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Ensayo

Frido Martin: limpias sonoras

y apestas cuando léesme aquí

y esperarte

aquí en la posada de mi escucha

do gimes esta alerta de tsunami

Frido [Martin] o Marco [Young Rabines], como prefieran, ocupa un lugar singular entre mis memorias de profe de colegio.  Coincidimos en el “San Andrés”, a mediados de los años 70, junto con otros muchachos con peso específico, Napurí, Tokeshi, McKay, sólo por citar algunos apellidos, institución centenaria donde enseñé literatura.  Hechizado por naturaleza, Frido ha sabido honrar su vocación contrafáctica sembrando un minucioso desconcierto  por donde se desplaze.  Lugar y tiempo, cómo no, se lo agradecen, se lo agradecerán.  Ahora, desde que incluimos algunos de sus poemas en nuestra antología para la revista Arquitrave, “Poesía peruana actual” (2007), ha pasado ya alguna agua bajo el puente, cada vez más caudalosa o performática y, asimismo, discursiva o enfocada en el detalle de corte barroco.  En Arquitrave decíamos sobre Naufragios (2005), hasta este momento su único libro de poesía: “rito carnavalesco, travestista y, no pocas veces, la mar de desopilante; aunque, con mucho más énfasis que en Chocano [Magdalena], siempre entre los bastidores de isotopías típicamente barrocas”.  En lo básico, ambas serpientes, voz y sotileza, se alían y trenzan en lo que ha sido su trabajo e incluso en el nuevo poemario que alista (y del que esta nota constituye algo así como una primicia).  Trenza que se halla debajo (como en el Uku Pacha) y que debemos identificar y no confundir con el  soporte de su trabajo, aunque éste sea cada vez menos el papel y, en cambio, de modo mucho más frecuente, la electrónica y la escena.  El performance de Frido logra resolver una dificultad o límite fundamental de las propuestas que, a la corta o a la larga, resultan monótonas y estériles de la creación a través de efectos sonoros de máquinas o programas computacionales al uso.  Y esto último porque, de modo fiel, para su arte Frido continúa valièndose del barroco.  Es decir, tal como la Fábula de Polifemo y Galatea, de Luis de Góngora, no constituye un mero lío o amasijo arbitrario de palabras –lo  demuestra su prosificación por parte de Dámaso Alonso– tampoco a la propuesta de Frido la define, en lo fundamental, lo aleatorio.  No está hecha de “fragmentos” (vanguardia histórica), sino de “fermentos” locales y vivos del cuerpo despedazado del Sol (Inkarrí); y por esto es que sus sonoridades, experimentación con el sonido, pueden limpiar.  Otra vez, tal como sucede con los personajes de la Fàbula de Góngora, puede hacernos regresar a nuestra corriente y fuente, el agua sencilla y clara.  En suma, en el arte de nuestro siempre joven poeta limeño subsiste una prosa, un manifiesto, una consigna; veladura sobre algo absolutamente real, cotidiano y palpable que se nos invita a develar.  Por lo tanto, la suya no constituye una deconstrucción más de lo ya por enésimamente vez deconstruido; sino, por el contrario, su propuesta pretende un “giro ontológico” incluso, siendo Marco Young Rabines lingüísta, respecto a la ubicua “cárcel” del lenguaje,  Y, en este sentido, su trabajo ha evolucionado; no se contenta ya sólo con el humor desestabilizador, el cual felizmente para nada ha perdido, sino que ha través de los sonidos reencuentra –casi sin proponérselo, como debe de ser– un origen, se reconecta con un punto de mira (ceque andino) o, más bien, eco civilizador para una democracia posantropocéntrica o perfeccionalizada.  ¿Barroco + Inkarrí podrían liberarnos?

POEMA DE OÍDAS

(PARA SER LEÍDO

DE OÍDO EN OÍDO

EN MODO ASMR)

 

Hoy elido el oído

 

No es el oído:

es el odio

el odio de dios

 

No es el odio:

es el oído

el oído de dios

 

Soy Elohí

soy Elohí

do soy Elohí

do soy el oí

do soy Elodio

 

Hoy elido el oí

do hoy he leído el oí

do oye el ídolo ido

2-9-18

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TEKNOTRILCE

https://www.facebook.com/Universidad.Nacional.de.Musica.Peru/videos/901618917017854/

Tal como decíamos en el inicio de nuestro breve ensayo, César Vallejo musical (2020), y cuyo pdf del texto completo tienen aquí mismo,  intentando llamar la atención sobre las especificidades de la música en la poesía del autor nacido en Santiago de Chuco, cito:

Mención necesaria y liminar, en este ensayo, merece el famoso artículo de Xavier Abril (“Vallejo, la música, exégesis del poema XLIV de Trilce, el influjo mallarmeano y la crítica”) (Abril 63-91).  Título y palabras claves, a un tiempo, que nos permiten asentir en lo sustancial con aquel talentoso crítico peruano, sobre todo con su postura contra la “incuria ultraísta” o vanguardista según la cual Vallejo –en Trilce— renunció a la música.  Aunque, no asentir, en el focalizado y sistemático fervor mallarmeano que Abril cree entrever en la poesía del autor de Los heraldos negros.  En síntesis, acierta el autor de Exégesis trílcica, cuando percibe aquel  poemario de 1918 en franco “acatamiento rubeniano” o verleniano y, no menos, pleno de “referencias musicales”.  Ni sólo Mallarmé –aquello de que no se trata ya más de “trozos sonoros regulares o versos, sino de subdivisiones prismáticas de la Idea”– ni únicamente la música culta o europea constituyen aquello que satisface a plenitud al “melómano” Vallejo.  Sino que fue también, y sobre todo, la música popular o cotidiana o incluso “mítica” (glosolalias cuyas ondas, según Paul Zumthor, persisten aunque la cultura que las originó haya históricamente desaparecido) a lo que César Vallejo, en lo fundamental, y en toda su riqueza y complejidad, supo prestar oídos.

Pues hoy, grata y muy sugestivamente, nos encontramos con una nueva vuelta de tuerca sobre lo mismo: Microtrilce.  Sobre lo mismo, aunque sobre lo que acaso ni Abril ni tampoco Mallamé pudieron sospechar.  Y que, respecto a la investigación de los sonidos en esta poesía,  va del modo siguiente, cito del facebook de la Universidad Nacional de Música del Perú:

Microtrilce forma parte de las prácticas preprofesionales de los alumnos de composición de la Universidad Nacional de Música. En este trabajo se emplean poemas completos o versos del poemario Trilce de César Vallejo como el material principal de cada micropieza.

El objetivo consta en grabar voces recitando el poema para obtener samples, los cuales pasarán al programa pure data para ser procesados y posteriormente, todas las acciones realizadas se automatizan para ser reproducidas por el programa. Es aquí en donde el alumno además de la creatividad personal, emplea conceptos de la carrera de Composición musical e incorpora los conocimientos adquiridos en cursos como Informática aplicada y Taller de electroacústica.

Sin embargo, y las siguientes pueden ser –entre otras–  algunas preguntas a la actual propuesta, la cual denominamos y no menos, asimismo, patentamos, “Teknotrilce”: ¿Trilce se conforma en última instancia con el sonido?  Acaso a la manera de cómo la “escena cerebro” incluye en sí misma, de modo sintético, una escena paralela convencional y mayor (Trilce/Teatro: guión, personajes y público).  Y una segunda pregunta, más que al reciitado humano, sobre el que se basa Microtrilceno deberíamos  estudiar y valorar (y con qué criterios), directamente el producto “final”; es decir, la propuesta del “programa pure data” que queda grabado en el CD.  En suma, que deberíamos estudiar directamente al programa o lo posantropocéntrico porque lo antropocéntrico (estilística, filología, estudios culturales, etc.), aplicado por la crítica convencional al poemario de César Vallejo, aparentemente ya fue.  Interrogación que, en parte, ya nos surgiera a raíz de la “¿traducción intersemiótica?” de algunos textos de nuestro pemario Roxosol (2018), por el poeta Edgar Artaud Jarry (nombre artísitico del científico mexicano Edgar Altamirano), usando un robot (SoundCloud).  Aunque los antecedente directos y específicos de la presente iniciativa del Laboratorio de Música Electro Acústica y Arte Sonoro de la UNM sean, cito del folleto adjunto al CD, los trabajos de César Bolaño (1964), sobre el poema “Intensidad y altura”, y “Dados eternos” de Rajmil Fischman (1991).

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La poesía de Pedro Granados/ Rafael Soto Vergés

Rafael Soto Vergés (Cádiz, 24 de agosto de 1936 – Madrid, 14 de julio de 2004)

“La soledad, la tribu, el desencuentro, la amargura refleja o autoreflexiva de sus propios poemas, el nihilismo vitalista, el desencanto existencial de lo peruano y hasta de lo universal más frecuentado (valores, toponimias, experiencias), le han hecho huir de tópicos, de manidas interpretaciones, de lugares comunes de la lírica.  Su autenticidad es proverbial y su sinceridad es un ejemplo para los escritores de oficio.  Porque, deliberadamente sin oficio, Pedro Granados se ha entregado a esa gran tarea de ser poeta.  De dejar en la tierra el testimonio, angelical, furioso, humano, de alguien que ha existido y sufrido.  Este es un canto hermoso, una sombría dádiva, un regalo de lágrimas, bajo las estaciones de las aves de paso” RSV

http://www.jornaldepoesia.jor.br/BHBHpedrogranados02.htm »Leer más

“’Tengo un miedo terrible de ser un animal”

black and white close-up image of horse’s eye

Pedro Granados,“’Tengo un miedo terrible de ser un animal’: Animalidad, mito y polis en la poesía de César Vallejo”.  Vallejo 2016.  Actas del Congreso Internacional Vallejo Siempre.  Lima: Editorial Cátedra Vallejo, 2016.  183-189.

Sumilla

A través del poema de César Vallejo, “Tengo un miedo terrible de ser un animal” (22 Oct. 1937), perteneciente a Poemas humanos, se hace una cala en  Los heraldos negros (1918), Trilce (1922) y Escalas melografiadas (1923) del mismo autor; y se comprueban estrechos vínculos estéticos, ideológicos y políticos entre estas cuatro obras vallejianas.  Entre aquello que comparten se halla la idea, según la cual, la animalidad y el mito –y en ambos van también las emociones– deberían constituir parte fundamental de toda polis.  Y, no menos, ingredientes alternativos a la búsqueda y cultivo de un “conocimiento puro” (Paul Valéry) de raigambre europea.  En síntesis, se presenta la obra poética de César Vallejo como un paradigma, asimismo, de cultura y pensamiento latinoamericanos.

Palabras claves: Animalidad y mito, Animalidad y polis, Paul Valéry-César Vallejo.

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“Poesía y canon dominicano del siglo XXI: una panorámica”/ Sandra Alvarado Bordas

“Frente a esta idea canónica de la poesía y de la literatura dominicana, podemos encontrar otras voces críticas que se alejan del centro institucionalista y legitimador de una poesía que resulta ser «barroca, culta y verboseada», como la denomina Ariadna Vásquez, refiriéndose a la labor crítica sobre esta poesía que ha venido realizando Pedro Granados” (Alvarado Bordas 74).

“La literatura dominicana hoy”

Dossier (Coordina Alejandro González Luna)

Cuadernos Hispanoamericanos, pp.72-139.

72 Sandra Alvarado Bordas – Poesía y canon dominicano del siglo XXI: una panorámica

91 Manuel García Cartagena – Contextos de la narrativa dominicana (1980-2020)

109 Fari Rosario – De la playa a la cartografía de la ficción: la novela de República Dominicana, 1995-2019

139 Basilio Belliard – Visión histórica del ensayo en la República Dominicana

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Poesía peruana y mediación conceptual

“Si alzando las manos,

formando una garra,

pudiera desgarrar

mi cielo más próximo…

Quizá esa sea la destreza

del hombre del futuro.

Comerse su propio cielo”       (Granados 1986)

La capacidad mediadora de la poesía peruana –en perspectiva conceptual o multinaturalista[1]— alcanza su plenitud con Trilce.  Logro que tiene sus antecedentes en el mito de Inkarrí, Dioses y hombres de Huarochiri  y la Nueva corónica y buen gobierno de Huamán Poma de Ayala.  Además, en su reacción a la poesía “mundonovista” del Modernismo (José Santos Chocano).  Así como, por otro lado, en cuanto aquel poemario de 1922 constituye una elaboración propia del costumbrismo limeño (Granados 2007) –tipo Ricardo Palma, Clemente Palma o José Diez Canseco–; lo mismo que del criollismo o ruralismo del grupo Colónida y Abraham Valdelomar (Granados 2017a).

Trilce que tiene en los 30′, a través de la poesía de Martín Adán, a su mejor glosador multinaturalista en clave barroco-coloquial.  Y ya en la generación del 50, dado el interés por la cultura precolombina entre la mayoría de sus miembros –sobre todo entre los motejados “puros” (Javier Sologuren, Jorge Eduardo Eielson, Blanca Varela, etc.) y no tanto así entre los “sociales” (Alejandro Romualdo, Washington Delgado, Pablo Guevara, etc.)– al poemario Estancias (1960) de Sologuren como un auténtico heredero de su poderosa mediación conceptual.  Obviamente, una vez catalizada la lectura de este último poemario con la antropología de Claude Lévi-Strauss, el budismo Zen (Daisetsu Teitaro Susuki) y, no menos, con lo que ha elaborado Eduardo Viveiros de Castro sobre el pensamiento amerindio.  Estancias, entonces, cual un concatenado repertorio de ideogramas o discretos diseños con los cuales entablar, desde el Perú, un diálogo intergaláctico.

Seleccionamos a Javier Sologuren, a quien dedicamos nuestra tesis de Bachiller en Humanidades por la PUCP (Granados 1987) y no, por el contrario, a Jorge Eduardo Eielson o a Blanca Varela –habiendo estos últimos incluso rescatado de modo explícito la herencia precolombina en sus poemas– porque en el primero de ellos prima el existencialismo tanto como, en la poesía de Varela, predomina el expresionismo. Ahora, no es que no sea posible, implicando a Lévi-Strauss o a Viveiros de Castro en nuestra tarea, levantar una topografía multinaturalista a partir de la lectura de aquellos poetas peruanos; sino que la fanopea de Javier Sologuren –acaso de modo paradójico en tanto poeta “puro” o en menor grado “ideologizado”–  mapea y sintetiza aquella mediación de manera simple y sorprendentemente elocuente (Rebaza 2000).

Por otro lado, y de manera secuencial, generación poética peruana de los años 60-70 que, a semejanza del subgrupo de los poetas “sociales” del 50′, estuvo intensamente interesada, acaso con la solitaria excepción de Luis Hernández Camarero, en la real politik y no en lo post-humano (otra manera de aludir al multinaturalismo).  Así como los poetas peruanos –del 90 y del 2000– escasamente se concibieron amerindios.  Y, más bien, estos últimos asumieron y ventilaron en sus obras diversos tipos de problemáticas globalizadas y urbanas como la de la identidad (género, etnicidad), ecología e incluso una construcción cultural filantrópica como la del multiculturalismo; además de ensayar un desmontaje semiótico generalizado: “giro lingüístico”, “giro visual”, etc.  Ante este panorama, es recién hasta la poesía de la denominada generación de los años 80 (ejemplos, Magdalena Chocano o este autor) y, también, la de dos poetas contemporáneos y al mismo tiempo marginales  de Hora Zero (años70) como José Watanabe y Vladimir Herrera, cuando la mediación conceptual vía el “giro ontológico”[2] o el multinaturalismo –y, no menos, la extraordinaria irradiación de Trilce— se ha tornado tan marcadamente relevante e influyente en toda nuestra región: “Vallejo en español selvagem y portunhol trasatlántico” (Granados 2017b). (P.G.)

[1] Según la cual: “se afirma la unidad (‘universalidad’) de un espíritu cósmico versus la diversidad (o ‘particularidad’) de los cuerpos naturales (Rizo-Patrón).

[2] “Las aproximaciones ontológicas críticas [ni “naturalismo” ni “constructivismo”] están unidas en su cuestionamiento de la capacidad de la ontología moderna de la sustancia cartesiana—la visión de que el mundo está dividido en dos tipos de sustancias, materia extendida y pensamiento—para explicar plenamente el mundo material.  Fundamentalmente, la metafísica alternativa consiste en ontologías relacionales.  Más que hechas de objetos discretos o piezas de materia, todas las cosas están constituidas por sus relaciones. […] Un nuevo lenguaje intenta imaginar la compleja topología de estas realidades relacionales, incluyendo la “red” de Latour (2005), la “malla” de Ingold (2007, 2012) y la “mezcla” o “enredo” de Barad” (Alberti 2017).  Y, no menos, el “multinaturalismo” (1996); aunque: “Es revelador que el objetivo de Viveiros de Castro –sistematizar el pensamiento amerindio en una metafísica tal que pueda tener un efecto recíproco sobre el pensamiento antropológico y la metafísica “naturalista” u occidental—rara vez es citado.  Como tal, mucha de la ontología social y la nueva arqueología animista omiten la postura crítica de la obra de Viveiros de Castro” [Aunque esto ya lo curé desde la obra de un poeta “amerindio” como Javier Sologuren, y sustenté en la PUCP ya en 1987]. (Alberti 2017)

Referencias

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Eielson y Sologuren

http://repositorio.pucp.edu.pe/index/handle/123456789/4780

Es sabido que la poesía del polifacético artista peruano pareciera atravesar varias etapas que irían, grosso modo, desde la conciencia de la escisión o fragmentación de la experiencia personal.  Por ejemplo, en Noche oscura del cuerpo: “Cuento los dedos de mis manos y mis pies/ Como si fueran uvas o cerezas y los sumo/ A mis pesares” (“Cuerpo mutilado”) o “Siempre rodeado de espuma/ Siempre luchando/ con mis intestinos mi tristeza. Mi pantalón y mi camisa” (“Cuerpo en exilio”); y, sobre todo, en Habitación en Roma.  Hasta una paulatina reconciliación individual, comunitaria y sideral con el presente y con el pasado. Sin embargo, no podríamos corroborar que en Sin título (2000) u otros poemas no publicados en libro, tal como señala Susana Reisz en “Eielson visionario”: “el amor es una auténtica relación: dual y cósmica al mismo tiempo. El cuerpo es el de la persona amada y también el del universo” (Nu/ do. Homenaje a j.e. eielson. José Ignacio Padilla (ed.) (Lima: PUCP, 2002), de ninguna manera. Más bien, su opción por lo continuo o indiferenciado o abstracto, una vez superados los “nudos”, no deja de traslucir crisis de compañía, cierto énfasis sutil en la soledad voraz.

Esta impronta de su último arte vallejiano, para bien suyo -y en desmedro de la crítica tendenciosamente uniforme que encontramos, por ejemplo, en el libro de Padilla–, no hace sino confirmarnos, a pesar de que aquella crítica en general lo soslaya, que lo mejor de la producción del gran poeta peruano sigue siendo Noche oscura del cuerpo (1955). Lugar de llegada prosódica, sintáctica y temática que en la obra posterior -con muy pocas novedades- se calca estilísticamente y, en los motivos, sobre todo si seguimos a aquella crítica homogénea, fatalmente se dulcifica. La poesía de Jorge Eduardo Eielson sigue encontrando su fuerza, aunque expresada quizá a costa del propio autor o ahora con aún mayor pasmosa inteligencia, en el “escarnio y deshora”. Si no fuera así, la poesía de Jorge Eduardo Eielson se parecería cada vez más a la de su amigo, compatriota y contemporáneo, Javier Sologuren. Mas, dado el caso, y en el precio de estas equivalencias, pesarían el orden y el concierto, lo eximiamente destilado y, claro, en la comparación saldrían mucho mejor librados los beatos versos del desaparecido autor de Vida continua. P.G. »Leer más

César Vallejo y su pensamiento cuantitativo

Tenemos entre las manos un libro interesante, se trata de Las ideas estéticas de César Vallejo (Lima: Fondo Editorial del Pedagógico San Marcos, 2005), firmado por el licenciado en filosofía peruano Lawrence Carrasco (1966). Mas, tal como el subtítulo nos advierte, circunscrito al Estudio de sus textos en prosa reflexiva, desde 1915 hasta 1937; es decir, desde su tesis de Bachiller en Letras para la Universidad Nacional de Trujillo (“El romanticismo en la poesía castellana”) hasta sus últimas crónicas redactadas en París. No se ha ventilado, pues, y tal como define José Martí a la poesía en general, la flor del pensamiento del autor de Trilce. Sin embargo, tronco y ramas son útiles para que advirtamos de algún modo la naturaleza y características de la flor vallejiana; éste, creemos, es el mérito del presente trabajo.Ahora, el título de nuestra reseña, aquello de “pensamiento cuantitativo”, alude al famoso estudio de Giovanni Meo Zilio(1), a las conclusiones a las que arriba éste una vez aplicadas a la poesía de Vallejo las técnicas de la lingüística cuantitativa computacional; es decir, nos preguntamos qué tanto la labor de Carrasco es análoga a la de Meo Zilio. Aunque, claro, ambos se dediquen al estudio de géneros distintos en la producción de Vallejo, y el estudioso italiano se ocupe del significante mientras Carrasco lo haga, digamos, del significado o, como bien nos precisa, de la “Estética de Vallejo” (15)(2). Sin embargo, tal como podemos inferir, ni uno ni otro de estos dos repertorios denotativos y más o menos sistemáticos, una vez puestos a girar en ese caleidoscopio casero que es la poesía de Vallejo, queda indemne. Vale decir, al menos en el caso del trabajo pionero de Meo Zilio (sus antecedentes se remontan a 1960), sus unidades muchas veces invierten su valor, se metamorfosean y, por lo general, proliferan en ese juego de inagotable oxímoron a que nos somete la poesía del autor nacido en Santiago de Chuco. Por lo tanto, no es descabellado pensar que algo similar puede ocurrir con este corpus de “ideas y pensamientos sobre la realidad” de Vallejo.

Sin embargo, en un subcapítulo intitulado “Más allá de la dialéctica”, nos gusta y parece muy atinada la frase con la que Carrasco pareciera también advertir la relevancia de aquella turbina oximorónica: “síntesis momentáneas de positividad y negatividad” (57). Creemos que no de mejor modo podríamos describir la dinámica del intelecto de Vallejo -en este caso su heterodoxia de la dialéctica- que hallamos, tal como nos lo demuestra Carrasco en algunos pasajes de su estudio, tanto en su “prosa reflexiva” como, insistimos nosotros, abrumadoramente en su poesía: aclimatar de modo efímero dos conceptos opuestos, pero -al mismo tiempo- sin desnaturalizarlos, sin alienarlos en absoluto de su alteridad.

Ojo que no pretendemos decir que lo sistemático se asistematiza tan sólo por cambiar de género literario, por la mera especial relevancia del paralelismo en los versos, sino porque en el caso particular de la poesía de Vallejo son gravitantes también otros ingredientes , varios de ellos ya apuntados tradicionalmente por la crítica, por ejemplo: el arte de la “tachadura” (Julio Ortega), el incluir de modo directo en la escritura lo que usualmente desechamos del inconsciente (Jean Franco), la hibridez cultural textualizada en el género (Fernando Alegría), la “teología negativa” observada por Gutierrez-Girardot, el fino sentido del humor -inteligente distanciamiento de sus referentes- incluso en los momentos más dramáticos de sus poemas (Yurkievich), etc. Sin embargo, y para complicar aún más el panorama, pensamos que -como en toda gran obra de arte- ninguno de aquellos ingredientes o yuxtapuestos niveles de dificultad son sistemáticos en la poesía de César Vallejo; es decir, todo lo anterior se halla coludido y se ofrece de modo simultáneo en sus versos.

Desde otra perspectiva, podríamos decir que tipos de trabajo como el presente se avocan al estudio del aspecto horizontal del pensamiento de Vallejo -su naturaleza extensiva y no intensiva- y no al vertical, por cierto, fundamental en su poesía. Sin embargo, algo de esto ya ha sido también observado por el mismo Carrasco cuando, en sus propios términos, nos habla de la importancia de la sensibilidad en la poesía del peruano: “En este sentido, Vallejo suscribe plenamente el pensamiento de Pascal: ´El corazón tiene sus razones que la razón no comprende´” (52). Más aún, cuando ahondar en la naturaleza de la sensibilidad vallejiana puede ser, siguiendo a Carrasco, determinante para asimismo entender su estética: “La sensibilidad aborigen o indígena es para Vallejo lo que cuenta a la hora de valorar la grandeza o miseria de las obras humanas, incluidas las de carácter político, religioso y cultural en general” (118); aunque, algo después -y continuando con su comentario a un pasaje de “Contra el secreto profesional”- el mismo autor aclara que es un malentendido “creer que sólo pueden tener sensibilidad indígena los indios, y no los mestizos o los blancos” (119). Es decir, al margen de la esbozada polémica entre cosmopolitismo/ autoctonismo o hispanismo/ indigenismo, Carrasco, queremos creer, no hace otra cosa que invitarnos a leer la poesía del autor de Paco Yunque. En pocas palabras, es imposible asomarnos a Vallejo sin tomar en cuenta –y en primer lugar– su poesía. Lugar donde hallamos, en su florescencia, el árbol de las ideas vallejianas y donde podamos percibir y, probablemente, intentar describir mejor aquello tan inasible como su “sensibilidad aborigen o indígena”.

El libro que reseñamos se divide en tres capítulos: “Sujeto moderno y experiencia estética”, “Creación y producción artística” y “Problematicidad de las relaciones entre el artista y la sociedad moderna”, respectivamente. Para nosotros, de los tres, el primero es absolutamente prescindible y último es el más personal; Carrasco trasciende aquí el acartonamiento académico y hace un poco más suyo lo que él mismo distingue, por ejemplo citando a Octavio Paz, debería ser un ensayo: “La crítica no es tanto la traducción en palabras de una obra como la descripción de una experiencia” (100). En este sentido, es notable lo que Carrasco sugiere sobre la clase de crítica que practicaría el propio César Vallejo. Frente la dictadura de lo alegórico propia de una tradición exegética centrada, desde el Renacimiento, en la mimesis de las fuentes -como el arte lo debía ser de la realidad natural– o, como hoy en día, en el reflejo de la serie social (Cultural Studies), Vallejo estaría abierto constantemente -a diferencia de aquella crítica profesional- a la democracia de la metáfora: “Vallejo defiende la crítica científica, pero no quiere ser considerado como crítico; no se reconoce como profesional de la literatura, sin embargo, es graduado en literatura por la Universidad de Trujillo, y escritor de poesía, narrativa, teatro, etc. Se puede decir que hay en él vestigios renacentistas y románticos contra la profesionalización, como cuando experimenta cierta simpatía con la vida de los hoboes [Walt Whitman, Jack London, Carl Sandburg], esos vagabundos anarquistas que iban de ciudad en ciudad estadounidense, trabajando en oficios menores para no quedar atrapados en la gigantesca, alienante y amenazante maquinaria capitalista” (95).

Nosotros añadiríamos que Vallejo hace suyo un gesto muy contemporáneo, aunque no menos polémico, de la crítica; creemos que sueña, por ejemplo como Michael Foucault: “con el intelectual destructor de evidencias y universalismos […] el que se desplaza incesantemente y no sabe a ciencia cierta dónde estará ni qué pensará mañana […] el que contribuya allí por donde pasa a plantear la pregunta de si la revolución vale la pena (y qué revolución y qué esfuerzo es el que vale) teniendo en cuenta que a esa pregunta sólo podrán responder quienes acepten arriesgar su vida por hacerla” (164)(3) . No otra cosa intentó hacer César Vallejo en vida -con su humanidad, su crítica y su poesía-, sino ser consecuente con sus sueños. Esto último, claro está, en consonancia con lo que el filósofo peruano David Sobrevilla caracteriza -y Lawrence Carrasco acertadamente refiere- como la tercera teoría del compromiso vallejiana: “En su ponencia ´La responsabilidad del escritor´ Vallejo contrapone el lema de Cristo ´Mi reino no es de este mundo´ y al que él mismo enunciaba para el intelectual en El arte y la revolución: ´mi reino es de este mundo´, el lema siguiente: ´Mi reino es de este mundo, pero también del otro´ -o sea del espíritu y a la vez de la materia” (124). Debemos admitir que de algo así trata la obra general de César Vallejo, para no circunscribirnos sólo a su poesía. Considerar, pues, que aquélla es siempre una mezcla oximorónica, vale decir, de tragedia motivada e inmotivada alegría.

notas

(1) “El lenguaje poético de César Vallejo desde Heraldos negros hasta España, aparta de mí
este cáliz, visto a la luz de los resultados computacionales (Materiales para un estudio de
lingüística cuantitativa) en César Vallejo. Obra poética. Américo Ferrari (coor.). Madrid:
Fondo de Cultura Económica, 1996. 621-660.

(2) El autor sintetiza, en el No 1 de sus “Conclusiones”: “Se puede plantear la existencia de un corpus teórico del pensamiento vallejiano, a partir de la sistematización orgánica de sus textos en prosa reflexiva. Denominamos prosa reflexiva a la que se puede considerar como transmisora de ideas y pensamientos sobre la realidad” (129)

(3) Un diálogo sobre el poder. Miguel Morey (trad.). Madrid: Alianza Editorial, 1981.

© Pedro Granados, 2005

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Algo más de poesía peruana: A propósito de Carlos Llaza

Acierta Julio Ortega, en sus oscilaciones críticas[1], sobre la poesía peruana que viene desde los años sesenta hasta, añadiríamos nosotros, incluso nuestros días:

Me doy cuenta ahora de que cada tanto yo cambiaba de opinión, y me llenaba de remordimientos: después de preferir la poesía de Rodolfo [Hinostroza], me resultó algo sobrescrita; después de preferir la de Antonio Cisneros, me pareció algo astuta; y después de preferir la de Lucho Hernández, me sorprendió la candidez de su ingenio (La comedia literaria)

No existe sobrescritura ni astucia en ningún poema de Martín Adán.  Tampoco en Vallejo; aunque, sí, acaso algo de sobrescritura en sus dos extremos: Los Heraldos negros y España, aparta de mí este cáliz ya que,  en ambos a veces, lo excede o el drama de su orfandad o lo humano de su emoción.  Tampoco es para nada astuto, aunque sobrescriba por exceso de virtuosismo, Jorge Eduardo Eielson.  Wetsphalen sobrescribe por doquier.  Varela es la soberana astucia porque siendo una auténtica poeta, en realidad, no le interesó la poesía; se conformó en representar, por primera vez en el Perú, a una mujer burguesa, educada e insatisfecha.  La prudencia encorsetó sus naturales alas; Varela daba para muchísimo más.   Watanabe, en cuanto se acordó de su fe o se reconcilió con su cristianismo patinó hacia aquellas dos falencias; cuando estaba desde ya henchido de Dios a través de la sabiduría de su pueblo (Laredo) que su poesía con brillo extraordinario ventilaba.  Watanabe como gozne o a mitad de camino entre los poetas políticos o civiles –todos, necesariamente, van a ser astutos y sobrescribir; sino contemplémonos en José Santos Chocano– tipo Antonio Cisneros (muy pronto prescindible para la poesía) o Rodolfo Hinostroza que confundió el tono o la tonada de época (verso proyectivo o composición por campos en su versión latinoamericana) con la poesía y de él va quedando, más bien y entre líneas,  el auténtico y hondo fervor por su padre.  Y los poetas que Julio Ortega describe aquí, aunque sólo refiriéndose a Luis Hernández,  con la palabra “candidez” (léase, histórica o política).  Entre esta última, y en tentativa urdimbre: Eguren, el primero de todos, Chariarse, Sologuren y, claro, el mismo Luis Hernández Camarero conformando tal una asordinada continuidad[2].  No se trata aquí de distinguir, como en los 50′, entre poetas “sociales” y poetas “puros”; sino únicamente advertir que tanto “sobrescritura” como “astucia” pertenecen a un campo semántico distinto al de “candidez”.  En el primer caso se trata de la carpintería o formato de los poemas que, obviamente, implica asimismo un sujeto poético detrás, más bien taimado.  En el segundo caso, el de “candidez”, no aludiría a la factura de los textos; Eguren ni sobrescribiría ni precisaría ser astuto, sino a la mirada.  Ergo, a juicio de Ortega, “candidez” alude sobre todo a la mirada; acaso naif o por lo menos poco crítica.

            Pues desde los años 60 (Cisneros, Hinostroza), pasando por Hora Zero (70) y Kloaka (80), hasta el presente, los poetas peruanos constituimos una verdadera bola de taimados; es decir, creemos que con el lenguaje supuestamente basta –el formato, el tema, lo referido– y no reparamos en la calidad de sujeto que proponemos al lector.  En otro lado, “Aguas móviles de la poesía peruana: De los formatos a las sensibilidades”, ya lo hemos puntualizado:

acaso es tarea de la academia, hoy más que nunca, intentar superar –a modo de un salto cualitativo– las clasificaciones y taxonomías y atrevernos a evaluar la “poesía nueva” en cuanto y en tanto “sensibilidades nuevas” en o para un contexto determinado.  Y, asimismo, atrevernos a trabajar  en el aspecto cultural con opacidades (mixturas, hibrideces, simultaneidades) ya que, de modo casi unánime, partimos de esencialismos o privilegiamos temas o motivos: esta poesía es andina — incluso ‘quechua’– porque habla de determinados temas o con determinado vocabulario; esta otra es del “lenguaje” porque es más o menos metalingüística; o esta otra es “meramente” coloquial o anticuada; etc.  Así no llegamos a ninguna parte

Es decir, y si cabe, hoy por hoy añorararíamos un Eguren lúcido  –no alienado ni evadido de la realidad– frente a la legión de sobrescribas (charlatanes)  y astutos que por oleadas nos asolan.  Charlatanes o bobos (aquellos del close up de Hernández sobre la remera de moda) para ser más exactos.  Es decir, constatamos ahora, y en toda nuestra región, una suerte de sed de fantasía, pero de no ficción .  Por cierto, Borges o Vallejo, solos o actuando en dupla, constituyen una espléndida alternativa.  Sin embargo, y justo desde los poetas con más potencia creativa, se ensayen éstas u otras opciones ante la noria de los que no tienen absolutamente nada que decir, pero escriben.

Uno de estos nuevos poetas peruanos es, sin duda, Carlos Llaza.  Acaso de modo prematuro, nació en 1983, desvicera pulcramente a la poesía o al animal elegido; es decir, sin revolver o dañar la entraña.  Arte decididamente simétrico o postantropocéntrico.  Por lo tanto, donde el parentesco:

no es esencialmente un fenómeno social; por medio de él no se trata exclusivamente, o siquiera primordialmente, de regular y determinar las relaciones de los seres humanos unos con otros, sino de velar por lo que podría llamarse la economía política del universo, la circulación de las cosas de este mundo del que formamos parte (Eduardo Viveiros de Castro, Metafísicas caníbales.  Líneas de antropologia postestructural. Stella Mastrangelo (ed.).  Madrid: Katk Editores, 2010. 195)

Cultura, sensibilidad, lenguaje, política, pedagogía, se conjugan y reúnen –jamás ingenua o inocentemente– sobre la piel:

La piel es nuestro punto

de encuentro.

Aquí venimos a parir.

En este acantilado

compartimos la lengua.

(“Hueso y pellejo”)

El habitáculo es un cajita

de cartón en que no hay sitio

para mis alas de cuervo.

El cofre mágico, baúl de abuelo

féretro de niño según

quien desempolve las esquinas.

La calle se retuerce ante el silencio

de los gatos y se eriza

con la luna de los huérfanos.

Anoche renunciaron las ventanas;

dicen que hay sol en el país de los espejos,

que el mundo no tiene cortinas.

(“Concierto vagabundo”)

Carlos (“Cae”) Llaza o, también, Carlos Quenaya o Sasha Reiter; todos ellos en sus veintes o en sus treintas.  Las nuevas generaciones de poetas peruanos tienen muy poco que aprender de su tradición desde los años 60′ para acá, mejor remitirse a las fuentes.  O, tal como también lo hicieron aquellos mismos maestros, catalizarse con otras tradiciones u otras culturas.  No para inventarse o militar en una globalización que, además, con esta crisis del coronavirus ya fue; sino más bien, a contracorriente del espejismo de lo centrífugo, multiplicar las patas y alargar el hocico.  Alimentarse por dentro.

NOTAS

[1] Fino comentario de parte del que desde hace tiempo es un claro maestro.  Fino y oscilante y tentativo y no menos exacto.  Por este motivo Julio Ortega, a diferencia de otros críticos y contemporáneos suyos, que más bien calculadamente  la auspiciaron, no ha creado escuela ni discípulos directos.

[2] Aunque la poesía de Luis Hernández resulte inimitable; en este sentido su poesía sería en el Perú como la de Vallejo, valga la comparación, pero como un Vallejo de signo contrario: “acorde con la tradición egureneana apuntada más arriba (Carlos Oquendo de Amat, el Martín Adán juvenil, Emilio Adolfo Wesphalen, Jorge Eduardo Eielson, Javier Sologuren, etcétera); y esto porque renueva y otorga contemporaneidad ilimitada -vía el humor- a una estética signada por el refinamiento, la paradoja y el misterio de raigambre simbolista o existencial” (“La poesía de Luis Hernández: Treinta años después”).

©Pedro Granados, 2020.

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