He tenido (tengo) algunos mentores fundamentales para mi vocación y dedicación –conscientemente, desde los quince años– a la poesía. Mi madre, Lastenia; mi hermano Germán (obrero-poeta); Martín Adán (algunos conocen la anécdota de que la lectura de mi libro, Juego de manos, precipitó su deceso); Javier Sologuren con quien , hacia mis veinte años, platicaba eventualmente en su casa de Los Ángeles, Chosica; Manuel Velásquez Rojas, que reseñó mi primer poemario, Juego de manos (1978), con generosidad suma; y también, por supuesto, Jorge Eduardo Eielson, a quien leí y quien asimismo él me leyó.
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