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Narrativa

Crónica de Santiago de Chuco. César Vallejo: Al filo del reglamento

Se sube para abajo o se baja para arriba, constantemente, sobre las calles de Santiago de Chuco. Trazado de casas a desnivel que ya de por sí explica la factura alegórica de algunos versos del autor de Trilce; mas no así, por cierto, el resto de sus posibilidades metafóricas. Amontonamiento ordenado en cúspide de más de 3,000 metros de altura, el pueblo de Santiago de Chuco, y tranquilo que pareciera maqueta de su propio cementerio puesto a orearse entre andrajosos apus y humildes iglesias. Trompo puesto a rotar en la ingravidez –incluidas sus desamparadas gentes– apoyado tan sólo en el monolito de su pequeña plaza de armas. Gordos brochazos de sol sobre tejas, burros y oferta de afamadas papas negras complementan la escenografía humana del paisaje -únicamente nuestra- porque aquel pueblo probablemente no sabe que es el mítico Santiago de Chuco. Tampoco, pareciera, que allí nació César Vallejo Mendoza -aunque ahora el blanco de su casa natal destaque entre el blanco de todas las otras- y que hoy por hoy lo habitan en su mayoría personas venidas de caseríos vecinos. Oleadas migratorias que llevaron también a uno de sus hijos a escaparse un buen día a París; a decir adiós para siempre al burro sensible y a la mujer estoica que mora entre aquellas escarpadas pendientes: la andina y dulce Rita de ahora que chatea encandilada con un ubicuo amor de neón.

Acabamos de visitar Santiago de Chuco, entonces, y nos cuesta creer que allí haya nacido César Vallejo -un ser tan heterodoxo en medio de cualquier grey- mucho más incluso que imaginarnos a García Lorca emergiendo del desierto de Fuente Vaqueros; pero no se nos ha mezquinado, al visitar su casa, la intimidad del poeta ni la de su familia. Ellos siguen allí, alrededor del pozo de agua, al interior del sencillo oratorio y entre el capulí del patio central y el cuarto de amasar el pan; hecho todo aquello de adobe, eso sí, como la pasta del corazón mismo del autor de Los heraldos negros. Lo más destacable en el contexto, además, es el eco de los juegos que aún impregna todo lo que soportan aquellas columnas de esmaltado palo de eucalipto. Puertas adentro sin duda allí se sabía reír, pero puertas afuera -por el puro pudor de la felicidad- quizá la imagen que transmitía más inmediatamente aquella unida familia era la de rezar. Y así lo ha entendido, de este modo unilateral, mucha de la crítica sobre la vida y obra de nuestro poeta; sobre todo aquélla surgida desde el mundo culturalmente anglo que tiende a dividir -de modo puritano y tajante- lo malo de lo bueno, lo correcto de su inalienable opuesto. No de otra manera es como quizá hemos de entender, por ejemplo, un significativo artículo académico reciente; se trata de “César Vallejo y sus espejismos”, firmado por Stephen Hart y publicado en Romance Quarterly (49, 2:111-118, 2002).

En este artículo el conocido estudioso inglés se propone desentrañar algunos supuestos de la vida y obra del autor de “España, aparta de mí este cáliz”; de algún modo desmitificar las imágenes que nos hemos hecho del poeta, y a éstas Hart las denomina “espejismos”. Uno de los que ventila en su artículo, si no el más importante, al menos el más pertinente a nuestros fines, es el conectado al rol de Vallejo en la revuelta callejera que aconteció en Santiago de Chuco el 1 de agosto de 1920 y que costó la vida a dos policías y a Antonio Ciudad, amigo de la familia Vallejo; aparte del incendio de la casa de la familia Santa María (donde hoy día funciona un hotelito del mismo nombre) y el confinamiento de nuestro poeta por ciento doce días en una cárcel de Trujillo. Ante el peso de lo escrito, el estudioso inglés -desenmascarando la ideología de El proceso Vallejo con que su autor, Germán Patrón Candela, supuestamente pretende demostrar la innegable inocencia del poeta, y ateniéndose a los partes legales- se anima finalmente por su fragrante culpabilidad: “es legítimo plantear que la supuesta inocencia de Vallejo es otro espejismo inventado por críticos que han yuxtapuesto el hombre y el poeta” (112). Hasta aquí -datos manejados y lógica expositiva parecen sólidos por parte de Hart- el discurso legal ensombreciendo implacable al del mito.

Pero lo más interesante a puntualizar es el paso siguiente en el razonamiento de este reputado vallejista respecto a lo que denomina “espejismo de la personalidad de Vallejo tal como se proyecta en su poesía” (116). En este sentido, basándose en algunos versos de Trilce y Poemas humanos donde se alude reiteradamente, según este mismo estudioso, al “caso de su autoproyección despersonalizada [ejemplo: “César Vallejo ha muerto”]” (116); técnica del doblaje que anima a Hart a concluir que “Vallejo, con gran lucidez, se veía a sí mismo como un ser misterioso, un fantasma, en fin, un espejismo” (117). Es decir, el profesor inglés discrimina tajantemente este hombre (taimado, culpable y prófugo) del poeta Vallejo. Suponemos que este tipo de zanjas ayuda, sobre todo a algunos críticos más que a otros, a orientarse con más comodidad entre anecdotario tan heterodoxo (nieto de curas o, según Hart, impune incendiario y asesino) y una poesía de por sí tan compleja como es la del autor de Trilce. Mas no todo lo informan los legajos o partes legales, sobre todo en el Perú, y es preciso tener idea más aproximada de la secular injusticia y arbitrariedad aquí reinante. No es este el contexto para entrar en detalles sobre el Caso Vallejo; sin embargo, queremos rescatar una vez más, aunque sea muy de pasada, el sentido de la complejidad y entramado de su vida y su obra. Por ejemplo, en el capítulo “La cárcel” del libro de Ernesto More, Vallejo, en la encrucijada del drama peruano (Lima: Bendezú, 1968), no percibimos para nada, a través de las cartas que el poeta dirige desde París al que fuera su abogado, Dr. Carlos Godoy, que Vallejo se halla desentendido o se oculte de su situación legal en el Perú. Más bien pareciera ser todo lo contrario y, para tranquilidad del poeta y la de su familia, haber desembocado aquello en un positivo colofón: “¨[París, 15 de agosto 1926] Mi querido doctor: Agradezco a usted mucho su cablegrama y su atentísima carta en que me dice que no tenga cuidado sobre el juicio de Santiago de Chuco. Sus noticias han venido a calmar mi inquietud, pues estaba yo muy atormentado” (83). Entonces, informados por esta misiva, si Vallejo no regresó al Perú no fue en primer lugar por temor a su situación legal -a pesar de los ires y venires de la justicia en el Perú-, sino por otros factores, adicionales incluso a la desagradable memoria del calabozo trujillano. Estos quizá se puedan sintetizar en uno fundamental, y aquí retomamos de algún modo la crónica de nuestra visita a Santiago de Chuco, en palabras de Jorge Aguilera Mora: “Vallejo exploró incansablemente todas las posibilidades trascendentales del estar aquí, en este mundo, de las ilusiones del sujeto, de los espejismos de la moral cristiana, de la negación de la esperanza y de la alegría fundamental de estar vivo” (“Buscar a H: poesía y posmodernidad”, Hispamérica 1999, 84, 13-22). Es decir, el poeta se apropió -no sin las tan conocidas carencias- de otros contextos y entornos; no era un peruano “profesional”, no creía en la vuelta o el retorno; no era oficiante de esta clase de melancolías. Culpable o no -u oximorónico en su vida también, mejor- no existían ya Ithacas que lo reclamaran de modo exclusivo. ¿Cómo iba de volver a Santiago de Chuco? Metonimia del Perú, aquel pueblo, es desde antes -y como sin duda hasta ahora mismo- un lugar del que se debe partir.

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UNMSM: NO ES LO MISMO SER CACHIMBO SIN TI

Novela breve, de autor numeroso y colectivo (estudiantes y profesor de Estudios Generales-Ingeniería), donde un animal, Perro Vaca, genera ciudadanía: compromiso y ternura para con su comunidad.  En este caso la UNMSM y, a la larga, el Perú.  Breve relato muy bien posicionado argumental, estructural y filosóficamente; post-antropocéntrico, por cierto.  Nuestra protagonista no habla, como en las novelas ejemplares de nuestro padre Cervantes, tampoco es un dechado aerodinámico ni un arma a la que hemos entrenado como extensión de nuestra propia violencia.  Es simplemente Perro Vaca u Olga.  La cual se fue el 2019 y cuyo ejemplo ha calado entre los estudiantes, el resto de perros (¿acaso un par de docenas?) y los profesores en el campus de la cuatricentenaria,  Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

https://noeslomismosercachimbosinti.blogspot.com/

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NO ES LO MISMO SER CACHIMBO SIN TI

Novela breve, de autor numeroso y colectivo (estudiantes y profesor de Estudios Generales-Ingeniería), donde un animal, Perro Vaca, genera ciudadanía: compromiso y ternura para con su comunidad.  En este caso la UNMSM y, a la larga, el Perú.  Breve relato muy bien posicionado argumental, estructural y filosóficamente; post-antropocéntrico, por cierto.  Nuestra protagonista no habla, como en las novelas ejemplares de nuestro padre Cervantes, tampoco es un dechado aerodinámico ni un arma a la que hemos entrenado como extensión de nuestra propia violencia.  Es simplemente Perro Vaca u Olga.  La cual se fue el 2019 y cuyo ejemplo ha calado entre los estudiantes, el resto de perros (¿acaso un par de docenas?) y los profesores en el campus de la cuatricentenaria,  Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

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CARTA ASTRAL DE CÉSAR VALLEJO

Desconocida hasta ahora (dos hojas con fechas, respectivamente,  15 y 19 de noviembre de 1918), aunque filtrada por manos confiables a este blog, la autora de esta carta astral es Zoila Pajares, viuda de Villanueva, madre de la famosa Otilia Villanueva Pajares.  Iniciada aquélla en las ciencias ocultas, a imitación de Madam Blavatsky, desde adolescente y en su terruño,  Cajamarca. Por lo tanto, completaría y justificaría el real motivo por el cual el poeta se ligó de tal manera a ambas o a aquella casa.  La hija le deparaba un amor “apasionado, vehemente, incontrolable” (Juan Espejo Asturrizaga); mientras la madre, aunque honrada y púdica, hondamente  le comprendía.  Y, no menos, también el motivo  –no únicamente el anecdótico del embarazo, decepción y posterior fuga de Otilia– por el cual se desligó de  aquella familia de modo tan abrupto o intempestivo.  La madre sabía muy bien quién era César Vallejo y el inevitable dolor que venía para la novia.  Intentó, desde un inicio aunque  muy a pesar suyo,  alejar al poeta de la vida de su menor hija.  El viaje o los viajes, con Vallejo solo, aparecía por todo el ámbito del radix.  Que sepamos, el cholo desconoció esta –su propia– íntima y privada misiva.

Tiene usted una mente sintética, capaz de concentrar el sentido de un libro en una sola frase, el sentido de muchos libros en una sola página. Es por eso que usted impresiona con sus certeras frases, que resumen toda una situación o desarrollan toda una estrategia, juego para el que usted está naturalmente dotado. Usted ve lejos y grande, lejos y fuera, y todo lo que es extranjero tendrá una gran importancia para usted desde su juventud, y los viajes tendrán una importancia decisiva para su formación profesional y espiritual. Porque es posible que usted encuentre en el extranjero lo que su país a veces le niega: el reconocimiento, la instrucción, la cultura, el trabajo, y usted es capaz de aprovechar al máximo su estadía en otro país para realizarse y renovarse, regresando transformado al suyo propio, si es que decide regresar. Cuando por alguna razón usted siente que ha agotado un período, para bien o para mal, le haya ido bien o le haya ido mal, es capaz de terminar con todo lo que lo ligaba a esa vida, y comenzar de cero en otro lugar. Renace pues de sus cenizas como el Ave Fénix, para comenzar una vida nueva, cuando todo el mundo lo daba por terminado. Este es un rasgo extraordinario que le permite tener muchas vidas, cambiar varias veces de orientación profesional, de amigos, de país, manteniendo sin embargo muchas fidelidades. A veces, lamentablemente, deja usted transparentar una altiva autosuficiencia que suele ganarle antipatías, y enemigos, y esto puede dificultar e incluso obstruir el reconocimiento de sus méritos. Usted suele estar dotado de magnetismo y carisma, y a veces lo acompaña un cierto sentimiento trágico de la vida; pero no suele ser pesimista, y algunas veces tiene una visión aguda, y hasta profética, de la sociedad y de la historia.

Usted es excesivamente sentimental. Dotado de una sensibilidad rica, vibrante y generosa a flor de piel, y de una emotividad que sigue estas mismas características, se emociona sin poder evitarlo por los acontecimientos buenos o malos, grandes o pequeños que ocurren tanto en su vida, como en este bajo mundo. No es de ningún modo indiferente a las miserias, injusticias y dolores que la gente sufre, y le gustaría hacer algo para remediarlo, aunque sea contribuir con su granito de arena a que esto se arregle. Porque es básicamente optimista, y tiene una confianza final en la bondad intrínseca de la naturaleza humana, para la que tiende a buscar explicaciones y justificaciones. Hay en usted un deseo, un poco ingenuo, de que todo termine bien, como en una película americana, y que las maldades de las que adolece este mundo no sean sino un mal sueño, de ahí que algunas exhortaciones suyas a la paz y a la armonía puedan caer en saco roto, en momentos de crueldad e incertidumbre. Usted es a veces de un gusto excesivo, colorido, barroco, e inclinado a cierto melodramatismo un poco teatral, y puede ser criticado por tener un gusto un poco disparatado, a veces huachafo, y en ocasiones grotesco. Pero también puede pasarse al campo contrario, al de la excesiva exquisitez y refinamiento en la expresión y la apariencia, pues ambos son caras de la misma moneda. Pero siempre tendrá un corazón acogedor y cálido.

Es usted un individuo que practica un humanismo acogedor, pero un tanto turbulento, y que suele estar atraído por los insondables misterios del alma humana. Es profundamente intuitivo, con un olfato especial para la gente, y una gran penetración psicológica, de modo que no es fácil engañarlo. Se siente, curiosamente, atraído por las zonas oscuras, sórdidas y miserables de la condición humana, y no por un instinto morboso, sino más bien por la compasión que esto despierta por usted, y por el sentimiento de que la grandeza del ser se mide en la desgracia, antes que en el bienestar y la alegría. Generalmente siente una intensa atracción por los mundos nocturnos, subterráneos, donde se desnudan las pasiones humanas, las gentes se despojan de sus máscaras, y se revelan en sus virtudes y miserias. Su vida puede conocer grandes altibajos, pero, de alguna manera, usted estará siempre cerca del dolor humano, sea porque tendrá que atravesar algunas duras pruebas, que pueden llevarlo a frecuentar prisiones y hospitales, sea porque las contingencias sociales lo lleven a situaciones conflictivas. En algunos casos, amor y muerte se darán la mano, llevándolo a vivir momentos de erotismo que tendrán un valor trascendental e incluso místico, debido a su especial sensibilidad.

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POETA SIN ENCHUFE

Los cueros han envejecido, como el aspecto más visible de nosotros también. Como cierta alegría y cierta espontaneidad, acaso ya para siempre. El Conde es un burdel donde los otros negocios funcionan de escaparate, vestíbulo o toque de color distinto de lo mismo. Aunque con certeza, sus calles adyacentes han sufrido mucho menos y varias de ellas conservan la antigüedad, discreción y encanto –y la excelente sazón en su comida– de aquella entrañable Zona Colonial. Los mendigos son los mismos; junto a otros nuevos, por ejemplo, los venezolanos que vienen presurosos en botes porque su barco ha encallado. El Conde, junto con volverse mucho más caro, también se ha modernizado un tantico; en realidad, esto último, como toda la República Dominicana en lo que toca sobre todo a sus obras de infraestructura vial y centros comerciales. Aunque mucho menos en lo que toca al talante de su cultura letrada ni de su poesía culta.

Viajar a la República Dominicana, para ir al grano, a la sección de poesía criolla en la librería Cuesta es una experiencia de auténtica ciencia ficción; es decir, comprobar que se puede viajar en el tiempo y salir indemne de esta riesgosa experiencia. Poesía tan periclitada, obvio, es reflejo de una institución literaria toda ella absolutamente complacida en aquellos suspiros, discursos de ocasión y grandilocuentes nerudismos que se multiplican hasta el hartazgo. Salvo, también obviamente, algunas muy pocas excepciones. Eso sí, de ninguna manera entre éstas, la institución que por sí misma o más bien por sinécdoque de la otra más grande representa una “poesía” como la de José Mármol. El cual ha sentado sus reales –y ha sabido sentar a todos sus potenciales opositores que hoy en día incluso le dedican libros de “exégesis” a su obra–; ha ganado un Premio Nacional de Literatura; ha hecho migas con agentes semejantes de este atraso en el mundo hispánico (tipo Luis García Montero).  Y todo ello únicamente con un solo libro –sea de ensayo, entrevista o poesía–, en última instancia, aquél de su inalterable sonrisa.

Pero hemos facilitado (de facilitador, vaya palabrita) un taller de poesía en la media isla –esto constituye incluso un gesto más democrático, y loable, que el otorgarle este año el “Premio Pedro Henríquez Ureña” a Mario Vargas LLosa– y sabemos que la institución literaria vigente tiene sus días contados. Fueron alrededor de sesenta los participantes, algunos de ellos con libros publicados, ante los cuales movimos el cobre de lo que en poesía –tanto versos como conceptos, práctica y teoría– traían al taller y nos alcanzó tiempo para deconstruir aquel aguachirle, nombre postizo y afectada impostación. En suma, toda aquella sistemática y postiza sensibilidad; y todo aquel saber –además apenas a medias libresco– de espaldas a la realidad y a la gente: Todo aquel encumbrado colonialismo. La tarea será dura. El ninguneo, inevitable. La soledad, una amiga que nos traerá a manos llenas poesía. Ser famoso o ganar premios y ser poeta es acaso lo más antitético del mundo en estos días. Pero al menos nos queda asaltar, sino el cielo, la majadera institución literaria que produce vates tanto como smog; contaminantes ambos, pero ambos también susceptibles de desaparecer –más bien pronto que tarde– por la adopción de una gasolina mejor.

https://www.academia.edu/37495892/POETA_SIN_ENCHUFE

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Nuestro año mexicano

Nuestro año “mexicano” (2004).   Se editó, en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), nuestra tesis nada más presentada en 2003 para Boston University (Poéticas y utopías en la poesía de César Vallejo); aunque esto no signifique que dicha publicación circulara mínimamente por las librerías.  De hecho, la edición de la Pontificia Universidad Católica del Perú –mismo título, mismo año– hizo a nuestro trabajo un tanto más conocido.  El 2004, también, Alforja nos consideró y antologó en su número dedicado a los “Poetas de Perú“.  Acaso está demás decir que, en aquella época, Alforja –dirigida por José Vicente Anaya (▲) y José Ángel Leyva (▼)–  era la revista de poesía más importante de México.  Asimismo, en Puebla ofrecí algún taller en la Casa del Escritor; donde, a modo de primicia, presenté un work in progress, ¿La poesía mexicana descansa en Paz?.  Asimismo, participé en la Facultad de Letras, invitado por el profesor Alejandro Palma,  a conversar sobre Rodolfo Hinostroza; y acudí, aquel mismo año, a su Festival Internacional de Poesía (FIPP).  Posteriormente a este año he representado al Perú en el Festival Internacional de Letras Jaime Sabines (Chiapas, 2010); he publicado en el Periódico de Poesía (UNAM, 2018); y varias veces he visitado y publicado mis poemas en  La Cartonera de Cuernavaca.  Aquel mismo lugar, la BUAP, donde volví de motu proprio (es decir, con mis propios recursos  ) y luego de varios años (2018), invitado a conversar allí sobre César Vallejo.  En esta última oportunidad estuve, junto al cuate guerrerense Edgar Artaud Jarry, los minutos suficientes para desear escapar de allí; el desdén por la poesía, por César Vallejo y por este servidor me conminaron a ello.  Aquel fulano, Alejandro Palma, era otro  o acaso el mismo, recién me cercioraba de ello.  En general, debo reconocer que la “tómbola” en México me resulta inasible; me refiero a sus plazas, sobre todo durante  los fines de semana, colmadas de intensos colores y de harta comida; pero donde nadie se divierte porque pareciera ser la mismísima Catrina mil veces multiplicada y comprando, a paso algo torpe o mecánico aunque no menos obsesivo,  todo lo que se le antoja.  Tal como, y hasta hoy mismo, me son inasibles la inmensa mayoría de  los poetas de México.  Inexistentes por vocación, aunque lo suficientemente retorcidos y argollados para –a ojos del incauto o del extranjero– parecer estar vivos o poseer algún cuerpo.  Remanencias del hechizado Octavio Paz.  Vocación, por lo inexistente, que en los últimos años  ni el ostentoso performance del chileno Bolaño ha logrado conjurar.  PG

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AGÜEROS PARA ARMAR (Nobloga I al X)

Micro novela del 2020, publicada por entregas a través de este blog. La décima, luego de Prepucio carmesí (2000), la primera novela del siglo XXI –escrita por un migrante peruano– trasandina, archipiélica y multinaturalista. Sin melancolias ni con el espíritu –típico o, peor todavía, profesional– de un sujeto andino damnificado. Post-exótica y post-indigenista (Indigenismos 1 y 2); la cual apostó más bien por la complejidad desde el origen, por la opacidad.

https://www.academia.edu/43880910/AG%C3%9CEROS_PARA_ARMAR_Nobloga_I_al_X_

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Al filo

Soy el pequeño ogro verde de la poesía peruana. Y esto porque me he sentido siempre a mi aire entre la atmósfera enrarecida de cualquier presente. Soy un poeta póstumo desde el comienzo. Ni de izquierda ni de derecha ni de centro; sin embargo, a mi obra poética reunida la he intitulado Al filo del reglamento porque, a fin de cuentas, permanezco dentro del campo de juego con un botín y, con el otro, piso la línea de cal del gramado. Aunque sapiens sapiens, habito entre los árboles y aún parece no he bajado a tierra.

Lo que al fin y al cabo me socializó fue el fulbito.  Empecé por jugarlo muy mal; en mi barrio y en la escuela me escogían en los equipos siempre como última alternativa.  No tenía cintura; falto de reflejos, me amagaban y con facilidad caía en la trampa, y terminaban haciéndome camotito.  Con mala leche, a veces, se burlaban de mí y tenía que fajarme a punta de puñetes y patadones.  Lloraba mientras me sacaba la mierda con los burlones; era un problema, los otros vencidos o abollados muchas veces y yo bañado en lágrimas, el resto de los muchachos nunca supo si felicitarme, considerándome un ganador, o si consolarme dándome por perdedor.  Sin embargo, poco a poco, llegué a dominar lo esencial del fulbito que es el ritmo y la confianza propia, y la alegría.  Es más, hacia mis dieciocho años jugaba literalmente a voluntad; arrancaba desde mi propio arco si quería y, después de sembrar sobre el asfalto a todos los adversarios –incluido al siempre improvisado arquero–, hundía la pelota en la red rival.  Amasada la bola, cimbreante los muslos, el esférico pendulaba a gusto entre mis pies ligeros; conocí algunos instantes de éxtasis y de gloria, pero nunca entendí lo que era un juego de competencia.  Me concentraba en los amistosos, pero en los partidos serios me cagaba de la risa.  Era una risa incontenible; algunas veces, flojas mis piernas, chuecas de tanto reírse, tenía que abandonar allí mismo el campo de juego.  Mis demás compañeros ya me conocían, aunque siempre desearon fuese de una vez por todas la última vez; mas allí estaban de nuevo mentándome la madre –con sus facciones tensas y los ojos desorbitados–mientras veían que el equipo rival les caía encima, los maniataba, los arrinconaba y, como si no fuera poco, contundentemente los goleaba.  Sin embargo, al partido siguiente, siempre me resarcía, y Beta y Alejandro y Renato, y tantos otros compañeros, disfrutaban otra vez con mis pases hechos como con la mano, de mis corridas vertiginosas con pelota dominada contra el arco rival, de mi ubicación siempre privilegiada y oportuna durante todo el trámite del partido, de mi pasión desbordante que alimentaba la moral del equipo, de mi trabajo duro y, muchas veces, muy poco vistoso aguantando al rival allí donde había que hacerlo, desde la línea que divide el mediocampo enemigo para adelante

Entre los jugadores peruanos, admiraba la guapeza de Roberto Challe y la inteligencia de César Cueto, el “Poeta de la zurda”; atesoraba dos escenas que, tal como el juego de este último, emergían de pronto de mi memoria del modo más inesperado, eran dos auténticas epifanías: un pase de casi setenta metros, perfectamente elíptico, para que el “Ciego” Oblitas pegara la corrida y metiera el gol con el que el Perú ganó a Francia en el Parque de los Príncipes en la antesala del Mundial de Italia en 1986; la otra, el “Poeta de la zurda” pasando con pelota dominada a través de un túnel de argentinos manolargas para servir en el vacío, frente al área chica del arco contrario, una pelota que recogió como una luz “Patrulla” Barbadillo, descolocó al arquero, infló la red y dejó completamente muda a la hinchada celeste que abarrotaba –en un partido trascendental para ambos equipos, y que empató Maradona en el último minuto– el monumental estadio de River Plate.  Pero, eso sí, a pesar de sus muchos goles y hartísimas fotos en la prensa local e internacional, nunca me terminó de convencer el “Nene” Teófilo Cubillas.  Como algunos escritores que ya son profesionales desde chiquititos y van acaparando todos los premios, así me pareció siempre el juego del moreno del Alianza Lima (¡Alianza corazón!).  Disciplinado y prudente, Cubillas fácilmente se hizo al gusto de los que alaban la profesionalidad –que al final es sólo purita prudencia– y hoy por hoy, por supuesto, aquel zambito del equipo afincado en el barrio de La Victoria es lo que es en los Estados Unidos de Norteamérica.  A mí  mucho más me gustó el juego del “Cholo” Hugo Sotil, que siempre enfiló hacia el arco contrario como si llamaran para comer.  Serrano de origen, de modo análogo a lo que en los años 60 sucedió en Chimbote durante el boom de la pesca con los que  –desde diversos puntos de los andes– bajaban hasta este puerto buscando alguna colocación, se hizo patrón de lancha al día siguiente de haber aprendido, sujeto a un cable por la cintura, a nadar por lo menos sus tres brazadas.  Es decir, a costa de punche y de sentimiento, aparte de su enorme talento para hacer lo que quería con la pelota, Sotil se metió en el bolsillo a todos los públicos.  Los entendidos, al principio, no le aceptaban tantísimo chiche; acostumbrados a la marinera o, máximo, a la zandunga, no entendían para nada aquel endiablado baile que más tenía de fuga de huaylas o de embestida de borracho.  Mas, el “Cholo” Hugo Sotil fue también observando a los otros jugadores, refinándose, y sin perder para nada la esencia de su estilo –de por sí, pícaro y valiente — fue gloria en el Barsa y, ahorita mismo, lo único que al grueso de los catalanes anima para hablar alguna vez bien sobre el Perú.

Hoy por hoy soy vecino de Foz do Iguaçu, profesor de la UNILA y vivo al lado del estadio ABC.  Muy esporádicamente juego fulbito.  Pero sigo escribiendo poesía o algunos textos de muy cuestionable género… al filo del reglamento.

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Un chin de amor/ Juan Carlos Mústiga

Texto leído en la presentación de esta novela (Lima, 18/ 5/ 2005). Los otros presentadores fueron Oswaldo Reynoso, el notable autor de Los inocentes, y Ricardo Ramón en representación del Centro Cultural de España.

Me siento honrado de presentar la novela Un Chin de Amor del Poeta Pedro Granados. Esto que acabo de decir me hizo pensar, al escribirlo, en muchas cosas que espero poder compartir esta noche con ustedes, porque de eso se trata las presentaciones de los libros de los amigos a los que uno lee con atención y con amor.

Esta es, precisamente, la novela del Poeta Granados; la bitácora de navegante acerca de los avatares, resplandores y sombras que marcan un importante camino en la existencia y en la escritura del Poeta-personaje, que renace y se purifica a través de cada una de las palabras escritas y los recuerdos colados con sabiduría y vestido con la máscara sonriente y exagerada del entrañable Juvenal Agüero, quien toma la posta en las páginas impresas de este libro.

Cuando recibí un ejemplar de manos de Pedro y, al ver la carátula con la pintura ardiente y melosa de Christian Bendayán y el flameante título con los rescoldos de la lengua caribe, supuse de qué se trataba, qué encontraría en él y que no encontraría también.

Y sólo encontré pasión, arte, fina ironía, humor y generosidad bajo una novedosa y original forma de escritura que, pienso, ha de marcar para otros escritores –poetas o narradores– un honesto y valeroso derrotero de libertad para la expresión artística.

Y no encontré, pues, un ápice de vanidad (aunque algunos digan que escribir constituye precisamente eso). Lo digo porque, por ejemplo, este Juvenal, este personaje tan apasionado y enamoradizo que, a través de la historia, nos hace un atosigante inventario de sus numerosos romances y encuentros, no nos deja el sabor a vacío de un palmarés de proezas amatorias, sino que sutilmente nos lleva de la mano a palpar la notoria ausencia del amor, a saborear un delicioso y pertinaz fracaso en ese campo, fuente primera de la energía de la narración y de la existencia misma, quizás por la falta de aquella persona, deliberadamente omitida y mencionada de manera fugaz casi al principio del texto –ustedes deberán descubrirla, lectores–, que, alguna vez, encarnara para él aquel ideal. Ideal hacia el cual navega Juvenal como el piloto de un barco velero, de una balsa de troncos o de una tropical piragua, tratando siempre de alcanzar el sol, como los antiguos navegantes, con… cito sus palabras: “Su rosa de los vientos, la arrechura y su brújula, la belleza”.

Pedro, pues… Perdón, Juvenal, a quien un omnisciente narrador hace cobrar vida en éstas páginas, ha unido con destreza dos portulanos, que son las cartas náuticas que marcan los sondajes de la profundidad y la presencia peligrosa de pecios o naufragios cercanos a las rutas de navegación.

El primero, llamado “Prepucio carmesí”, es el recuerdo precozmente doloroso de la infancia a través de ese recurrente accidente de los niños del cual Juvenal extrae los recuerdos, algo así como la evocativa magdalena de Proust. Es comenzar a sentir en carne propia el dolor, las carencias a las cuales nos tiene acostumbrados nuestra propia y frágil humanidad; es conocer las primeras humillaciones; pero es, también, el descubrimiento de la solidaridad en algunos seres, del amor. CITAR pag. 47 y 48.

En esta bitácora cultivada, Juvenal como escritor-personaje ha trazado la cartografía de su existencia; en buen cristiano el mapa de su vida que bien puede convertirse en el de la vida de cualquiera. Hay una impronta experimental en la estructura de la novela donde se entrecruzan epístolas, entrevistas, sugerentes monólogos, crítica literaria, mensajes cibernéticos. Como el personaje Gerry creado por Lowry en el cuento Cáustico Lunar tiene un concepto totalizador de lo que es una buena historia y es un fabulador y un artista que se enorgullece de poder narrar historias en cualquier lugar y circunstancias; es un profeta sano en un mundo insano; cito al viejo Malcolm:

“es algo gracioso, es como un milagro, pero dondequiera que estoy, si estoy volando en el aire, o bajo el mar, o en las montañas, en cualquier lugar, puedo contar una historia. No importa dónde me pongas, incluso en prisión. Puedo sentarme o permanecer de pie. Comer y no comer. Puedo poner todo en una historia; eso es lo que la hace una historia”.

Podríamos pensar que esto es una exageración, un horror al vacío de parte de Juvenal, pero quiero más bien creer que es producto, como él mismo afirma, “del rayo de luz que le cayó de parte de su neurosis, de la poesía o del mismo Dios, cuando estaba en tercero de secundaria”. Pienso también que lo único en que exagera Juvenal es en la generosidad al describir y al elogiar a quienes considera sus amigos y a sus familiares, vivos o muertos, sin distingo en la memoria del Poeta.

Juvenal, en esta época de deliberados silencios que pueden herir como una botella rota para el degüello, tiende puentes con la poesía, con el envidiable conocimiento de saber doblegar el dolor y volverse el ser más tolerante de la tierra, ávido de recibir y de dar amor –no un chin, señores; un montón, más bien –, y, así, en las singladuras que traza esta novela, en los puertos que este navegante me ha llevado a conocer, que no son los innumerables hitos geográficos que enhebra en su discurso, sino los seres, las personas, la humanidad que nos presenta desinteresado y gustoso, he podido disfrutar de conocer y de entablar casi un diálogo con Raúl Gómez Jattin, alias El Putas, como se lo conocía en Colombia, a quien me parece haber escuchado como a una música, algo lejana e irreal, como las voces que nos alivian la carga en los sueños, este poema sobre la burrita que nos trascribe Juvenal para nuestro conocimiento y solaz y por la memoria de Raúl. CITO: pag. 60 y 61.

La mención de Raúl Gómez Jattin y el elocuente ejemplo de su poesía, de un repertorio más vasto, se convierte, pues, de por sí, en una enumeración inclusiva de todos los prontuariados amigos, amigas y familiares con los que Juvenal comparte esta celebración y, también, este padecimiento de la vida. Y aquí me permito hacer una distinción con su hermano Germán, inmortalizado como un muy querido y recurrente personaje: los episodios en los que recrea a ese hermano mayor, a ese hermano padre, se vuelven tan reales y tan presentes en la narración, que nos hace descreer del pensamiento expresado por Juvenal que la vida y la muerte es sólo una ilusión, si no más bien, nos hace pensar en los palpitantes “labios de una misma herida” que habremos de sentir, como él dice, al palparnos las costillas, día a día, en nuestro paso hacia otra dimensión.

Hasta aquí con el Prepucio Carmesí [New Jersey, USA: ENE, 2000]… Juvenal ha convertido a los mares encrespados y a los escollos peligrosos en olitas monses y en pampitas de arena donde la vida misma, por azarosa y sorprendente, puede, a pesar de todo convertirse en un juego.

Qué les puedo decir ahora del segundo portulano, de aquel que da nombre al libro, Un Chin de Amor. Nada más ni nada menos que es la continuación del primero, el aprendizaje, para poder paliar el dolor y corregir ciertos rumbos donde la brújula del navegante pareció haber sido encantada y extraviada; para enmendar la ruta hacia ciertos lugares a donde llegó a morir de un “sinnúmero de muertes lentas” o, también, para encallar y naufragar adrede y conocer así personas maravillosas con cuyas anécdotas nos vuelve a divertir y a emocionar.

Vaya, pues, opuesta a la muerte lenta, la descripción de las hermosas mujeres caribes, de las aventuras y también de los pesares en la República Dominicana, tan tiernas y disparatadas, y de personajes como Tony Bachata. CITO: Pág. 163, 164. CITO: Pág. 142, 144.

Podríamos seguir haciendo nuestras propias citas, conjeturas y relaciones a partir de este texto que viene a enriquecer la siempre prolija producción de Pedro, pero le debemos eso, la limpieza. Esta novela se sostiene y vale por sí misma, poco o nada podemos hacer con nuestras palabras y comentarios mas que felicitarlo una vez más, desearle siempre éxito, salud y un chin de amor, y pedir por él y por Juvenal un fuerte aplauso. Muchas gracias.

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