EN EL CAMINO
A lo largo de la carretera se apiñan los kilómetros
uno tras otro o uno antes que el otro
nada sucede en sus íntimas proyecciones
poco o nada marca su progreso o su retraso
una miríada de puntos sin destino fijo
un cansancio inútil al surcar el mar reseco
una queja al destajo entre tundras y barrancos
siempre el desaliento nunca el alimento
de quienes escalan y se deslizan en bravíos roquedales
sombras impregnadas en las dunas del espectro
nadie estampa en las millas una cifra inteligible
la ruta cenagosa se aparta del paisaje
y mira solo a la moza, a esa broza, a aquella rosa
CENA
Nada se ha perdido en este recinto
la mesa postergada en el rincón de la memoria
las sillas de la cena donde nadie me esperaba
los platos sin frijoles que nunca aparecían
la orden furibunda del padre ante
el invicto orden de la madre presurosa
el miedo a atorarse con el miedo de comer solo espinas
el pan de tanto ayuno rogando por nosotros
todo sigue ahí intacto entre mis cosas
y la plegaria al buen dios que agradezco día a día
XVII
Bebo el té diario
con la reverencia que le debo
Me da lo que me falta
y me arroja
al camino de las almas
Una garza se eleva
entre las parvas
y todo parece cierto
y la duda ya no existe
Solo el té y su amargura
me alerta
sobre lo que temo
o desconozco
Es el modo de ser siempre
quien teme y duda
más de lo anhelado
Una poesía culta y sabiamente refrenada que, de modo paulatino, adrede se hace inculta hasta la cuita y el conjuro. Parsimonioso maestro del lenguaje, desde su primer poemario, en medio de una generación –la de los 80– atenta más bien, como los de Hora Zero en los setenta, a los ruidos de la calle y al descuido en la factura de los poemas. El haiku, tanto como César Vallejo, cohabitan en su última poesía. Honesto y persuasivo purgatorio, el de Renato Sandoval Bacigalupo, oteando a través de ciertas hendiduras el hogar del cielo. P.G.
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