Media-isla
Que habla en secreto
Desde cada uno de sus procelosos
Alephs
Sus maravillosas mujeres
Mis recuerdos a esa ciudad en la que me he sentido radicalmente solo y, asimismo, plenamente acompañado. Ciudad y, yo mismo allí, de sangre ligera. Sangre ligera que sólo a cuentagotas llega a su poesía culta. Lo mejor de la invención popular se ahoga una vez que reciben talleres de creación literaria; talleres implementados, claro está, por algún gobierno de turno. Maravillosa es la inteligencia e inventiva oral dominicana en ese gran teatro (no el pequeño y mezquino que constituye su élite letrada). Teatro callejero donde, acaso, desde un viejo concho sale un “mardita” hacia aquella jeba que se puso un “chicle” recién masticado o una fardita de esas que –por la usura de la tela– constituye la metáfora misma de una carencia social secular, aunque no menos atractiva, que el sol ilumina y el meneo del mar sin duda acompaña. Todos te mienten en Santo Domigo, mujeres y hombres, y uno se hace el mentiroso mayor también allí. Por sobrevivencia; por los minutos necesarios para hundir bien las puntas de los pies ante una pegajosa bachata; y comer tus habichuelas con arroz –y guinea deseable– sin zozobras ni mayores sobresaltos.