Ditirámbica y nerudiana. A su poesía la enmarcan espacios abiertos y grandes con abundancia de imágenes descriptivas. Asimismo, aquélla apela a un discurso ritual y -rasgo común a cierto feminismo aún en boga- re-civilizador; en tanto y en cuanto, por ejemplo en palabras de Graig Owens, “lo que parece plantearse es la inadecuación de las construcciones teóricas [llamémoslas aquí poéticas] existentes para dar cuenta de la especificidad de la experiencia de una mujer” [La posmodernidad (Barcelona: Editorial Kairós, 2002) p.123]. De este modo, y muy segura de sí misma, Baranda se adentra del brazo de Neruda en la historia; y aquí estriba precisamente su hibris: el espejismo de lo elocuente y la escenografía banal o meramente decorativa y, algo más grave, la adecuación de su verso a una personalidad poética más que inaparente: ultramachista y megalómana. Mejor posicionada la encontramos cuando, en repentino estado de gracia, algunas halladas palabras -sin requiebros ni mayores pretenciones- dan alcance a un yo poético mucho más íntimo; es decir, ponen en tabla rasa todo lo anterior: “Siento el ardor sin sombra de los bosques” o “Ah, la claridad en el filo de la descomposición” (Extasis).
Espléndidas viñetas. Ritos de color y sabor y sonido. Inquietantes historias surgidas a la hora del ocio, de la siesta, tal como si se tratara de una involuntaria y feliz erección. Apariciones o efímeras personificaciones sobre una misma y envolvente pantalla de agua y de sol:
“La luz estalla contra las piedras blancas: rompe sus uñas frágiles, hiere con sus astillas los carrizales tiernos, el palmar, las breves sombras del embarcadero. El pueblo esparce su violento escozor. Cuece sobre cenizas la esencia de esos cuerpos: carne y palmera, carne y caña dulce, carne como ese lento río balanceándose” (Tatuajes en el agua).
El poema es una marmita de encantadas metamorfosis; aunque, a veces también, sus hallazgos sean previsibles, no menos redundantes y cedan a la pincelada meramente decorativa. Mas, quizá estos contrastes en el espectro poético de Efraín Bartolomé sean los propios de aquél que está presidido, glosando a Gastón Bachelard, por el ensueño de lo acuático. En conjunto, sus poemas son de agradable y, casi siempre, sugerente factura: “En el cristal suavísimo/ En el cristal alado de las aguas/ cae mi voz” (El agua desdichada).
Desarrolla y problematiza aún más las paradojas de la logopoeia típica de un autor como Jorge Luis Borges y que constan también, por ejemplo, en el canon tradicional de la poesía china o japonesa. El lenguaje de su poesía se adecúa ceñidamente a estos intereses: lógica, economía y precisión de la palabra al mejor estilo de Roberto Juarroz. Pero, sin duda, Blanco ejercita una alquimia propia; sobre todo cuando acierta a catalizar lo emotivo en medio de tan implacable sistema de pares binarios: “La patria de un poeta es la palabra/ y sus extensos dominios una página en blanco /…/ No esperes comprensión fuera de tu elemento/ ni perdón ni cariño sino de tus criaturas” (Metamorfosis de la silla) o también este otro ejemplo: “Nadie nada en estas aguas del dolor/ a menos que ya sea capaz de nadar” (Los tres estados y los tres reinos). En síntesis, interesante poesía que es en sí misma antídoto contra excesos nerudianos o empalagos surrealizantes. Sin embargo, su limitación fundamental estriba en la carencia de sentido del humor. Toda poesía -y probablemente toda literatura- que pretende enseñar, termina por pasarse al bando de la didáctica; es decir, asumir un rictus de solemnidad desde el diseño de un yo poético absurdamente compacto y omnisciente.
Aunque es más conocida internacionalmente por sus novelas, también tiene en su haber varios libros de poesía. RM sólo incluye Jardín Elíseo, poema narrativo de extención un tanto excesiva, pero de impecable ritmo. El talento para la narración y la matización a veces no bastan en poesía, sobre todo si el texto es demasiado largo. La extención del poema parecería requerir, tal como Poe lo elocubró, una medida media. Inevitablemente se cae en lo prescindible o aflora la esmerada carpintería del poema: la descripción ingeniosa, los giros pasmosamente logrados, pero no inevitables; y la misma propuesta poética -su logopoeia- se diluye también. Por último, un texto apoyado en la 1era persona, así de elocuente y así de largo, es facilmente filtrado -si no hecho naufragar- por el narcicismo: el tópico de la falsa modestia comienza a hacer agua por todas partes.
De modo semejante a Antes o Mejor desaparece, dos novelas de la misma autora, Jardín Elíseopareciera hurgar en un estado de cosas anterior, en términos de Jacques Lacan, a la simbolización: “las leyes del hombre y de la mujer”, leemos hacia la tercera parte de aquel largo poema; o, al menos, vislumbrar algunas formas de heterodoxia al proceso por el cual nos hacemos seres conscientes; es decir, una vez superado el estadio de lo indeterminado, consonantes con una manera de ser y de estar en el mundo:
“Lo que pasa aquí queda fuera de la vista.
No son dioses los que emiten estos ruidos imbéciles, los que braman
y rugen.
A ruidos necios , oídos sordos.
Ante el jardín de Eliseo, anteponer
ojos ciegos, tacto y olfato muertos,
e imaginar, imaginar,
subirse al ave enorme de los sueños para habitar por un momento el
rincón de mansedumbre”
Como en los Comentarios Reales del Inca Garcilaso, la descripción de esta arcadia se convierte, pues, en polifónica utopía. Ni simplista ni sectaria, sino con la plenitud y solidaridad que hallamos en el seno materno o que nace de lo indeterminado.
Filigrana de versos volcados en busca de un “surrealismo” femenino; es decir, el de un Paz con nítidas faldas. Bracho insiste en el sonsonete de la luz y del color, pero sólo desde un exterior convencionalmente iluminado. En este sentido, el mérito de Gloria Gervitz -como en seguida veremos- estriba en que asumiendo similares motivos poéticos lo hace desde dentro, desde la obscuridad o la noche, y a través de una auténtica práctica alquímica, lo cual se refleja en la densidad e inventiva de sus palpitantes versos.
Por su parte, aunque Boullosa es mucho más excesiva en sus poemas, es una Bracho más inteligente y reflexiva; aunque, a veces también, no menos retórica o espúreamente elocuente.
Filósofa (Ph.D.), mitóloga profesional, y absolutamente aburrida. Una vez más, se evoca lo trascendente sin una crítica previa o revisión del lenguaje que se emplea. Su poesía es un mapa más o menos descoyuntado -la escritura o composición por campos típicamente “moderna”- y harto anodino.
Entre el caligrama y San Juan de la Cruz: minimalismo místico, espesor de la letra, verso tautológico; pero todo demasiado previsible y monótono.
Antonio del Toro
Como su verso, “Es un juego de cartas donde no se arriesga”, es su poesía. Uso correcto de la sintaxis, de la gramática y de la ortografía: nada más.
Por fin algo de humor en la presente antología. Lenguaje sorprendente. Rico en resonancias barrocas, aunque en versículos de corte elioteano o poundiano. Barroco también en la percepcióndesencantada y burlesca de lo pasajero y meramente aparente que es la vida. Su herencia fundamental son Góngora, Quevedo y Valle Inclán; ensaya como este último, en su novela Tirano Banderas, la aclimatación en su verso de un vocabulario español internacional. Parodia del amor; de nuestro trato con la infancia que, asimismo, nos ha infantilizado; del conocimiento. Atención a lo grotesco y no sólo a lo ridículo o perecedero:
“Mientras yo la embestía sin cuartel,
ella, con un pulgar y un índice,
se meneaba un colmillo flojo, color ocre,
y crujía toda del dolor agridulce, retorciéndose,
cuchicheando frases truncas entre carrasperas
hasta que, al aproximarse a la cima,
consiguió arrancárselo,
se relamió una raya de sangre, lo tiró sobre mi hombro
-y me detuve en seco,
pues sonó que rompía algo de crystal fino, tal vez una illusion.
Corrí a encender la luz del techo, busqué a gatas, pero nada hallé”
(“Edipo al cubo”).
En buena cuenta, y en este sentido el barroco se toca con lo más contemporáneo o postmoderno, la poesía de Deniz es una investigación que trata de distinguir la realidad de las ilusiones en nuestra cultura; se inhibe de seguir creando imágenes y, más bien -para desmitificarlas-, de un modo brechtiano y con humor las saca de contexto.
Hedonismo por las palabras de ascendencia barroca; aunque su poesía transluce muy poca experiencia vital. Neobarroco -más bien lite- demasiado elocuente y, sobre todo, fatalmente libresco. Tal como su contemporáneo, el poeta uruguayo Rafael Courtosie, mucho mejor en sus textos en prosa; fino brocado, pero que a veces sólo oculta una carne anodina, más bien vulgar.
La poesía de Fernández Granados soporta un arduo problema de hondura y de carencia de sentido del humor; sin embargo, la percibimos aún como una auténtica promesa.
Previsible, aburrida y paceana: “cuando dos se besan/ reinician la fundación del otro” (Turbia dicción).
Ernesto Sábato de la lírica mexicana. Monotemática y algo enfática en su introspección, perointensa en su desnuda vibración emotiva. Como auténtica judía, su más alta dignidad es la errancia: “Migraciones” de las cuales nos hace partícipes y en las que íntimamente nos reconocemos. Borges, en aquello de que nos inventamos un sueño; la poesía de Gervitz pretende, literalmente, sacar a la superficie del poema todo este frágil tinglado:
“Ya no tengo brújula. Estoy abrazada al aire
¿Dónde se rompen los latidos? ¿con qué se desprende este último
pedazo de sueño?
Y la casa amarrada a un árbol, amarada al viento
Las hojas y su sombra de ópalo” (Migraciones).
Por otro lado, ya hemos anotado algo más arriba algunas afinidades y distanciamientos con otras poetas mexicanas de su generación.
Viñetas más o menos interesantes por su hilo narrativo, pero de grado cero en su trabajo con la lengua.
Claudio Hernández de Valle-Arizpe
Persiste la idea de que la poesía consiste básicamente en observar un uso correcto de los vocablos: cultivar alguna forma sistemática de decoro -o anti decoro- y ejercitarse en la escrupulosa precisión de las palabras; mas, perdiendo de vista la apuesta y el riesgo que supone siempre escribir. Creemos que la poesía no se halla necesariamente en las palabras, aunque sea un arte que tenga su materia prima en ellas; prueba de esto sería la poesía de Rubén Darío, absolutamente periclitada en su estética ya, pero aún vigente en tanto revela adhesión y radical aventura de un yo poético en su relación con la literatura. Hernández del Valle-Arizpe hace un fetiche de las palabras, aquí estriba su logro y, asimismo, su ínfimo alcance.
Bajo los auspicios de un sugestivo verso de César Vallejo (“Y hembra es el alma de la ausente,/ y hembra es el alma mía”), pero -para facilitar su labor- valiéndose de Pablo Neruda, Huerta construye un interesante poema titulado Trece intenciones contra el amor trivial: “Hay mujeres, mal sueño mío,/ muertas en mí -arrojadas como cabelleras” (III). A la convincente vibración vital -a un escribir en estado de destierro- se unen un sabio control del discurso, sobriedad de la lengua y, sobre todo, una propuesta conceptual suficientemente ventilada y moderna. En lo demás, sus textos más largos, merodea en demasía el autor de Residencia en la tierra.
Quizá la voz femenina más completa de las aquí antologadas. Muchos de sus textos, como los de lamística, tienen su parte en verso seguida de comentario no necesariamente más transparente que la anterior. La suya es una poesía apasionada y, al mismo tiempo, perturbadoramente despierta:
“Espero afuera del salón de clases de tercero de primaria. El examen será oral, individual: triunfal. Todo el mundo tiembla. Se trata de una prueba de lengua nacional. Siento la boca seca, pastosa, el paladar partido. Soy toda gusto estéril, verdadera cornucopia ahogada. Entro. Cierro la puerta. Subo despacio a la tarima. “Conjuga lo que quieras en cualquier tiempo.” Sin dudar un instante, yacer es la elección […] Transparente, revelada exultó mi lengua”
Como sus congéneres y poetas, Gloria Orozco y Alejandra Pizarnick, Pura López Cólome se adentra en un lugar sin nombre aún y sin rostro.
Es otro devoto de las palabras. Su escritura va de cara al lector cuando éste poco debe importar a la hora de escribir poesía. Textos excesivos, aunque -en sus mejores momentos- también dejan translucir un meditar hondo e inteligente.
Fervor por Borges. Mejor en su prosa poética por singulares aciertoslúdico-especulativos y la sugestiva aclimatación de una fantasía entre gótica y carrolliana:
“La construcción del muro avanza. Un sentimiento de aquiescencia me domina. ¿De qué temblor o incendio esta formación de piedra nos proteje? En sus extremos ordené construir dos hornacinas. En una reposa el sol rodeado de peces. En la otra, un diablo se masturba delante de un colibrí. (El cielo).
A gran distancia de este talento para la fabulación están sus reflexiones sobre la poesía. Sin embargo, como los buenos poetas, a su trabajo lo preside cierta cuita inconfundiblemente autista, aparte de un siempre oportuno sentido del humor.
Es un autor fascinado por su público. Narcisismo focalizado que, en contraste por ejemplo con la poesía de Ernesto Lumbreras, no aparece descentrado en la sabrosa trama de la fabulación. Resulta insufrible por pretendernos vender teoría postmoderna allí donde sólo encontramos un verso pretencioso y de onanista lugar común, como en “Me refiero a ti como a dos fieras porque“:
“Hay que estar
muy herido para referirse, muy herido de lenguaje
…
Escribir es
desnudarse, escribir es vestirse. Pero el vértigo
no viste, viste de rojo, el pájaro de sangre, el
gorjeo del pájaro de sangre en Inglaterra: pio, pio.
…
Por último,
sin miedo, me refiero a mí”.
El sujeto poético se toma demasiado en serio y, por lo tanto, su lenguaje se torna descontentadizo o banalmente patético. La de Milán es una de las injustificadísimas inclusiones en las Insulas extrañas, antología trasatlántica de lo mejor de la poesía hispana en los últimos cincuenta años.
Viñetas -ejemplo, La esponja, Las tijeras- absolutamente anodinas. La flexibilidad de su escritura -coloquialidad y llaneza del vocabulario- modula un poco mejor en el verso. Rehuidas la intensidad o la “rareza” del lenguaje de la poesía, no se las reemplaza con ninguna otra cosa; como leemos en uno de sus versos, su poesía “palidece por falta de carácter” (Los elefantes nacen viejos).
Notable su poema Topografía, sobre su madre y con la resonancia de los que también compusiera César Vallejo:
“Recibí de mi madre -igual que otros- la carta que no abrí, el pecho, su dorso generoso al darse un baño a la orilla del río. La vi entre paredes de una casa andar de un lado a otro sin salida. La raíz le miré, la herida intacta, y la perturbadora y fugitiva ceniza le miré”.
Bien dosificados zigzagueos del hipérbaton en correspondencia a esa búsqueda de variadas aristas y esquivas diemensiones.
Poeta raro en el contexto de Reversible Monuments por celebrativo y gozoso. Vocabulario muy rico y en caída libre: inventándose y transformándose como en la sabia lección de Altazor de Vicente Huidobro.
Poesía de corte tradicional, impecable. También como los clásicos, se propone enseñar deleitando. Asimismo, otra ave rara -tal como José Luis Rivas- ya que para él el mundo es un locus amoenus, sólo por nuestra necedad incumplido.
Estos tres últimos poetas -nacidos en los ’50- parecieran constatar las evidentes diferencias con la generación posterior que no pretende instruir ni, mucho menos, deleitar. Sin embargo, a aquella poesía puede quedarle todavía algún resto notable, muestras de intensidad junto a precisión de las palabras:
“En la humedad de mi lengua la espiral de la serpiente,
En la frontalidad del cuerpo una espiga y el agua.
…
En el ano el baño zodiacal.
En los pies las toxinas y el dolor del águila.
En codos y rodillas cuatro agujas al viento.
…
En el sexo la densa multitud, la espesa sed, la palabra.
…
En mi mismo una ola que revienta” (Rosario).
Aunque, por otro lado, percibimos también cierta tonadilla nostalgica o melancólica que los más jóvenes hacen muy bien en rechazar.
Quizá como típico Ph.D. (Yale) la suya es una poesía, además de melancólica, libresca y a priori especulativa; es decir, de antemano el yo poético desea que lo percibamos listo. La galaxia Paz (aludimos, entre otros, a los antologadores de las Insulas extrañas) le pone cabe a su verso:
“En la playa
palabras de sal y espuma
se dibujan en la arena.
Las olas del mar
nombran a la tierra” (En la playa).
Ni Cernuda lo salva -cuando Ulacia se dispone a desear igualito que el gran poeta sevillano- porque sus poemas eróticos son vulgares; es decir, su apetito es estrictamente de este mundo, entendámonos, el del consumo y la comodidad:
“Bastó sólo una mirada,
el silencio entre dos frases, el tenue roce en tu mano
cuando pediste la llave
en el calor de la siesta,
para que el joven conserje
con mirada de gacela
fuera detrás de ti, al cuarto” (“En el Ritz de Meknés”).
Problema de focus en sus motivos y en su lenguaje. No existe variedad, sí diletancia entre la auscultación y el testimonio; tiene de Octavio Paz y de León Felipe. A nivel del lenguaje ocurre algo similar, une comparaciones y anáforas junto a asociaciones libres; falta de riesgo -y creatividad- general.
Interesante presencia de Roque Dalton en su poesía, mezcla de testimonio y buen humor. Poesía cotidiana y callejera de cara a la frontera con USA.
Tomado de (abajo) y, obvio, lista que debemos actualizar…