La fortaleza de Samaypata, una especie de Machu Picchu en miniatura, también permanece en su recuerdo. A menos de dos horas subiendo desde Santa Cruz se percibe la típica atmósfera incaica que, como sabemos, no la brindan las edificaciones en sí, sino todo lo que está en su contorno. Los incas supieron construir un paisaje, humanizar un vasto espacio y tiempo; sus construcciones son al mismo tiempo miradores privilegiados; los pasos que damos entre sus edificios se dejan sentir al exterior y al interior de la tierra; su arquitectura es apenas, y esto es ya muchísimo, hacerle sentir la presencia humana al paisaje; todo lo que a uno lo rodea está subordinado y contenido en sus piedras cinceladas, en la sabia disposición de sus sensibles muros. El exacto conocimiento, nos dice el Inca Garcilaso, ya se ha perdido; pero cuando uno se haya en Samaypata es lo mismo que estar sobre la cima del adoratorio de Pachacámac, una escondida fuerza nos invita a adoptar la posición fetal, el irresistible escorzo de lo pre-natal o del sueño. Melting situations, es un poemario en inglés que ensaya ahora mismo el limeño, y aquí se ventilan algunas de aquellas cosas, los estados de envolvimiento o identificación con diferentes seres, objetos, situaciones o lugares. Según esto, Juvenal Agüero, aparte de ser la fotografía de un feto ensimismado, es un lobo de mar varado en orilla ajena; esto último, en particular, fue una revelación que tuvo a los veinticinco años en La Mina, playa cerca a Paracas, como a doscientos kilómetros al sur de Lima.
Prepucio carmesí (New Jersey, USA: Ediciones Nuevo Espacio, 2000)
ALTURAS DE SAMAYPATA
I
Samaypata es un Macchu Pichu en pequeño,
nos dicen. Y el vulgo acierta.
Hora y media cuesta dejar atrás
el calor de Santa Cruz de la Sierra.
E instalarse. Pasar
por entre el ojo de aguja de sus calles.
Sin tocar la piedra.
Sin poner las narices sobre la roca fría.
Saber que Samaypata nos espera.
Para morir. Para vivir
quizá aún más de esta manera.
Con su mansa arquitectura bajo nuestros pies,
eso nos dice.
Con su insondable pantalla de aire,
aquéllo nos ilustra.
Samaypata y el arte de morir,
de ir muriendo mientras caemos
en su profundo pozo.
Igual que en Macchu Picchu.
Aunque Samaypata es la muerte personal,
no comunitaria ni sideral. Individual nomás.
Un día fuimos allí
con nuestra india camba
de largos cabellos, fuertes y oscuros.
Un día allí fuimos, en Lima,
cuando éramos niños
y jugábamos en torno
a una de sus huacas polvorientas.
El gol era la muerte,
pero esto aún no lo sabíamos.
Y el alborozo,
la misma alegría de ahora. Oscura alegría.
Sin poner las manos sobre la roca dura
ni los ojos cerrados sobre la fría piedra.
II
Pertenecemos a una familia tan antigua
como la de los primeros hombres de la llanura.
Aunque en la montaña también encuentran
nuestras cenizas.
Hacer el amor sobre mi camba
es como penetrar dentro de un muro.
Como hacerle el amor a una rosa negra.
Samaypata es la hembra
escondida entre el follaje.
Piernas y caderas de mujer.
Y teticas de perra.
Así era aquella oscura muchacha.
Y la pinga se te vuelve de cuero.
Por continuar tumbado sobre la piedra.
Y los dientes te salen de más y los brazos
para mejor morderla y abrazarla.
Y las pantorrillas se te ponen de goma
para impulsarte
e ir conociendo el arte de morir en Samaypata.
Sin respirar la piedra ni lamer la roca dura
ni yacer de bruces al fondo del abismo.
III
El regreso desde Samaypata
me trajo aquí.
Que no es Samaypata, esto está claro.
Que no soy yo tampoco.
Que no es nadie, quizá. Sino sólo
cierto espejismo de luces y altos edificios
sobre la paciente hierba.
IV
Un manjar puede ser
cualquier bocado.
Por eso escribes a pesar
de tu sentimiento impuro.
No hay un lugar ni un tiempo
ideal. Por eso
aproximas tu cabeza
al abismo del papel.
Samaypata ha dejado
una larga estela de estrellas.
De aglomeradas estrellas de muerte.
Media hora menos dura
el camino de regreso al llano.
A la embestida del calor
de Santa Cruz de la Sierra.
Al asalto del frío de Boston.
Aunque por ahora vivas
dentro del avión de tus recuerdos.
Y el hecho próximo futuro
sea el de tu propia extinción.
Quizá en Samaypata.
Quizá tocando la loza misma
de aquellas espléndidas estrellas.
Con nuestra gota de sombra confundida
y feliz entre tantas otras sombras.
Pero esto no lo sabes todavía. Y por eso escribes
con tu soledad impura.
A medias sola. Acompañada
a medias
No hay un lugar ni un tiempo
ideal
©Pedro Granados