleva, desde la obra de Martí, la pobreza en tanto “espíritu irradiante”.  Nada menos en Vallejo.

Poemas de Gata Cattana y compañía que constan en un post de nuestro blog, “Antología de la post-última poesía española: Gata Cattana, Bibiana Collado Cabrera y Laia López Manrique” donde, como antesala de nuestra escueta selección, podemos leer:

Aquello de “post-última” alude a un estudio anterior nuestro –aunque más detenido, más extenso, más viejo y no menos polémico–, titulado “Desde otra margen: la última poesía española”.  Seleccionamos a estas tres jóvenes y valiosas poetas, a su vez, de entre Lecturas del desierto.  Antología y entrevistas sobre poesía actual en España.  Poetas nacidos a partir de 1982 […] Confluyen aquí tres entre cuarentaisiete poetas convocados (y 761 páginas); aunque la mayoría de ellos con todos los premios de poesía y títulos académicos concedidos o por conceder.    Sin embargo, salvo lo que enseguida leeremos, en el criterio de los editores se percibe todavía la mano negra de la “poesía de la experiencia”; y en su peor versión, la de Luis García Montero y sus amigotes (políticos, escribas, editores).  Pero una golondrina, y más aún si son tres, hace de sobra un verano (Granados 2020b)

Vallejo en España, para que una vez superadas la “poesía de la experiencia” y la “poesía de la conciencia” y la “poesía de la chocolatina”, etc., percibamos todo aquello como desde otra margen, la de nuestro propio ser simétrico –aunque en archipiélago– para, de manera simultánea, permitamos filtrarse a borbotones toda esa oralidad y poesía –a cada paso y a cada minuto y a cada lectura de los clásicos– cuya lectura enamoró siempre a César Abraham Vallejo Mendoza. P. G.

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El Caribe y los Andes

Portada: Christian Bendayán

“Un chin de amor no es una novela decimonónica con un inicio y un final. A mí me interesa decir las cosas veladamente, pero lo más directo posible. Y, sobre todo, que haya ritmo. Concibo el trabajo novelístico como un poema, que si es posible atrape al lector inmediatamente, y que éste no pueda dejar el libro.

Es una obra cosmopolita, y muy caribeña en el sentido de que para mí, a diferencia de otros países de habla hispana, hace tiempo que en el Caribe viven en la post-modernidad. Esto me fascina, no sólo su vitalidad y su erotismo, que es maravilloso, sino que es un territorio increíble e inteligente, que ha soportado tanto colonialismo y permanece siendo el mismo.

La primera parte, Prepucio carmesí la escribí en el verano de 1998 en Boston, no hacía otra cosa que escribir y corregir. En Un chin de amor, la continuación, fue escrita cinco años después, y como la primera tuvo una distribución muy particular por Internet, estaba muy restringida su circulación. Entonces decidí publicar las dos juntas. En la primera hay una recurrencia del Perú, pero también hay otros países. La segunda parte es mucho de República Dominicana. Los términos muy sudamericanos deben funcionar en el lector de acuerdo al contexto, hay una conexión subconsciente que me dice cómo debo interpretar esas palabras.

Es una novela pionera que trata de vincular dos realidades culturales aparentemente tan disímiles como la andina y la caribeña. Es la primera vez que se hace una que intenta a través de varias historias tratar de juntar ambas cuencas culturales. Elegí eso como un homenaje y un compromiso con este país, me siento dominicano, como un puente entre ambos países. El titulo se debe a una bachata de Chicho Severino –”Millonario”- que dice “Tan sólo quiero que me des un chin, un chin chin de amor”.

No he sido un turista típico, conozco sitios insólitos hasta para un dominicano citadino. Toda obra que valga la pena debe provocar un debate, no como un libro muerto, para que la gente no acepte todo lo que se le propone.

No persigo un fin moralizante. Soy lo más distante posible a un escritor moralista o que hace novelas de tesis. Yo me muestro en mis contradicciones, en mi fragilidad, en mi intelecto, más bien curioso, que palpa diferentes posibilidades.

En realidad no sólo temáticamente la novela suscita muchas respuestas, sino formalmente es una especie de aglutinado de muchos subgéneros literarios. Se combinan la narración, la entrevista periodística, el monólogo interior y la poesía, no como adorno sino como un capítulo dentro de la novela, porque no encontré otra manera de decirlo.

Quizás esa mezcla de narración y reflexión la marca mi forma de ser: un escritor y un escolar, soy maestro de literatura. No es nada fácil, porque lo peor que puede ocurrir es que me vuelva un profesor-poeta, y no soy eso por la gracia de Dios. Soy ambas cosas, distintas, que existen por encima de mi voluntad”.  P.G.

Domingo 21 de agosto del 2005 actualizado el sabado 20 de agosto del 2005 a las 8:14 PM

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