“Una palabra puede ser una ventana
abierta a la luz de la noche”
“Hundirse ahora, aparecer detrás,
tomado por lo que no existe”
“Ya de frente caí en tus labios
y me abraszó el sol”
“Rayo de luz que vela todas tus fotografías”
Si Mario Montalbetti hoy por hoy constituye el más argentino (porteño) de los poetas peruanos, el autor de Mantel de hule sería, por su parte, el más peruano de los poetas argentinos. Obvio, siempre y cuando partamos desde lugares comunes, prejuicios, incluso acaso caricaturas; o un saber popular que –por colectivo y consolidado– no deja de tener siempre algún tipo de razón: “los mexicanos descienden de los aztecas; los peruanos, de los incas; los argentinos, de los barcos”. Mapeando y proyectando, de esta manera, una suerte de división del trabajo intelectual en la región, o sea, del enfoque y proyección del mismo: más logocéntricos o esencialistas, los unos; más no logocéntricos o no autónomos los otros. Más epistémicos los argentinos; más ontológicos, por ejemplo, los del ande. Aldeanos (José María Arguedas) versus cosmopolitas (Julio Cortázar), también aquello ha merecido leerse. Sin embargo, la diferencia entre Montalbetti y Cabanchik estriba en que renegando del mito –inscrito en su paisaje y en su entorno–, el primero de los nombrados se queda sólo en el afeite de lo que sería –desde aquellos mismos lugares comunes– ser argentino, wittgensteiniano o postmoderno; es decir, en un impostado y soso voluntarismo anti-aura. Mientras, en cambio, Samuel Manuel Cabanchik, con las salvedades de hallarnos ante un filósofo bien jugado y amoroso de la razón, es un notable poeta que entra y sale aleatoriamente del mito; que, al modo de Borges, otorga oportunamente su tinte emotivo a la abstracción; y que a la larga constituye una isla más –aunque dorada y con estela propia– del cada vez más extenso archipiélago vallejiano. Complicidad y protección solar –digamos, en suma, hogareña y otorgada de gracia al poeta argentino– que funciona también como clave de lectura de este poemario: “Envuelto en mi piel de hule,/ voy desde entonces por la vida,/ con olor a puchero/ y a castañas recién hechas”.
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