“vivir en la República Dominicana significó para mí un acercamiento, más bien. Un acercamiento a la realidad del Caribe. Como puertorriqueños residentes en un país subsidiado somos a veces incapaces de reconocer, mucho menos entender, la realidad económica, política, social y cultural de nuestros vecinos caribeños. Geográficamente vivimos en el Caribe, pero mentalmente habitamos una especie de burbuja mágica, impenetrable. Vivir en la República Dominicana me puso en contacto con otras fuentes, muy ricas, que tuvieron un efecto sensibilizador y enriquecedor; la religiosidad popular, el panteón caribeño, la farmacopea de las islas, las pequeñas y medianas empresas, el cooperativismo urbano y rural, las juntas de vecinos, el contrabando y la piratería, la astucia del hambre, las complejidades de la identidad racial, el dinamismo de los creoles, la potencia indiscutible de la brujería, la pobreza extrema y, lo más importante de todo, la inquebrantable alegría”