Archivo por meses: enero 2016

To Readers, Everywhere/ Indran Amirthanayagam

MC

Do you understand the poems you receive

are cries of the heart/soul/mind. There are

no bulletins more important to me, from

Morne Calvaire where I live, to you, friends,

accomplices in these attempts to diss the fates.

To those who write back, thank you. To those

who do not, I remain the optimist, but for how

long? You are my prodigal sons and daughters.

I am old enough now to say this. Saint Peter

is counting. God is pacing. We are waiting

for a reply, Write, or the poems will dry

on the vine; the wine will stay in its

bottles, waiting for the cry from the sentinel,

the wild, coursing hoot of joy, the prodigal

child, the promised time has arrived.

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Taller de Poesía en la UNIBE

unibe

Ámame
Siempre cuando no me encuentro
Sé que tu ahí estarás
Mientras la noche sea oscura
La lluvia se llevo mi tristeza
Mi celular se apagó
Muero lentamente

Las sombras del oscuro
Amores confundidos
Ventana
Miradas
Mentes
Neblinas
Tu sombra y la mía

Hasta el amanecer
Esta noche quiero
Juntarnos
Para ver el amanecer en Venecia
Muerte y vida propia y del otro
Un gato
Con un perro
Nunca pasará
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Taller de poesía en Santo Domingo, R. D.

Bpca Chica

Luces huellas silencio

Sal en tus pómulos

Entre la Mona Lisa y Venus

Entre Ares y Narciso

María, Rahab, Herodías, Salomé

No se ya quién soy

Bienvenida Morla

 

A través de tus ojos

Caballos cruzan el río

Amantes se besan

Ciudades se levantan

Guerreros decapitan

Un ejército

Una chica sonríe…

Y yo…

Yo solo miro el cielo.

Odalis Cedeño

 

Entre el sueño y el olvido

juego a los secretos…

armo y desarmo indicios

tejo interrogantes y argumentos

represento disfraces y

apariencias

fabrico poses y ademanes

ajena a los rumores y

opiniones de los demás.

Entre el sueño y el olvido

invento un amor, construyo

una pasión.

Carolina

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La poesía de Enriquillo Sánchez: “puñal y maicena”

ES

Para Pedro Delgado Malagón

La poesía del dominicano Enriquillo Sánchez (1947-2004), también cultivó el cuento, el ensayo y la novela, va –según Bojear. Poesía reunida (Sto. Domingo, R.D.: Ediciones Ferilibro, 2012)– de 1976 a 1989. Es decir, empezó a publicar poesía casi entrados los treinta años y dejó de hacerlo apenas superados los cuarenta. Es más, podríamos decir que su producción literaria en este rubro casi se circunscribe al año 1985 donde escribió la mayoría de entre sus ocho poemarios; varios de estos premiados local e internacionalmente (Premio Latinoamericano de Poesía Rubén Darío, en la Nicaragua sandinista, con Sheriff ©on ice cream soda, 1985). Sin embargo, y un tanto al modo de sus inmediatos predecesores: Antonio Cisneros o incluso el mismo Roque Dalton, no fue en estricto un escritor realista o inequívocamente “comprometido”. Más bien, constantemente hurgó en su fuero interno sin dejar de trajinar la calle; no desdeñó el humor; y, acaso su mejor herencia, atinó a pensar con inusitada intensidad ilustrando con ello lo que Ezra Pound sostenía que era la poesía: “cargar al lenguaje con sentido al grado máximo”.

En cuanto a este último tenor, algunas de sus sentencias o epigramas o incluso greguerías –logopoeia, en suma– entramadas en el tejido mayor de sus poemas, podríamos ilustrarlo del modo siguiente:

IX

Regresar.

Regresar desde la brevedad de la pureza.

Anocheció, obviamente:

las avenidas (Quintopatio, quizá, en algún anuario

inescrupuloso), el jengibre, los anuncios lumínicos,

los automóviles, los incendios,

sea: es un instinto la retórica

(y su urgente urbanidad).

Despedirse

(hasta otros grafitos musicales).

Saquear, entonces, todas las instituciones.

(La habías instituido,

ligera, en el espejo).

Aproximarse a la memoria,

manuables los sabuesos.

Atravesar la noche.

Leer pastores: pastorear el alba con sus dientes.

La primera persona es un hurto.

Pero las fieras tienen derecho a la palabra.

Uno de los hombres que soy

no sabe que soy temporal.

Baruch de Spinoza, yo también apuesto:

Sentimos y experimentamos que somos eternos.

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Poética del Conde/ Basilio Belliard

Conde}

A Pedro Peix, in memoriam

Teatro de la palabra y la memoria, El Conde es único y múltiple: cambia de un día para otro, en un abrir y cerrar de ojos. Su rostro es móvil y su máscara fugaz. Es historia y presente de la epopeya cotidiana capitaleña. Renace y vive a la sombra de sus ágiles transeúntes, azorados turistas y despabilados lugareños. Desde Paco´s hasta el “Palacio de la Equizofrenia”, desde la Puerta de El Conde heroica hasta Las Damas, El Conde peatonal es la vena que atraviesa el centro del corazón del casco histórico, ese conjunto arquitectónico, donde cohabitan las ruinas monumentales del pasado colonial con los aires de la modernidad.

En los años setenta se puso de moda el verbo “condear” para referirse a caminar de arriba a abajo de El Conde. Este verbo lo encarnó, hasta hace poco, Danilo Lasosé, Conde arriba y Conde abajo, en un ejercicio delirante del pensamiento, que define la filosofía en tanto pensamiento que se camina: la filosofía como caminata (Hugo Verani estudió en Octavio Paz el “poema como caminata”, como una poética del arte de caminar).

Después de su peatonización, a mediados de los ochenta, El Conde devino espacio bautismal para los artistas y poetas que sentían en su respiración el aire de familia de la consagración por los caminos del arte y la palabra. Un amigo me dijo, en una ocasión, en el “Palacio de la Equizofrenia”, que él tenía derecho de hablar sobre literatura por sus años visitando ese lugar, este templo de la imaginación consagratoria, pues, según él, la sabiduría se pega –al parecer- por ósmosis.

Ruta para arribar a las reuniones sabatinas del taller literario César Vallejo en los años 80 y 90, o la “Noche en Grande con la Poesía”, espacio sabatino-nocturno animado por Joel Almonó, en el Hostal Nicolás de Ovando, o las tertulias de Juan Bosch y Pedro Mir de Verónica Sención, o las amenizadas por el fenecido Carlos Gómez Doorly, con su grupo Cacibajagua, en la Casa Universitaria de la Cultura, o los lunes de Víctor Villegas, en el Colegio de Artistas Plásticos, hasta hace poco. Así las cosas: el Conde pintado por José Cestero, poetizado por René del Risco, padecido por Luis Alfredo Torres, o caminado por Franklin Mieses Burgos, para quien El Conde era el país y la ciudad colonial, el mundo. El Conde es lecho de pordioseros y perros realengos; refugio de beodos, proxenetas, prostitutas y saltimbanquis; amén de ser destino siniestro, también es receptáculo de la inspiración y el bostezo del hastío y la salvación espiritual: El Conde cura y enferma. Hoy, minado de Gift Shops, artesanías, tiendas, cafés, restaurantes y bares, parece asistir al preámbulo de su resurrección con la apertura de nuevos cafés, hoteles boutiques y el asalto de grupos musicales que hacen más respirable su ecología fantástica, al llenar de melodías y voces su tiempo vespertino y nocturnal. El Conde es, pues, un carnaval permanente de lo sagrado y lo profano: para el viajero y el sedentario, el pobre y el rico, el blanco y el negro, el jabao y el mulato; los “viejos verdes” con las amantes impúberes, el marido negro con la esposa blanca, el novio viejo con la novia joven; el nómada voyerista y el turista embelesado, todas las clases sociales conviven y danzan al unísono, tal y como estudió el carnaval Mihail Bajtin, en tanto fenómeno de la cultura popular medieval, la única fiesta donde se dan la mano los de arriba y los de abajo. El Conde espanta y seduce a los provincianos alelados y a los “campitaleños” –donde sus personajes son fantasmas, como lo describe sórdidamente Pedro Peix, en su libro de cuentos El fantasma de la calle El Conde.

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Nan Chevalier: El viaje sin retorno

Nan Chevalier

El Viaje sin retorno desde un puerto fantasma, nueva novela breve de Nan Chevalier (Santo Domingo, R.D.: Editorial Búho, 2015), comparte con Aura –aquélla célebre de Carlos Fuentes– más de una significativa coincidencia: punto de vista, en de la tan vinculante segunda persona singular (tú); la historia de un sujeto inepto para vivir el tiempo presente, Felipe Montero o Ludwing Echavarría; y un espacio cerrado y no menos fantasmagórico, la casa de Doña Consuelo o la capital de la isleña República Dominicana, Santo Domingo:

“[Puntualiza Don Emir, amigo fortuito de Ludwing] -¡Záfese de este ambiente!- susurró con dramatismo-. Ahora quien importa es usted. ¡Záfese! -exclamó de pie-. ¡No permita que esta se convierta en la ciudad de sus ruinas!”

Asimismo, y a modo de un círculo concéntrico mayor, una aguda e inquietante reflexión sobre el amor de pareja en medio del páramo de la incomunicación familiar; del desasosiego por el exceso de trabajo o la falta de él; y, sobre todo, de la opacidad de nuestras propias identidades y existencias.

“[Habla Rosanna, la esposa de Ludwing] Pero escucha esto, azaroso de mierda: nunca se te ocurra llamar a mi casa, puerco de arrabal, FRACASADO, con mayúsculas”

Como un ingrediente adicional –y más específicamente caribeño– se halla la reflexión cultural y social, también presente a todo lo largo de la novela del, asimismo, poeta y profesor universitario, Nan Chevalier:

“El negro se percibe en el aire”; “en estos días Ludwing ha terminado por aceptar que la verdadera maldad anida en la clase social más encumbrada”; “reconfirmaste que en estos bajos estratos la gente es más abierta de pensamiento que en la llamada clase media. Son más flexibles ante la impredecible agenda del diablo”; y un largo etcétera.

Tampoco están ausentes el humor y la observación inteligente; ni mucho menos la poesía, más bien, de una epifanía parca y austera, rasgos típicos de la lírica de nuestro autor.

Por todos estos felices motivos, que no son pocos, saludamos y congratulamos esta nueva obra de Nan Chevalier, autor dominicano de vocación singular y derrotero propio.

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“Ante el yugo de la llama” (Intervención en León Félix Batista)

LFB

(rap)

llegan llagas

para escindir en fases

la aflicción que no segué

las islas tienen todos los caminos mutilados

vendavales invisibles

de lo que la fiebre enhebra

el que pensó la carne

inventó la tempestad

porque el recuerdo vive

para demoler tu voz

con aullidos puntiagudos

¿qué intentas deshacer

cuando recuerdas?

los recuerdos son poemas

incubando una hecatombe

madreperla

es esa la valva que remolcas

un minuto

de retraso mental

es un recuerdo…

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Vallejo: Language itself? MLA, Austin 2016

Inkarrí 5

Se podría resumir, acaso hasta la caricatura, que lo que animó a las mesas dedicadas a César Vallejo en el MLA fue un viejo y siempre nuevo debate: ¿la clave para profundizar en su obra –en particular en su poesía– es la biografía o la logopoeia (prosodia, retórica) contenida en sus versos?  ¿El trabajo de campo o el gabinete?  ¿El arraigo de César Vallejo a un saber y práctica local, nativa,  o su inteligibilidad  auto-suficiente desde alguna biblioteca metropolitana?  La respuesta de perogrullo, no menos caricaturesca por cierto, es que impele juntar ambas riberas.  Sin embargo, acaso lo decisivo en esta tarea estribe en que debemos emplearnos a fondo; es decir, poniendo en crisis nuestros propios saberes e invocando la imaginación y la creatividad.  Son muy pocos investigadores en el mundo los que piensan ahora mismo a Vallejo de modo diferencial; existe cierto adocenamiento en la lectura por más que unos invoquen la supremacía de la biografía frente al conteo de sílabas métricas, u otros traten de echarse abajo todo lo que constituya ver al peruano desde cerca: Santiago de Chuco, la Lima de los 20′, su cultura ancestral.

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