Archivo por meses: enero 2024

AGÜEROS PARA ARMAR

Micro novela del 2020, publicada por entregas a través de este blog. La décima, luego de Prepucio carmesí (2000), la primera novela del siglo XXI –escrita por un migrante peruano– trasandina, archipiélica o multinaturalista. Sin melancolias ni con el espíritu –típico o, peor todavía, profesional– de un sujeto andino damnificado. Post-exótica y post-indigenista (Indigenismos 1 y 2); la cual, como también en el caso de Agüeros para armar, apostó más bien por la complejidad desde el origen, por la opacidad.

AGÜEROS PARA ARMAR (Nobloga I al X)

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Desaparecer un cuerpo

Desaparecer un cuerpo es lo más semejante a escribir un poema.  Este protocolo vuelve al poema semejante a ejecutar un crimen y desaparecer el cadáver.  Ata la cultura a la incultura, la paz a la violencia, la vida a la muerte.  Ácidos y otros insumos aplicados rápido sobre la piel, músculos, órganos, cartílagos y huesos hasta verlos deslizarse —juntos e indistintos–  en el alcantarillado de la bañera.  Aunque todo esto auto-aplicado, en primer lugar, contra quien escribe el poema; con análoga medida y similar efecto corrosivo sobre cuerpo y alma.  Sobre los recuerdos más tiernos o aquellos más humillantes.  Contradicciones y antítesis las cobija por igual la escritura.  Diluye la especificidad de lo humano en otra y mayor dimensión. El aroma del mar o el verde amarillo de la retama en primavera.   Luego de aplicarme a pensar, parsimonioso y concentrado, no hallo otra cosa que mis ideas ensopadas entre los resbaladizos meandros  del cerebro.  ¿Qué joya me llevo sino el deseo de ser todavía más humano?  Olas, lluvia, desierto, noche y tempestades.  P.G.

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Trilce IIIVXX/ Manuel García Cartagena

IIIVXX

De aquella época solo conservo
una madre y un padre pequeñitos y planos,
una foto dos por dos de cariño fiero.
A tazón alzado, como en la misa de la mesa, ondea la bandera de frijoles, arroz y carne,
y un café lento, como el recuerdo,
de vez en cuando se cuela entre los días.

No habrá nunca mejor escuela
que aquella mesa de la que un día me ausenté.

A ese yo que ya no está allí,
a ese que un día se fue y que aún no regresa,
ahora que la mesa se quedó sin geografía,
qué manera de madre le va a decir de nuevo sírvete;
con qué boca comería solo un chin
de aquel hogar que ya no está.

Alguien borró mi cara de todas las fotografías
en las que aparece Dios a la hora del sacrificio,
y ahora es esa ausencia mi único don:
soy yo quien falta
y es mi propia falta la que me hace,
pero mi madre aun me espera
y los días me desllegan.

Desde esa mesa, mi padre me dibuja imágenes de un tiempo en que era bello vivir.
Levito en el sopor de aquellos mediodías:
una escoba de suspiros barre los montones
de mi propia ausencia acumulada,
mientras mi padre borda el aire con un hilo
de palabras.

Si no me hubiera ido, estaría ahora sentado
en esos recuerdos que nunca tuve.
Ahora que ya no tengo madre, ni padre,
ni recuerdos, ni mesa,
soy mi propio almuerzo
y me lo como.

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CUADRO LIMEÑO/ Israel Tolentino

Mariella Agois (1956 – 2024)

Guardo de Lima una botella/ Llena de lluvia/ Y un puñado de arena/ En el pañuelo. A veces recuerdo/ La luz de su nublado cielo/ Y la acaricio/ Como se acaricia una perla/ En el bolsillo (Jorge Eduardo Eielson).

Murió Mariella Agois, artista de voz y mirada tiernas, recuerdo que en la exposición en la galería Lucía de la Puente en Barranco compró dos de mis cuadros. Alegría pospuesta en estos días mientras reviso fotos y leo las cariñosas publicaciones sobre ella.

Murió mi concuñado Juan López, de muchos amigos y amante de los Volkswagen. En cada encuentro me ofrecía un par de cervezas heladas; la noche de su velatorio chacchamos y bebimos hasta el amanecer saciando sus ofrecimientos.

Murió Inés, amiga de un curso en Bellas Artes, conservo su autorretrato y su gusto por coserse corazones en las chaquetas.

Murió el artista Carlos Bernasconi, con una obra en contracorriente, trabajaba silbando con la sonrisa de oreja a oreja.

Murió el actor Diego Bertie, de abatimiento íntimo. Siempre jovial y deportivo.

Murió padre Ugo de Censi, también artista; a Elita y a mí nos casó en la iglesia San Francisco, esa tarde mirando la arquitectura interior decía: lindo templo, lindo.

Murió Pablito Macera, tenía todo preparado para su sepelio, su rostro respetable y la sabiduría de sus manos nunca le dejaron.

Murió el narrador de quien admiraba la blancura de sus cabellos, la sobriedad con que lo encontrabas en una mesa del Queirolo del centro y la gentileza con que respondía los saludos.

Murió Juanja, habíamos quedado en comer algo en el chifa Viet Nam. Se fue a Bogotá, yo a Chacas; para el siguiente encuentro en noviembre solamente quedaban carrizos dibujando lágrimas.

Murió Jorge, otro amigo del curso en Bellas Artes, siempre de buen humor, una vez me recomendó ver al Dr. Francisco Soriano.

Murió el pintor admirado en mi juventud, atesoro un catálogo donde escribe con su fuerte caligrafía: ¡Israel, no dejes que ninguna pesadilla ni nadie interrumpa tus sueños!

Murió don Jesús Urbano Rojas, le puse de cabecera luego de leer “Santero y caminante”. La única fotografía que nos tomamos fue a su salida del Gran Teatro Nacional, tarde en que mamá Genoveva le llamaba “maestro”.

Murió Jorge Eduardo Eielson, todos, esa noche esperábamos ansiosos verlo, se presentó con una máscara cósmica, hermoso objeto azul donde brillaban las estrellas sobre el mar empañado de Lima y el mar Mediterráneo. Los aplausos surgieron del corazón.

Murió Sato, amigo querido en las buenas y en las malas, de nobleza y sencillez inigualables, admirador de Condemayta de Acomayo.

Murió Felipe Ehrenberg, si bien no en esta ciudad, quedó pendiente viajar hasta su tierra y conocerlo y traer “Manchuria” autografiada. No todo, la eternidad te concede.

Murió Cristóbal Campana, la última caminata fue desde el Istituto italiano di Cultura hasta no recuerdo que lugar yendo hacia Miraflores. Me dio un abrazo como los daba mi abuelo.

Murió el autor del impávido título: “Un iceberg llamado poesía”, yo llegaba a Lima, él esperaba un autobús entre Benavides y Panamericana Sur.

Murió Adriana Dávila, actriz en la película “Sin compasión” junto con Diego Bertie. Parte de su vida fueron los andes y la poesía.

Murió Víctor Churay artista Ivá Wajyamú (clan Pelejo) luego de una fiesta pollada, su cuerpo golpeando entre el acantilado se soñaba en una hamaca de serpientes blancas.

Murió mi promoción Willy Astuvilca, dejó el pueblo buscando un mejor destino y en una primera trifulca sus ojos se cerraron para siempre.

Murió el poeta que empezaba a leer los libros desde atrás por su afición a la sección deportes de los diarios. Hoy soy hincha de su equipo, del otro lado del río.

Murieron las madres Paulina y Josefina, dos monjitas maternales que nos servían cafecito con panes hechos en casa y cantando nos enseñaron a leer y escribir.

Murió la señora Isabel, mamá de Sato, incontables veces almorcé con ella. Sus viandas eran contundentes, sazón huamanguina. El día de su entierro viajaba de Incahuasi a Andahuaylas.

Murió mi suegro cuando aún no nos habíamos reencontrado con Elita su hija y, él no suponía que ese muchachito parado cerca de su Ford le llamaría papá Visho.

Murió mi abuelo, papá Miguel, nunca termino de hablar de sus ocurrencias, de darme cuenta de lo aprendido de él.

Murió César Vallejo en 1938. Todos estos recuerdos nacen a partir de su poema “la violencia de las horas” incluido en un librito comprado a un sol y preparado por Roberto Marroquín Peña en 1992, año que llegué a Lima (Lima, enero 2024).

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DICHOS DE MIQUE

Lo que tenemos en común con mi perro es apenas la cola y el apellido los dos la tenemos colorada y nos reconocemos mulatos fray martines de porras arriba y porras abajo con espinas gemelas y almas puestas a batirse al aire del universo que a veces entrevemos visitarnos en nuestra habitación compartida hasta el extremo que uno de los dos queda mudo hasta el extremo que ninguno de los dos va fuera sin el otro hasta el extremo de que les abro las fauces y les hundo las uñas y les mal digo como perro y no menos lo estropeo todo como humano

De “Dichos de Mique”

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Voltas e Revoltas do Barroco

Mesa 1 – Arquipélagos Barrocos Vozes do barroco: o arquipélago em movimento Amálio Pinheiro (Brasil) Falar com os animais Francisco Soares (Portugal) Jogos sonoros no barroco brasileiro Francisco Topa (Portugal) As poéticas do múltiplo no provérbio e seus operadores transversais Abreu Paxe (Angola) Mediação: Luís Fernando Pereira Mesa 2 – Voltas e Revoltas do Barroco Vallejo e barroco: Vallojo Pedro Granados (Perú) Escribir es salir del idioma. A propósito de Vallejo y lo que pasó en el Hotel Negresco Carlos Eduardo Quenaya (Perú) Cervantes y los dos barrocos. A vueltas con las tesis del hispanobrasileño Américo Castro José Antonio González Alcantud (Espanha) Revueltas de lo barroco en Haroldo de Campos Max Hidalgo Nácher (Espanha) Mediação: Amálio Pinheiro

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Vallejo Sin Fronteras Instituto/ M. Carmen Gascón B. y Pedro Granados

Un siglo ya desde que César Vallejo publicó Trilce en Perú… ¡y sigue admirándonos por su contemporaneidad!

Hay quienes lo siguen leyendo acompañándose del estudio que hizo Saul Yurkievich en el libro Fundadores de la Nueva Poesía Latinoamericana. Otras personas apuestan por nuevas lecturas más heterodoxas aunque con gran hondura intelectual y rigor persuasivo.

Es el caso del profesor y poeta Pedro Granados, director de VALLEJO SIN FRONTERAS INSTITUTO (VASINFIN), un proyecto fundado en compañía de la antropóloga Rosario Bartolini, el filósofo Carlos Quenaya y el educador Miguel Pachas.

En las líneas de investigación y de conmemoración de VASINFIN palpitan los vínculos poéticos entre Perú, Argentina y Brasil; sirva de ejemplo el vincular Trilce con el poemario de Borges Fervor en Buenos Aires, editado en 1923. Ambos responden a un mito inscrito en el paisaje o perspectiva post-antropocéntrica. Ni utopía ni distopía.

Parte de la tarea de VASINFIN es facilitar a estudiantes, no sólo la familiarización con aquel poemario; dada la complejidad u “opacidad” del mismo, se les brindan también ciertas claves metodológicas, denominadas aquí “retóricas sin nombre”.  Metodología no sólo adaptada para leer Trilce, sino también otros “textos” de análoga complejidad.

El motivo del centenario de la primera publicación de Trilce en 1922 es una palanca dinamizadora de la figura de Vallejo, que se erige hoy por hoy, y para toda la región hispanohablante en un extraordinario referente. César V. encontró y nos acercó la cultura para entender y darle sentido a la política e incluso al desastre; a la muerte propia (Clayton Eshleman).  Es más, como buen amerindio, juntó el orden de la naturaleza al orden de la cultura (en el mito) e incorporó incluso la violencia a su pecho multinatural y a su poesía multidimensional.  Aunque no únicamente de un modo llamémosle emotivo (romántico o surrealista, al modo de Pablo Neruda), sino además en tanto mediación conceptual: trasatlántica e intergaláctica.

Si actualmente se habla de quarks, palabra sin sentido tomada de James Joyce, podríamos utilizar trilce, palabra inventada por Vallejo, para referirnos a nuestro mundo interior y exterior, a nuestras vivencias del tiempo que rebotan, se expanden y son de nuevo manantial que combina tres, trizar, dulce etc., y hace trizas nuestra seguridad.

Nos acercamos a Trilce con la misma fascinación con la que escuchamos conferencias sobre mecánica cuántica en las que te llevan hasta lo más oscuro y estrellado de lo que todavía la humanidad ignora. ¡Nos cuesta leerlo porque tenemos que colocarnos en otra longitud de onda!

En sus poemas, numerados y sin un título que de orientación al lector, no es posible prever dónde aparecerá de nuevo un electrón o un neologismo, hay arbitrariedad de elección, de asociación, vecindades sonoras, ironía…

En este trabajo promovido desde La FONOTECA ESPAÑOLA DE POESÍA y conducido por el locutor Luis Trébol, les invitamos a escuchar algunos poemas donde el poeta Pedro Granados pone su voz a ese Vallejo que fue un prisionero de lo fugaz cuando todavía no se usaba la terminología de la Sociedad líquida.

En Trilce todo se escapa y arde: es rescoldo vital para presente y futuros.

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Poesía dominicana del s.XXI: “leer poesía era (es) leer a Vallejo (PDF)

Fue a partir de una antología sobre poesía dominicana[1], estando de vacaciones en la media isla[2], la que motivó y activó escribiera un ensayo, “República Dominicana: La poesía que vendrá” (Granados 2001); el cual, pocos años después, se transformó en un libro, Breve teatro para leer: Poesía dominicana reciente (2014a), editado por el recientemente desaparecido  René Rodríguez Soriano.  Y hoy, luego de dos décadas, es otra antología sobre la materia la que desencadena me avoque al presente artículo.  En lo fundamental, se trata de reseñar Indómita & brava. Poesía dominicana 1960-2010, cuyo autor es el poeta e investigador, también dominicano, Manuel García Cartagena.

[1] “Juego de imágenes. La nueva poesía dominicana” (Santo Domingo: Isla Negra/ Hojarasca, 2001) en su 2ª edición, antología preparada por Frank Martínez (Santo Domingo, 1965) y Néstor E. Rodríguez (La Romana, 1971).

[2] “De tanto quejarnos del aislamiento de la literatura dominicana en el Universo no se sabe quién envió a Juvenal Agüero, el poeta peruano, a Santo Domingo, por allá por los años 90 del siglo pasado. Agüero se encandiló con la poesía y con la gente dominicana y se jodió para siempre, que está preso por la guardiemón” (Clodomiro Moquete).

Poesía dominicana del s.XXI: “leer poesía era (es) leer a Vallejo (PDF)

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Vallejo y Barroco: Varrojo

A diferencia de Ovidio y de Góngora, y de un arte de “parecer”, en Trilce no nos hallamos solamente ante la gravitación o atracción de un mito marino; sino, conjuntamente, de un mito solar amerindio (Inkarrí) el cual brinda un norte o dirección al poemario de 1922. Es decir, este último, hace cesar y otorga sentido (Escalas) a las incesantes metamorfosis (letra, canto, baile) en las que se halla comprometido el Barroco. De allí lo de “Varrojo”, en nuestro lema, o aquello que va hacia el rojo (Inkarrí).

https://www.researchgate.net/publication/369707985_Vallejo_y_Barroco_Varrojo_1

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