Lima no tiene alma, en algunas cosas, las casas y el Palacio de Rospigliosi son pura “quincha”. Aquí [en el Cuzco] es diferente, hay fortaleza.
En Lima tenemos muchos crepúsculos, uno de ellos soy yo.
Quiero seguir sufriendo y amando al Perú, yo solo, sin compañía de nadie.
-¿Trabajaste alguna vez?
-Bueno… como si lo hubiera hecho, porque cobraba sueldo.
El estilo es una de las formas de la edad.
¿A qué poetas clásicos peruanos admira usted?
Miramontes, Eguren y Vallejo, pronunció sin vacilar.
-¿Le angustia la idea de la muerte…?
-No… pero cuando muera no quisiera estar presente
-¿Por qué dice que su vida ha sido un constante error?
-Lo ha sido en el sentido real, en el sentido social. Pertenezco a una antigua familia de Lima y debería ser ahora, por lo menos, un vocal de la Corte Superior. ¿Y qué?: estoy de ex bohemio, ni siquiera de bohemio.
-¿Por qué adoptó usted el seudónimo de Martín Adán?
-No sea huachafo.
Como Borges, Adán tenía respuestas para la ocasión. Pero no hacía distingos entre letrados y no letrados; sí, acaso, entre interlocutores más y menos discretos. No chupaba con letrados, eso sí; prefería los contertulios típicos de un bar modesto: empleados, desocupados, gente por el estilo. Como una vez que, en el autobús, junto con Luis Eduardo Wuffarden y Álvaro Cruz Saco mencionamos al poeta y, de modo espontáneo, surgió una voz que sopesando cada una de sus palabras nos informó que conocía al poeta y opinaba que su obra le parecía “muy rica en verbos”.
Exposición: archivo histórico de Martín Adán en acceso abierto