Para un peruano que desde la escuela primaria, de modo obligatorio, ha leído Trilce; que se ha hechizado, también de muchacho, con los 5 metros de poemas; que, un poco más grandecito, ha leído en voz alta y grabado –para ver cómo suenan en su propia voz– los versos de Diario de poeta de Martín Adán; que ha conocido las novelas kitsch de Luis Hernández Camarero; que ha crecido, como ciudadano y encandilado con la literatura durante los años 70, en el ambiente de Hora Zero: los desplantes de Jorge Pimentel o de Enrique Verástegui; y, algo después, ha ejercido sistemáticamente la tolerancia con Kloka y la Kultura Kilka. No puede constituir ninguna sorpresa la escritura de Douglas Diegues. Pero sí, con gozo, la “madrugada” que entreveemos entre su performance.
Obvio, si fuere el caso hacerlo explícito, Diegues es un extraordinario piromaniaco con los monemas que le llegaron –gratis– a sus oídos desde chiquito; sonidos en guaraní, portugués y español y en la jerga correspondiente a cada una de aquellas lenguas: yiyi, pendex, pirá kuerá… para echarle un poco de almíbar a este, me temo, aburrido brevísimo ensayo. Él mismo, a su aire, somete el lenguaje en lo que toca a los oficios del karnicero de Milwaukee, poema-relato –central– por ejemplo en Triplefrontera dreams (Asunción: Yiyi Jambo, 2010), cito:
Si nel kondado de Wisconsin, ou en Asunciónlandia city, houbesse pena de muerte, el karnicero de Milwaukee seria condenado a morir en el maldito sillón eléctrico. Kuando perguntassem kuál era suo último desejo, el karnicero de Milwaukee pedería uma budweisser, que según Miguel Pacifico es la pre-ferida de Homero Simpson, una heineken ou una bavária, que están entre las más chupadas por los chuchis del Paseo Carmelitas, ou una pilsen ño-ño, que era la mejor y la más barata en toda la mesopotâmia triplefronter.
“Madrugada”, por ahora un tanto guarra y aderezada de excesos; es decir, más bien “utopía” (antes de amanecer) sería lo que sostiene, como un hilo sutil, las cuentas de esta pantagruélica poética trans-fronteriza. Douglas Diegues, aunque fálico y exhibicionista, no es erótico; tierno sí, más bien; y, ante todo, crítico y gozador del presente. Ejerce, y nos reiteramos en celebrarlo, su desmontaje semiótico de modo casual y con el cauterio del humor:
Daqui a pouco van a ser ocho de la noche. La mayoría de las personas en Campo Grande, Curitiba, Asunción, Sam Paulo ou Rio di Janeiro assistem a la novela en la televisione. Kuasi todos crȇem em tudo que vȇem y ouvem. Pero ninguém temcerteza de puerra ninguma. Non, non bale la pena ver di novo. Merda com sotaque carioca. Magias kapitalistas. Problemistas idiotas. Falsas loucuras… Nunka vale la pena ver de novo.
“por quanto tempo pode alguém se dar ao luxo de ser livre? Por quanto tempo uma poesia sem passaporte poderá escapar da batida policial?”, se pregunta Myriam Ávila en un ensayo (Poesía & Kontrabando) dedicado a la obra de Diegues. Acaso alguna fórmula o respuesta a esta radical pregunta nos la haya proporcionado, también, un poeta como el peruano Pablo Guevara, fallecido el 2006: “para que dure, hay que meter el performance adentro”; glosamos de este modo algo que le escuchamos decir en un recital (hacia fines de los años 90) frente a un enorme grupo de muchachos –punky-andinos– que lo escuchaban casi embobados. Como embobado queda, cada uno, luego de leer el portunhol selvajem del amigo Diegues.
La poesía de Douglas constituye, hoy por hoy, la institución literaria misma entre los jóvenes –y no tan jóvenes poetas– de la líquida frontera entre el Paraguay y el Brasil. Respecto a la Argentina, la suya es un modo de responder al neobarroco predominante de los 80 y los 90; aunque con vasos comunicantes con este último estilo o estética –culto a la opacidad comunicativa–, el portunhol selvajem no es para nada librezco. Respecto a posiciones radicales o irrespirables, tipo José Kozer y los rioplatenses suyos, la poesía de Douglas Diegues rescata los datos directos de los sentidos, el humor y el coloquialismo –heredado de los años 70– que combatieron precisamente el neobarroco y el neobarroso.