Carlos Llaza confirma en su voz la mala entraña que preside su poesía. Es decir, su sapiencia luciferina; su emoción refrenada; su aterrizaje sobre alguna baldosa del mundo que, asimismo, es la del Perú porque también nuestro país anda de viaje. Es decir, nuestra cultura que se puede dar el lujo de aglutinar y traducir, incluso, las señales intergalácticas si es que hubiere menester. Carlos Llaza como Sasha Reiter como Carlos Quenaya como Roberto Zariquiey pertenecen a una promoción de poetas peruanos que entreviéramos; lúcidos, ante el regalo que constituye ser poetas, y corredores de fondo, sin que las voces para nada vírgenes de la prensa los distraigan.
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