Archivo de la categoría: Narrativa

Narrativa

Mi nombre es Alejandro Abdol

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Apresentar-me é tarefa tão esquálida quanto o óxido que corroê o ferro de meu sangue. Talvez seja a questão do sangue que tem colocado em mim o assombro da tarefa. Chamam-me de Alejandro Abdol. Muito prazer. Mas não sei como eu chamaria a mim mesmo caso tivesse que me nomear.

Deram a mim os nomes comuns, de Alejandro e de Abdol. O primeiro significa aquele que defende toda a humanidade. Acho que jamais seria capaz de defender uma formiga e ainda assim sinto uma tremenda culpa por não ter coragem para defendê-la. É claro que minha pesquisa na biblioteca municipal não pode ser levada muito a sério. Os nomes ocidentais, em especial os de origem grega, como o meu, geralmente tem uma fumaça mitológica que os transforma em algo grande e louvável. Coisa que nunca me interessou. Meu segundo nome é Abdol. Porém o correto seria Abdul. Escrito com a vogal U, não com O. Por um motivo qualquer, a possível surdez do escrivão do cartório de registo de nascimentos ou até mesmo do padre que registrou minha alma aos céus católicos, assim foi por desejo de minha mãe. Meus dois nomes com a inicial A. Parecido com as pilhas AA. Embora eu não tenha energia alguma. Impera em mim a preguiça, o desleixo, a hipocrisia e um caos orquestral. Um regente surdo que exige de seus músicos a ditadura do compositor, uma partitura silenciosa que conserva a música de esferas que não são mais que formas de cristais terrosos. Sujos e embriagados. E é assim que me sinto em qualquer lugar, como um surdo numa orquestra. Não compreendo, nem sinto nada além do desconforto da gala, das caras e das expressões de genialidade da composição. Sinto-me como um guarani, perdido no centro da cidade hostil. Na terra que foi minha, já não é. Na região que nasci, não era minha. Mas agora é.

Minha mãe é brasileira, meu pai do Líbano. Nasci em Santa Rita, no Paraguai, espécie de oásis para os brasilguaios. Não foi meu caso, aquele lugar representou a ruptura de mundos ainda que em conflitos em mim, não me reconheceu tal como um dia ainda hão de me reconhecer. Minha mãe falava português. Meu pai árabe, um árabe que nunca entendi. Eu aprendi apenas o português até meu 14 ou 15 anos. Uma língua tão bonita. A línguas de minhas ideias confusas e ofuscadas pela fumaça dos caminhões e carros da cidade que hoje vivo: Ciudad del Este. Na sua profusão precária de afetos. No sentir permanente, uma saudade de minha mãe. De meu pai não tenho saudades, dele herdei o Abdou já citado acima. Significa servente. Se ao menos tivesse se esforçado um pouco mais, poria o complemento. Allah. Para ficar Abdullah. Assim meu nosso seria interpretado como servente de Deus. Mas apenas sou um servente. Um servente qualquer, como quis meu pai.

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Bachata y Chipa

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No son los nombres de los protagonistas de alguna nueva novela, pero podrían perfectamente serlo.  Se trata, más bien, de constatar la fuerza de la bachata –su ligao– el cual  encontré hasta en Corrientes (Argentina), entre la gente que se aglomera ante un kiosko  de su costera sur para bailar o ver bailar las pegajosas composiciones del grupo Ventura.  Obvio,  para alguien que venga de El Torito de Villa Mella o del Blanco de Boca Chica, aquélla le parecerá una bachata sin picante; de las que desde el primer paso revelan el empeño con que se aprendió danzando en una academia.  Sin embargo, vivísima  allí se halla; en los auto-parlantes y entre los labios de las bellas muchachas correntinas.  Literalmente, una vez que las radios la difunden continuamente en La Paz (Bolivia), en Asunción del Paraguay y, aunque  aún no mucho, en Foz do Iguaçu del Brasil (donde vivo), se me hace que el ritmo dominicano domina incluso hasta el sur de Sudamérica.   La chipa es un pan de queso que, junto con el mate y el tereré, están desde antaño omnipresentes por aquí.   Y la bachata le sigue los pasos.

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Viagem a Santiago/ Andrés Ajens

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A seção de intervenções é uma seção única, inédita e especial, criada para este número de opercevejo.
Na terceira, o projeto de intervenção Viagem a Santiago, do escritor chileno Andrés Ajens: por meio de subtrações, sequestros e rasuras no livro Viagem ao México, de Silviano Santiago, Ajens desentranha um novo percurso, abrindo espectros de sentido. É um experimento que faz convergir leitura e escritura, desestabilizando a fixidez do texto impresso e a assinatura que o sustenta.

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Fozi Lady! (Primicia de nueva novela breve de Pedro Granados)

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Juvenal comenzó por escribir un poema sobre la cultura y también la poesía:

Cuando alguien te hable de cultura

Cuida bien tus bolsillos

Viejo hippy irredento

Viejo llorón

Enamorado de la luna

Viejo creyente en la poesía

Viejo lunático sin locura

Viejo amante

De pocos tiros a la sazón

Sólo sazón

Si alguien te viene con el cuento

Háblale de cultura

Y así quedan iguales

Pero lo molar

Término alquímico

De mi colega Adolfo

Me deja sin dientes

Y sin muelas

Pero sólo con los caninos

Es que les hablo

De la puta que nos parió

Pero que no es nuestra madre

Nuestra madre sigue siendo la poesía

La que me regala unas lágrimas

A veces

La que me hincha las pelotas

Y me hace comprender

Lo terriblemente huérfanos

Que estamos sin ella

Radicalmente huérfanos

Y como viviendo por las puras huevas

Cuando te hablen de cultura

Cuida bien tus bolsillos

Y cuando te hablen de poesía

También

            Pero lo que en realidad pugnaba por salirle del alma era de que si se acostaba o no con aquella hipnotizante muchacha.  Dieciocho años, esbelta (es natural) y cuidadosamente descuidada, aunque de modo leve, en el aseo personal.  Le olían las axilas y los pelos de la chucha de un modo tal que a Juvenal lo traían loco.  Loco de arrechura y, contra todos los pronósticos para su edad, maravillosamente in parodí.    Saludar a esta muchacha, sobre las calles del secreto y mojigato Foz do Iguaçu, era literalmente quedar untado por un buen rato en vagina.   Tragarse –entre los tumultuosos y enceguecedores flaches del deseo– desde sus pies divinos, un tanto  manchados de tierra; hasta el yuyo de su entrepierna probablemente con imperceptibles restos de caca.  Enamorado andaba Juvenal de esta literatura; y esta misma literatura decía que aquella muchacha había sido hasta hace poco alumna suya y que todo el mundo se le abalanzaría encima si la tocaba.  Si la desvirgaba, acompasadamente y en postas, con la lengua, la nariz, la pinga y hasta con cada uno de los hirsutos pelos de sus erectas orejas.  Yo pecador.  Aunque  ella para nada se hacía la invencible, la delataba cierta mirada.  Y una suerte de recónditos hipos cada vez que saludaba o se despedía de Juvenal.  ¿No habría estado César Vallejo, en la Clínica Arago y poco antes de morir, arrecho por alguna de sus jóvenes enfermeras?

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La flor azul (fragmento)/ Alejandro Alonso

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—¡¿Y tú qué, pinche Silencioso?! ¿Venites a ver qué pedazo te toca de mi parcela? ¡Cabrón!

E l m uc h ac ho s e c oh í b e; i nc l i n a l a c a b e z a . Afianza con nervios las correas de su mochila; le sudan las manos.

—¡Ya ni la chinga abuela!, déjelo que la salude primero.

Se oye la voz del yerno.

—¡Y a usté quién lo llamó! ¡Metiche! Mejor vaya a darle de tragar a su vieja. Pobre de mija, pa qué se casó con un hombre de plano tan juzgón.

Ante el tiroteo de palabras, el yerno prefiere la retirada.

A solas con su nieto, la mujer tuerce la boca y luego lo mira fijamente con una sonrisa de complacencia.

—¿A qué venites pues? Ya me ves, toy bien vieja, y con hartas arrugas en la cara. Mira mis manos. Ya vites. Tan viejas también y arrugadas. No tengo la mesma juerza de antes. ¡Pero hay de aquel que se me ponga en el camino o que un peyotero me quera robar o irse sin pagar el cuartito, porque yo solita y sin ayuda de naiden, me lo ajusticio!

La abuela respira profundamente y lo toma del mentón: “Te pareces reteharto al cabrón de tu padre”. El nieto esboza una sonrisa y mueve la cabeza afirmativamente como única respuesta.

Cual viento que se cuela por un resquicio y termina hacinado en un rincón, discreto, como si no quisiera incomodar a sus habitantes, así, este visitante sin voz, todo sensibilidad y lenguaje en los ojos, se aloja con la familia paterna, siempre solícito a la faena, mas por fuerza de costumbre que por afán de quedar bien.

La abuela, capaz de correrlo como a otros parientes movidos por la conveniencia, deja que ese viento no se mueva de su rincón; en principio, porque en su mirada descubre ingenuidad y una inteligencia preclara para dialogar con la naturaleza.

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Tarde e sol/ Diana Araujo Pereira

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Havia mais nuvens naqueles olhos que vigiavam a tarde que em todos os céus que banhavam as montanhas à volta.
Sentia a sensação do trânsito benéfico, do estar-à-metade-do-caminho, entre o antes e o sempre. Uma pontada de inveja percorreu-lhe como um calafrio de vozes profundas, que voltavam a sussurrar em seus túneis secretos.
Inveja do que sempre foi e será igual e imutável, plantas de beleza eterna, fugaz e tão duradoura. A natureza cambiante de todas as realidades possíveis ali se mostrava ainda mais indefesa, ante a natureza real e ecológica, concreta e sensorial do pôr-do-sol no final da tarde.
Subida no topo da montanha o mundo parecia admirável. Ao invés de enigmas, praças distantes com aparentes verdes e alguma outra cor desfalecida. Distantes também os ruídos e os indícios humanos.
Por isso se emocionava com as alturas e a proximidade do céu. Aquele imenso azul era a coisa mais límpida e real que havia conhecido. O que estava abaixo, com todas as suas mazelas, parecia a mais irreal das possíveis realidades.
Respirava profundamente porque até o ar era outro, e lhe infundia uma temperatura mais cômoda e pertinaz. Ali em cima, no alto, sentia a vertigem que lhe arrancava do torpor de todos os dias e lhe arremetia contra uma parede de rochas avermelhadas, de dureza imbatível, de serenidade conquistada. Ali era onde estava a vida, onde o mundo se apresentava como espetáculo silencioso e seguro. Onde o tempo interrompia os enigmas com a simples frase do sol ou da lua.
Subida no topo da montanha a vida voltava a circular ao redor e por dentro, vida de olhar e paisagem, de respiração e correntezas, de sondagens e margens. A vida, enfim, de realeza abrupta e constante, dos simples prazeres de tocar a terra e ser tocada por ela, de juntar-se aos outros pedaços e sentir o gozo de fazer parte da trama.
Romper o seu patrimônio e imiscuir-se no limiar das horas, do tempo. Trazer à tona e deflagrar a memória de passos já dados, de caminhos coletivos, de mapas percorridos.
A tarde traga o que sobra do nosso voo rasante, das esperanças vertidas em esperanças alheias.
Olhou o relógio e já teria que se levantar. Sabia que o milagre de pensar em contato com o sol que se punha não duraria mais que um pedaço de tempo.
Calçou as sandálias e se foi.

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Prepucio carmesí y otras novelas cortas, de Pedro Granados (FIL LIMA 2012)

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JUEVES 26 DE JULIO
SALA BLANCA VARELA
5:30 PM

Prepucio carmesí y otras novelas cortas, reúne: Prepucio carmesí (2000), Un chin de amor (2005), En tiempo real (2007), Una ola rompe (2012) y, la inédita, Boston Angels.

Nos encontramos ante un texto que no es fácil de leer y sin embargo su lenguaje nos resulta sumamente familiar. Es un texto que evoca a los fantasmas de la escritura. Un algo nostálgico inunda sus páginas. Un texto deforme e impredecible como lo es el mar. Es un texto que cuenta pero que también nos muestra lo invisible escondiendo la trama y lo evidente en una urdimbre de momentos y anécdotas. Un texto que resulta una fiesta para el lenguaje. Una celebración de la palabra. Un texto que nos remite al pasado. Ese tiempo pretérito que aún respira entre los acantilados de la existencia. Un texto que nos abandona dejándonos con el deseo de volver a la obra de Pedro Granados que es un futuro que él ha construido y que no existe salvo en la palabra.

Davo Valdés de la Campa (México)

Novelas breves, inmediatas, que hacen de la historia de Juvenal Agüero, la historia de cualquier hombre de letras arrojado a la intemperie de una existencia cada vez más intrincada, a caballo entre los retazos sincopados de Internet, ya todos entran en casa sin llamar, y el salto permanente entre imágenes y textos que contemplamos sólo por un instante. ¿De qué manera puede encarar el que vive del sueño y de la tecla semejante pandemonium de pulsos culturales? Pedro nos lo cuenta en un párrafo y sin apenas despeinarse, nada como su falta de afectación para decir las cosas desde la altura de quien ha experimentado seriamente con ello.

Juan Granados (España)

El humor es uno de los rasgos más logrados. El autor emplea y dosifica el humor a lo largo de la obra. Incluso en los momentos de mayor seriedad hay una pequeña cuota de ingenio humorístico.
El Prepucio viene a significar la cubierta que nos separa del mundo y nos mantiene encerrados y sin luz. La ruptura de ese prepucio es la salida al mundo para desenvolvernos como pensamos y sentimos y, sobretodo, para ejercitar nuestra libertad.

Edson Pacheco Briceño (Perú)

Una prosa cautivante, secreta, como un río de petróleo indescifrable que transita por el subterráneo y aúlla: Desaparecer bajo el triturador de mi cocina primero con un ruido áspero, pero después como un sonido uniforme, tan uniforme como el agua que lava y tan humilde desaparece. Versátil. Fuerte. Ya nadie usa tinta -es increíblemente costosa- ahora es el parpadeo de las teclas del escritor las que anuncian un estilo particular.

Daniel Beteta (Perú)

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Deslumbramiento/ Guadalupe Ángeles

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verde soberanía sin ocaso
como el deslumbramiento de las alas
cuando se abren en mitad del cielo
Piedra de Sol, Octavio Paz

Hay algo que agradezco a esta ciudad, después de todo: el olor del azar. En algunas calles que camino, por estas fechas, los árboles tienen pequeñas flores blancas que despiden un perfume que ha llegado a ser un deleite percibir. Cuando al andar me sorprende ese aroma dulce, doy gracias por tener un cuerpo todavía para disfrutarlo; yo, que tanto he dicho no querer un cuerpo, agradezco por el que tengo al tiempo, al azar.

Pero ¿cuándo nació esta oscura ocurrencia de no querer un cuerpo? Fue aquella mañana fría cuando nos miramos a los ojos, agotados, dejando tras nosotros, para siempre, al palacio blanco.

Ambos estamos fuera y quizá jamás debimos penetrar en las doradas estancias de aquel palacio donde por un instante fuimos lo que no seremos jamás, para siempre ajenos el uno al otro, voluntariamente solos después de la vasta furia de ese instante cerrado en el tiempo, para siempre fugaz.

Aquel día irrepetible te esperé caminando bajo el luminoso sol de una tarde de febrero, preparaba mi corazón para el silencio último o para la primera palabra. Yo estaba allí y tú llegarías; fui donde no supieras encontrarme y regresé y partí y tuve frío y dormí y esperé hasta escuchar que tocaban a la puerta y abrí: entraste, conversamos largo rato hasta que decidimos salir, y tras andar breves calles, fuimos a caminar sobre la arena, a sentir el viento a la orilla del mar.

Nuestras palabras iban limpiando el camino hacia cada uno de nosotros, quise ser clara como el cielo donde la luna se reía de nosotros.

Llegamos entonces al palacio blanco, poco antes lo habíamos visto de lejos, era una construcción imposible a la orilla del mar: sobre rocas oscuras elevaba su deslumbrante presencia. Había luces encendidas dentro, pero el silencio lo envolvía, sólo se escuchaba el romper de las olas contra sus paredes de piedra. Entramos por una puerta apenas insinuada en uno de sus flancos, subimos por una escalera tallada en roca y nos encontramos con el palacio totalmente deshabitado: lujosos muebles, adornos de acero y cristal sobre mesas de mármol, todo era blanco, sólo algunas figuras y paredes doradas hacían el conjunto más sobrio, elegante, claro.

Vimos una amplia escalera al fondo de la estancia, ascendimos hacia las habitaciones donde edredones blancos cubrían enormes camas, alfombras mullidas; pasillos donde espejos reflejaban nuestros gestos de asombro, nuestras manos tomadas a la espera de alguna clave para huir; pero nada, sólo el rumor del mar y nuestros pasos sobre el mármol entre las plantas dispuestas junto al umbral de puertas desmesuradamente altas.

Y fue en una habitación rodeada de espejos donde decidimos quedarnos a esperar, quizá seducidos por aquella mesa de cristal sobre la que esperaba un tablero de ajedrez. Por jugar, apagamos la luz y vimos la estancia iluminada por el brillo de la luna, pues justo a un lado de aquella mesa se abría un enorme ventanal que daba al mar; encendimos la luz y con apenas una mirada nos pusimos de acuerdo: yo tomé asiento frente a las piezas doradas; tú, dueño de las figuras de cristal cortado iniciaste la partida; aún me río de mí: vergonzosamente perdí al tercer movimiento y tomé tu mano izquierda, sobre su palma recosté mi mejilla sólo un instante… antes de que penetrara por el ventanal un gigantesco ángel moreno de cabello lacio, cuya armadura lanzaba destellos bajo la blanca luz. No hubo tiempo de nada: desde su enorme estatura nos miró en medio del batir sereno de sus alas abiertas, suaves, y nos tomó como a muñecos de trapo, no dijo una sola palabra, atravesó nuevamente el gran ventanal quizá con la firme intención de arrojarnos al mar, pero tras mirarnos un segundo decidió llevarnos de regreso al palacio, a una de las salas donde paredes de mármol gris reflejaban la imagen de una orquesta inexistente que interpretaba un aria poderosa; nos lanzó con fuerza hacia dentro, pero sonreía; sin dejar de mirarnos se acercó lentamente y ante el fuego encendido en una chimenea al fondo de la sala, donde tú y yo, agazapados esperábamos, temblando; nos miró sonriendo de mala manera, luego nos tomó con una sola mano, se ovilló a un lado del crepitar de las llamas, sobre la blanda alfombra, y se dedicó a observarnos hasta que cesó la música. Luego, en medio del silencio, sin soltarnos, pasaba sus dedos sobre nuestros ojos cerrados de angustia, nos tocaba el pelo, el rostro; nuestros brazos parecían de acero, pero tu corazón y el mío manteniendo un ritmo acelerado expresaban un temor tan grande como sus alas, que tras él, quietas, abiertas, nos fascinaban.

Y así estuvimos, presos de su curiosidad un largo instante, un breve segundo intacto que parecía inacabable… hasta que se oyeron voces, gritos… él se puso de pie, y olvidándonos, salió tranquilamente por el gran ventanal, desplegando sus alas e iniciando un majestuoso vuelo hacia la noche.

Inmóviles, lo vimos traspasar el umbral de la ventana y poco después se apagaron las voces.

Salimos de prisa sin ver a nadie, al fondo del pasillo encontramos una escalera de caracol por la que descendimos directamente hacia la playa, justo tras el palacio, donde rompían las olas.

Sin volver la vista corrimos por la orilla del mar hasta que los primeros rayos del sol iluminaron el cielo.

Muertos de cansancio nos miramos a los ojos y en un abrazo último, sin decir nada, envueltos en el frío de la brisa marina, nos despedimos para siempre, incapaces de vernos otra vez, después de haber sentido la cruel belleza del ángel que para siempre permanecería en nuestros sueños, mirándonos mientras aquella música indescriptible nos aterraba y seducía al mismo tiempo… fue entonces que quisimos ya no tener cuerpo, nunca.

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Comida zombie

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La comida de Anna era zombie. Todo lo cocinaba en el espacioso micro-ondas; jamás en la poderosa cocina con finos acabados de cobre y listones de tocuyo que venían acaso del tiempo en que la compró, hacía años. Filetes enormes de pescado, brócolis gigantes, tomates enteros, granos de pimienta con vida autónoma, harta mantequilla. Y en todo esto, lo de cocinar mientras contemplaba por minutos cada una de las piezas de carne e incluso la aún dormida especería, pasaban horas. No me creerá el boquiabierto lector, pero estas invitaciones de Anna a cenar –en nuestro propio apartamento– podían comenzar a las 7 pm y terminar a la una de la mañana del día siguiente. Eso sí, junto con la película estelar o la pelea más nocturna del programa de box. Se apagaba el televisor y se daba por concluida la cena. Donde, por lo general, no había podido avanzar más que en su cuarta parte… y las zanahorias casi enteras y los tabiques de cebolla que hacían como una maqueta dentro del plato –con su tan característico y homogéneo tono pálido– habían ido a parar al tacho de basura que yo tenía siempre camuflado para la ocasión.

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