—¡¿Y tú qué, pinche Silencioso?! ¿Venites a ver qué pedazo te toca de mi parcela? ¡Cabrón!
E l m uc h ac ho s e c oh í b e; i nc l i n a l a c a b e z a . Afianza con nervios las correas de su mochila; le sudan las manos.
—¡Ya ni la chinga abuela!, déjelo que la salude primero.
Se oye la voz del yerno.
—¡Y a usté quién lo llamó! ¡Metiche! Mejor vaya a darle de tragar a su vieja. Pobre de mija, pa qué se casó con un hombre de plano tan juzgón.
Ante el tiroteo de palabras, el yerno prefiere la retirada.
A solas con su nieto, la mujer tuerce la boca y luego lo mira fijamente con una sonrisa de complacencia.
—¿A qué venites pues? Ya me ves, toy bien vieja, y con hartas arrugas en la cara. Mira mis manos. Ya vites. Tan viejas también y arrugadas. No tengo la mesma juerza de antes. ¡Pero hay de aquel que se me ponga en el camino o que un peyotero me quera robar o irse sin pagar el cuartito, porque yo solita y sin ayuda de naiden, me lo ajusticio!
La abuela respira profundamente y lo toma del mentón: “Te pareces reteharto al cabrón de tu padre”. El nieto esboza una sonrisa y mueve la cabeza afirmativamente como única respuesta.
Cual viento que se cuela por un resquicio y termina hacinado en un rincón, discreto, como si no quisiera incomodar a sus habitantes, así, este visitante sin voz, todo sensibilidad y lenguaje en los ojos, se aloja con la familia paterna, siempre solícito a la faena, mas por fuerza de costumbre que por afán de quedar bien.
La abuela, capaz de correrlo como a otros parientes movidos por la conveniencia, deja que ese viento no se mueva de su rincón; en principio, porque en su mirada descubre ingenuidad y una inteligencia preclara para dialogar con la naturaleza.
Gobierno del Distrito Federal
Secretaría de Cultura
Coordinación de Fomento a la Lectura y el Libro
Primera edición, 2012