Sandoval exige latencia de valentía en cada verso. La respuesta no es clara. Nos consta su devocional ejercicio de la poesía. En este sentido, su crítica no admite abjurar del rigor, como si fuera la peste. Lo sabemos de sobra.
De ahí que encontremos a la puerta secreta que su lectura nos abre:
«Y juro que puedo seguir leyéndote mientras te imaginas el mar en prosa porque su espuma necesita horizontalidad y porque es cierto, en ello descansa lo más efectivo de tu poesía, en hallazgos como la noción que nadie brindar esta noche más que por la travesura de la playa por el amor que no tiene extensión ni profundidad mayor que una sonrisa, por ese evento intrascendente que detectas, que miras desde las córneas del vidente, del que cruza dos calles todos los días y con eso le basta, con versos de corta dimensión, de ritmo que pudo haber sentido Paul Gaguin en el mar Polinesia, de vaivén sobrio, como la música que se contiene, que espera su momento, su instante de verso luminoso para habitar la página y hacerla bailar dulcemente con el significado (Sandoval, sobre Poemas en hucha. Poesía de Pedro Granados, 2012)».