Jorge Nájar dizque se va con su “música a otra parte”. Roxana Crisólogo que se ha “enamorado del chico que conduce el tractor para remover la nieve”. Paul Montjoy Forti percibe que, en After Requiem: “Es la humanidad un ecupitajo de mosca”. Por su lado, Jorge Frisancho se pregunta:
“¿ha llegado el momento de/ considerar las trayectorias de concentración, los hábitos de consumo, las demandas/ materiales de existir/ en el poema?/ En otras palabras/ ¿cómo decir paisaje sin decir incendio?”
Lo cual es casi análogo, en tono y motivo, a aquella “Oración” de Antonio Cisneros:
Cómo decirle pelo al pelo
diente al diente
rabo al rabo
y no nombrar la rata.
Frisancho que, en Ese Campo minado (2024), ha sabido fundir a Cisneros y Montalbetti:
“El problema, por supuesto, nunca fue el lenguaje-lenguaje.
El problema siempre fue nuestra respiración
o, mejor dicho, nuestra imposibilidad de respirar
y el silencio que (no) nombra lo que nos asfixia”
En fin, en esta nuestra reciente visita a El Virrey, todavía quedaría lugar para confirmar la filo-artística “Masturbación” de Bruno Pólack, en poema homónimo.
Y, aunque no se trate ya más de libros de poemas, toparnos a la salida de esta librería miraflorina con un afiche tan cursi (algo menos los poemarios) como esta sesuda declaración de Alberto Vergara para El Comercio, a página completa y a todo color:
“Qué puede ser más peruano y global que Vallejo” P.G.
¡Alejandro Abdul vive! Y todos los días, hecho broma, sangra su caudalosa sangre de grosella.
Si, Alexander Abdol es un lord del Paraná en su cruzada mensual de quitar boletos. Fisiológicamente se compone de carne y hueso contrabandeados, pero su vida trivial es lavada todos los días por las cataratas del Iguazú.
No busque entenderlo, pues Alexandro Abdil jamás quiso “escribir derecho”, pero si escalar carrera y fama universal en la babel de la multifrontera Argentina-Brasil-Paraguay-Perú-Beirut-malditas-sean.
Abdul, Abdol, Abdil, Abdel son, bajo una otra perspectiva, los vocativos del vudú-santería en contra de la cursería casi-que-generalizada de una poesía que se lleva en serio. Evoca Abdul y: — ¡Nada de dolores en los cuernos intelectualizados! Clama Abdil y: — ¡Basta con folklores postizos! Repite tres veces Abdel y: — ¡Escribe en paz y sin meta!
Abdul es poeta de uso comunitario. Un poeta de nosotros, una invitación a crear. Y otros tantos poetas colectivos son posibles. ¿De paso, acaso hay poesía que no sea colectiva? Y así, nuestro queridísimo poeta-profesor Pedro Granados, vallejiano de cátedra popular, puede desencaminar muy bien sus pupilos de creación poética. Hecho: poesía es descamino más que camino. Se trata, casi siempre, de deseducar miradas condicionadas.
Se ha dicho ya que mejor sería para el poeta no tener nombre… pues poesía, lengua fundente, brota de las honduras del inconsciente colectivo a través de la superficie consciente de algún yo. ¿Pero de quién es la lengua y su legado? ¿Es de un sensitivo que asalta el patrimonio común y dice que la cosa es suya? ¡Agarra el ladrón! La poesía es de quién la hace, de quién la lee, de quién la comparte, de quién la ignora. ¡Que viva la homeríada innominable y gozosa oh estruendo mudo! Y nótelo, la puta de la poesía es también la prosa. Y la novedad también es glosa. La lengua, uno la presta, al diablo y todo.
Del bloque impopular de los anticuados de vanguardia: que la escrita de creación sea escrita plena, que la lectura de creación sea lectura absoluta. Que la literatura aleje todos los mohos y diga generosamente a que vino. ¡Que toda llanura sea castigada!
En este año en el cual la obra de Oswald de Andrade pasó al dominio público, los monumentos a la mesmedad tendrían que ser cubiertos con chantillí para que los relamidos y lambones los lamieron. Alexandre Abdul está entre los prometedores descaminos. ¡Adelante! ¡Saravá!
Como puede suponerse, esta página de Facebook ( https://web.facebook.com/profile.php?id=61557058671859) fue abierta o reactivada para hacer conocer y, esperamos, luego difundir una antología in progress, “Once titular: Poetas peruanos siglo XXI”; la misma que saldrá en unos pocos meses bajo VASINFIN y será distribuida a través de Amazon.
El concepto que sustenta nuestra selección se halla sucintamente expuesto en el video César Vallejo: “Cuadrúpedo intensivo” (más abajo); aquello de escribir, tal como en el caso de la poesía de César Vallejo, aunque no igual que él, integrando el mayor número posible de nociones de las Humanidades. Nos proponemos algo distinto a evaluar plataformas, riqueza de canon o estilos; antes que la factura o el empaque de los textos, nos interesa identificar y antologar sensibilidades. La poesía rezuma al lenguaje empleado, como diría nuestro finado hermano Germán (obrero y poeta), constituye su “humito”. Once titular: Poetas peruanos siglo XXI, la elabora un único individuo, un tal Pedro Granados, por lo tanto todos los acuerdos y desacuerdos que pueda esta antología posteriormente suscitar, desde ya, los asume íntegramente aquél; es decir, ni grupos ni consorcios. Son bienvenidos poetas impresionistas, analíticos, venecianos o místicos, y de otros distintos pelajes, que hayan publicado su primer poemario en lo que va de este siglo. Nos hallamos en pleno proceso de lectura, probablemente de lo más conocido, pero siempre queda gran margen por explorar. En este sentido, convocamos a los autores interesados en que leamos sus textos a escribirnos a este correo: vasinfin@gmail.com
La autora vive en Dinamarca desde el 2004. Poeta encantada. Libro que de inicio a fin sostiene su nivel. ¿Cuál es éste? Hacer de este mundo cruel un paisaje de chocolate al cual inmediatamente devoramos, tan ansiosos como estamos de comer poesía y no únicamente escuchar quejas, frustraciones, tentaciones de ensimismamiento y, en general, al “pantano del mí”. Ni, tampoco, claudicaciones a la escritura: nuestros esfuerzos en la materia constituyen inevitable palimpsesto, atravesamos en poesía una inevitable edad de hierro. Por el contrario, todo se halla, en este extra-ordinario primer poemario de Celeste del Carpio Bramsen, vivo y convocante y como recién nacido; y el medio por el que se interactúa aquí con el lector son los sentidos o, tal como en César Vallejo, el pensamiento convertido de antemano en tacto: el guante del lenguaje dado vuelta. Uno se pregunta, este envejecido poeta indaga, ¿en qué fuente abrevó la poeta toda la naturaleza –“y cada uno de sus granos de arena”– de un solo sorbo y para siempre? No sólo es el ritmo asordinado del diálogo y de la cuita (con un ser un tanto indeterminado), ni las palabras que por lo general (Saussure, más radical, diría siempre) se hilvanan una detrás de otra sobre un espacio abstracto y más bien soso. No. En Arcos metropolitanos o arcos iris (celebradas bandas de color nunca solitarias) transversales al campo o a la ciudad, las palabras no se distinguen de la respiración ni ésta del paisaje. Lenguaje acompañado. Sujeto del lenguaje en compañía. Contra los versos concebidos apriorísticamente –tesis, ética, compromiso– aquí, por el contrario, surgen al compás de la poesía. ¿Y qué dicen? Absolutamente nada porque, más bien, nos reconstruyen desde el cuerpo, la mirada y la naturaleza. Versos que toman al lector cual si fuera un abandonado cubo mágico y, muy físicamente, retoman la labor; ordenan lo desordenado o desordenan lo demasiado ordenado. Lo que quieran decirnos resulta excesivo e incluso acaso obsceno: concederle una vanidad más a nuestra inteligencia pro occidental. ¿”Cómo cosa así vacía” (Martín Adán dixit)? Por la radical confianza en la poesía y la pasmosa experiencia del sentido (mayor y mejor que el cogito), las cuales de ningún modo debemos tomar por ingenuidad: “La verdad está de nuestro lado/ pues nada es más auténtico que lo que se desmorona”. Confianza y experiencia, ambas, honran este poemario y lo tornan un auténtico acontecimiento tanto de la reciente literatura peruana como también de la poesía danesa (Søren Ulrik Thomsen o Inger Christensen). Se constata lo más potente de las dos literaturas, su vocación multinaturalista o posantropocéntrica; en una sencilla frase, aquello de hallarse volcadas a la naturaleza. P.G.
Después de ver Jag Ar Nyfiken (1967)
Un poema documental, donde no haya
lugar para el por qué y el cómo; que la realidad
nos cuente una historia de la misma forma
como cruzamos un río (“5”)
Un viejo afiche de supermercado parasitando el muro
de nuestra habitación. Todo lo demás en mí es visionario (“15”)
La cama que no responde por los cuerpos que albergó
me restituye el sordo embate de lo autobiográfico (“35”)
Nos sentamos a beber un café bajo el sol de pleno invierno
Sin recelos, ni hambreados.
Apenas terraplenes y vientos a la luz de las calles
en serena conmoción.
Me dijiste que te ibas,
que lo dejabas todo por una promesa hecha a ti misma.
Conozco el adiós;
es caminar a tu lado.
Pero un hosco recelo desgasta hasta reventar aquel fértil globo.
Sí, arrastra con ciegas manos mi corazón, hasta ya no poder.
Días han pasado sin saber de ti. Días que parecen la distancia
entre el carácter y su desolación.
Oliver Glave, La idea era irnos aún niños (Lima: ESTRUENDOMUDO, 2008)
Más controlada y dosificada la melancolía –reticente, tal como recomendara para el arte de la poesía José Watanabe– hallamos en este su segundo poemario a Oliver Glave. El tinglado de sus versos rescata, intenta tornar a la vida, una serie de amores desfallecientes, fantasmáticos. Tal como en Eguren, escribe a pesar de que su poesía aparece tomada por cráteres, materia oscura, que tiende a apropiarse de todo. Entonces, pues, no son el amor y el erotismo, sus motivos; sino, más bien, el pliegue de aquello: el desamor, la impalpabilidad de esa experiencia o la discreta –solitaria– ironía. Lo recuerdo mate, con la opacidad que él deseara, en el taller de poesía que tuviera a mi cargo hace ya algunos años en la Católica y del que han seguido cultivando sus propios versos, entre otros, poetas como Roberto Zariquey y Manuel Fernández. P.G.
“Vengan a ella, todos ustedes, que trabajan duro y están sobrecargados, y ella los aliviará”
Para encontrar tu propio ritmo o ecualizarlo.
Imaginación, pensamiento y, sólo después, la razón constituyen el orden de nuestras prioridades.
Taller de ayahuasca sin ayahuasca.
Para percibir la vinculación entre poesía y diseño social: poesía y ciudadanía.
La idea es advertir, para los que ya están iniciados en la escritura de poemas, lo que puede hacerse de un modo más eficaz; el filón que se deja abierto; o lo que estando ante nuestros ojos no se termina de percibir.
Escribir desde el mito inscrito en nuestro paisaje más próximo.
Cada uno de nosotros, de modo previo, lee-escribe desde un lugar social, sexual, retórico, etc. Ser cada vez más conscientes de esto puede ayudar a potenciar la escritura; aunque de hecho, y en primer lugar, a potenciar nuestro sujeto poético.
Se acepta todo formato previo: neobarroco, vanguardista, minimalista, coloquial … o tal como venga la mano. Y en cualquiera de sus paradigmas: clásico, barroco, romántico, modernista, posmoderno, poshumano o multinaturalista.
Se garantiza –luego de un tantito de paciencia– absoluta satisfacción en los resultados. Y, no menos, posterior prescindencia del mediador. Este taller, justamente porque apunta a la lucidez en el hacer, no es adictivo.
Acierta Julio Ortega, en sus oscilaciones críticas[1], sobre la poesía peruana que viene desde los años sesenta hasta, añadiríamos nosotros, incluso nuestros días:
Me doy cuenta ahora de que cada tanto yo cambiaba de opinión, y me llenaba de remordimientos: después de preferir la poesía de Rodolfo [Hinostroza], me resultó algo sobrescrita; después de preferir la de Antonio Cisneros, me pareció algo astuta; y después de preferir la de Lucho Hernández, me sorprendió la candidez de su ingenio (La comedia literaria)
No existe sobrescritura ni astucia en ningún poema de Martín Adán. Tampoco en Vallejo; aunque, sí, acaso algo de sobrescritura en sus dos extremos: Los Heraldos negros y España, aparta de mí este cáliz ya que, en ambos a veces, lo excede o el drama de su orfandad o lo humano de su emoción. Tampoco es para nada astuto, aunque sobrescriba por exceso de virtuosismo, Jorge Eduardo Eielson. Wetsphalen sobrescribe por doquier. Varela es la soberana astucia porque siendo una auténtica poeta, en realidad, no le interesó la poesía; se conformó en representar, por primera vez en el Perú, a una mujer burguesa, educada e insatisfecha. La prudencia encorsetó sus naturales alas; Varela daba para muchísimo más. Watanabe, en cuanto se acordó de su fe o se reconcilió con su cristianismo patinó hacia aquellas dos falencias; cuando estaba desde ya henchido de Dios a través de la sabiduría de su pueblo (Laredo) que su poesía con brillo extraordinario ventilaba. Watanabe como gozne o a mitad de camino entre los poetas políticos o civiles –todos, necesariamente, van a ser astutos y sobrescribir; sino contemplémonos en José Santos Chocano– tipo Antonio Cisneros (muy pronto prescindible para la poesía) o Rodolfo Hinostroza que confundió el tono o la tonada de época (verso proyectivo o composición por campos en su versión latinoamericana) con la poesía y de él va quedando, más bien y entre líneas, el auténtico y hondo fervor por su padre. Y los poetas que Julio Ortega describe aquí, aunque sólo refiriéndose a Luis Hernández, con la palabra “candidez” (léase, histórica o política). Entre esta última, y en tentativa urdimbre: Eguren, el primero de todos, Chariarse, Sologuren y, claro, el mismo Luis Hernández Camarero conformando tal una asordinada continuidad[2]. No se trata aquí de distinguir, como en los 50′, entre poetas “sociales” y poetas “puros”; sino únicamente advertir que tanto “sobrescritura” como “astucia” pertenecen a un campo semántico distinto al de “candidez”. En el primer caso se trata de la carpintería o formato de los poemas que, obviamente, implica asimismo un sujeto poético detrás, más bien taimado. En el segundo caso, el de “candidez”, no aludiría a la factura de los textos; Eguren ni sobrescribiría ni precisaría ser astuto, sino a la mirada. Ergo, a juicio de Ortega, “candidez” alude sobre todo a la mirada; acaso naif o por lo menos poco crítica.
Pues desde los años 60 (Cisneros, Hinostroza), pasando por Hora Zero (70) y Kloaka (80), hasta el presente, los poetas peruanos constituimos una verdadera bola de taimados; es decir, creemos que con el lenguaje supuestamente basta –el formato, el tema, lo referido– y no reparamos en la calidad de sujeto que proponemos al lector. En otro lado, “Aguas móviles de la poesía peruana: De los formatos a las sensibilidades”, ya lo hemos puntualizado:
acaso es tarea de la academia, hoy más que nunca, intentar superar –a modo de un salto cualitativo– las clasificaciones y taxonomías y atrevernos a evaluar la “poesía nueva” en cuanto y en tanto “sensibilidades nuevas” en o para un contexto determinado. Y, asimismo, atrevernos a trabajar en el aspecto cultural con opacidades (mixturas, hibrideces, simultaneidades) ya que, de modo casi unánime, partimos de esencialismos o privilegiamos temas o motivos: esta poesía es andina — incluso ‘quechua’– porque habla de determinados temas o con determinado vocabulario; esta otra es del “lenguaje” porque es más o menos metalingüística; o esta otra es “meramente” coloquial o anticuada; etc. Así no llegamos a ninguna parte
Es decir, y si cabe, hoy por hoy añoraríamos un Eguren lúcido –no alienado ni evadido de la realidad– frente a la legión de sobrescribas (charlatanes) y astutos que por oleadas nos asolan. Charlatanes o bobos (aquellos del close up de Hernández sobre la remera de moda) para ser más exactos. Es decir, constatamos ahora, y en toda nuestra región, una suerte de sed de fantasía, pero de no ficción . Por cierto, Borges o Vallejo, solos o actuando en dupla, constituyen una espléndida alternativa. Sin embargo, y justo desde los poetas con más potencia creativa, se ensayen éstas u otras opciones ante la noria de los que no tienen absolutamente nada que decir, pero escriben.
Uno de estos nuevos poetas peruanos es, sin duda, Carlos Llaza. Acaso de modo prematuro, nació en 1983, desviscera pulcramente a la poesía o al animal elegido; es decir, sin revolver o dañar la entraña. Arte decididamente simétrico o posantropocéntrico. Por lo tanto, donde el parentesco:
no es esencialmente un fenómeno social; por medio de él no se trata exclusivamente, o siquiera primordialmente, de regular y determinar las relaciones de los seres humanos unos con otros, sino de velar por lo que podría llamarse la economía política del universo, la circulación de las cosas de este mundo del que formamos parte (Eduardo Viveiros de Castro, Metafísicas caníbales. Líneas de antropologia postestructural. Stella Mastrangelo (ed.). Madrid: Katk Editores, 2010. 195)
Cultura, sensibilidad, lenguaje, política, pedagogía, se conjugan y reúnen –jamás ingenua o inocentemente– sobre la piel:
La piel es nuestro punto
de encuentro.
Aquí venimos a parir.
En este acantilado
compartimos la lengua.
(“Hueso y pellejo”)
El habitáculo es un cajita
de cartón en que no hay sitio
para mis alas de cuervo.
El cofre mágico, baúl de abuelo
féretro de niño según
quien desempolve las esquinas.
La calle se retuerce ante el silencio
de los gatos y se eriza
con la luna de los huérfanos.
Anoche renunciaron las ventanas;
dicen que hay sol en el país de los espejos,
que el mundo no tiene cortinas.
(“Concierto vagabundo”)
Carlos (“Cae”) Llaza o, también, Carlos Quenaya o Sasha Reiter; todos ellos en sus veintes o en sus treintas. Las nuevas generaciones de poetas peruanos tienen muy poco que aprender de su tradición desde los años 60′ para acá, mejor remitirse a las fuentes. O, tal como también lo hicieron aquellos mismos maestros, catalizarse con otras tradiciones u otras culturas. No para inventarse o militar en una globalización que, además, con esta crisis del coronavirus ya fue; sino más bien, a contracorriente del espejismo de lo centrífugo, multiplicar las patas y alargar el hocico. Alimentarse por dentro.
Once titular: Poetas peruanos siglo XXI saldrá por VASINFIN/AMAZON este mismo año. El concepto que sustenta nuestra selección se halla sucintamente expuesto en este video; aquello de escribir, tal como en el caso de la poesía de César Vallejo, aunque no igual que él, integrando el mayor número posible de nociones de las Humanidades. Nos proponemos algo distinto a evaluar plataformas, riqueza de canon o estilos; antes que la factura o el empaque de los textos, nos interesa identificar y antologar sensibilidades. La poesía rezuma al lenguaje empleado, como diría nuestro finado hermano Germán (obrero y poeta), constituye su “humito”. Once titular: Poetas peruanos siglo XXI, la elabora un único individuo, un tal Pedro Granados, por lo tanto todos los acuerdos y desacuerdos que pueda esta antología posteriormente suscitar, desde ya, los asume íntegramente aquél; es decir, ni grupos ni consorcios. Son bienvenidos poetas impresionistas, analíticos, venecianos o místicos, y de otros distintos pelajes, que hayan publicado su primer poemario en lo que va de este siglo. Nos hallamos en pleno proceso de lectura, probablemente de lo más conocido, pero siempre queda gran margen por explorar. En este sentido, convocamos a los autores interesados en que leamos sus textos a escribirnos a este correo: vasinfin@gmail.com