Con mis pulmones pienso. Reza así uno de los versos de Soledad impura. Un verso del último poema, precisamente el que cierra esta antología que abarca la poesía escrita por Granados entre el 2003 y el 2009. Es un verso, creo yo, esclarecedor de la actitud que sostiene cada uno de los libros escritos por Pedro Granados hasta la fecha. Un verso que ilumina también su labor crítica, henchida siempre de un gozoso contacto con la lectura, que adopta en su práctica el perfil de otro genuino arte respiratorio. ¿Qué significa, pues, pensar con los pulmones? Esta escueta manera de invertir el decir popular, según el cual pensamos con la cabeza, nos coloca sin rodeos frente a una postura perentoriamente vital, urgida por asumir los avatares de cada circunstancia desde la plenitud de la cotidianidad y los pozos de la zozobra.
Escuchemos otra vez al poeta, ahora en la página inicial de un libro anterior que data del 2002, Desde el más allá: Pero no soy un hombre triste, sí, en realidad, un caminante muy feliz. Una cosa se vuelve hacer patente al repasar estas líneas. A Granados no le interesa, como no le interesa a ningún creador saludable, hacer de los sentimientos y las ideas lamentaciones ojerosas e inhibidas; por el contrario, su apuesta nos recuerda que escribir, amar, copular, morir, constituyen también experiencias que pueden ser vividas desde la aceptación festiva de nuestra materialidad humana. Nos recuerda, asimismo, que la felicidad es un estado que acaso se explique sólo por el abismo que somos y por la luz que irradia una libertad asumida sin cortapisas.
Ya hemos dicho que Soledad impura es una antología. Sin embargo, las cuatro partes que lo componen: De nuevo a casa, Mar retinto, Alturas de Samaypata y No escribo a menudo, pueden leerse a partir de sus propias correspondencias, las cuales se multiplican si transitamos por los anteriores poemarios publicados por el autor. Y es que el lenguaje de Granados, ya afiatado en su primer libro –Sin motivo aparente–, se ha ido transformando pero sabiendo mantener su acercamiento puntual a las palabras.
¿Cuáles son, entonces, las impurezas de la soledad de Granados? Para intentar responder nos debemos situar en la cuarta sección del poema Alturas de Samaypata, el cual integra la segunda parte del libro que comentamos. Leamos el poema: Un manjar puede ser/ cualquier bocado. / Por eso escribes a pesar/ de tu sentimiento impuro./ No hay un lugar ni un tiempo/ ideal. Por eso/ aproximas tu cabeza/ al abismo del papel./ Samaypata ha dejado/ una larga estela de estrellas./ De aglomeradas estrellas de muerte. / Media hora menos dura/ el camino de regreso al llano. / A la embestida del calor/ de Santa Cruz de la Sierra./ Al asalto del frío de Boston./ Aunque por ahora vivas/ dentro del avión de tus recuerdos./ Y el hecho próximo futuro/ sea el de tu propia extinción./ Quizá en Samaypata./ Quizá tocando la loza misma/ de aquellas espléndidas estrellas./ Con nuestra gota de sombra confundida/ y feliz entre tantas otras sombras./ Pero esto no lo sabes todavía. Y por eso escribes/ con tu soledad impura./ A medias sola. Acompañada/ a medias/ No hay un lugar ni un tiempo/ ideal.
En este poema se anudan algunas de las creencias vitales y poéticas en que se origina la mirada de Granados. Por un lado, el abandono sin culpas de la búsqueda de lugares ideales o epifanías inmarcesibles. Su poesía no echa mano de la nostalgia de espacios o tiempos ornados por el prestigio de lo inalcanzable. Poesía impura, podríamos decir si con esta fórmula no cayéramos involuntariamente en falsas dicotomías o en discusiones trasnochadas. Por otra parte, las impurezas de la soledad de esta propuesta se asientan gracias a la convicción de que si bien no estamos nunca complemente solos, tampoco nunca estamos plenamente acompañados. Soledad que se vive en convivencia con los demás y en franca apertura al mundo. Esta soledad impura se torna en fundamento de una escritura que acomete sin ambages el recuento de su historia familiar, la crónica de su ávida trashumancia, la evocación de sus peripecias amorosas y una reflexión sutil del propio ejercicio poético.
Al leerlo no podemos evitar emparentar esta travesía con la de Lucho Hernández o la de Raúl Gómez Jattin, dos poetas fervorosamente apreciados por el autor de Prepucio carmesí. Cierto acento coloquial, una sencillez urgente y mesurada en la elección de sus recursos, sumada a un acertado empleo de la ironía son algunas de las coordenadas de esta poesía escrita con las puertas abiertas. Asimismo, y para matizar mejor lo dicho hasta ahora, debemos señalar que ya desde el poema inaugural del libro, es posible advertir la presencia nocturna de la muerte, experiencia que se manifiesta de modo constante y de manera nítida en el recuento de la historia familiar. Pero Granados no es un poeta fúnebre. La muerte propia y la de los otros, con todo el drama humano que ella conlleva, es enfrentada sin perder la frescura de la dicción. La poesía, y estos poemas vuelven a reiterárnoslo, es una de las más altas formas de la dignidad frente a la miseria y la muerte. Acaso la nota más singular sea la naturalidad con que el poeta puede encabalgar dos acontecimientos opuestos y simultáneos, revelándonos, por ejemplo en el segundo poema de De nuevo a casa, una personal manera de entrecruzar los sentimientos eróticos y tanáticos. Cito: Contra el secreto/ de la interpretación. Lloro./ Hace días. Hace tiempo/ que llorar quería. / Tanto tiempo que no entiendo./ Tantas horas que constituyen/ ahora mismo mis pasos./ Mi cara de perro asomándose/ en cualquier esquina. / Mi hermano Eduardo falleció hace un mes. / Murió como pobre, pero sin deudas. / Murió como pobre, pero sin dudas. / Tampoco su voz. Ni su amor. / Mi hermana Elena pagó los gastos/ del crematorio. Y Lucy, su viuda, / guarda por nosotros las cenizas. / En todo esto, yo no participé sino / poniéndole los ojos en blanco/ a una morena. Chivilla y blanquísima de ojos/ mi negra. Igualita a la muerte.
Entre el tropel de propuestas poéticas existentes en la actualidad es difícil encontrar una poesía que sepa guardar distancia de la gimnasia verbal, el colorido experimental, los buceos narcisistas, el exhibicionismo culturoso y , por contrapartida, se empeñe en ser fiel a sus impulsos más originales y ciertos. Porque la poesía es, como dice Granados, arte de adolescencia y los que pretenden atender su llamado deben estar dispuestos a prolongar la alegría del caminante que no sabe bien adónde va y que transpira, con lucidez y júbilo, el inexplicable hálito de lo desconocido. Julio Ortega, en el prólogo a un poemario de 1989, El muro de las memorias, escribió lo siguiente: “Entre el drama de lo inmediato y la ironía de su recuento, Pedro Granados, deja en este libro (como Tàpies en la grisura errática del mundo) los signos de su habla grabada a pulso, esto es, con zozobra y verdad.” Pienso que este juicio sigue siendo válido para el libro que hoy presentamos.
Soledad impura viene a completar una trilogía que empieza con Juego de manos y continúa con El corazón y la escritura. En estos libros encontraremos la misma textura formal y el mismo imperioso anhelo de escribir con el corazón abierto o, como decíamos líneas arriba, con los pulmones henchidos de aire que no es otra cosa que pasión por la vida. Quisiera, para terminar, leer un último poema perteneciente al segundo libro de la trilogía: El corazón y la escritura. Este poema es un diálogo con Germán, hermano del poeta, quien constituye una de las presencias más entrañables y constantes de esta poesía. Aquí también se entrelazan la emotividad del diálogo con el hermano muerto y la apuesta por el arte poético.
Mi hermano Germán o el arte de la poesía
Hermano, si tú supieras con tanto amor. Con tanta luz apagada en los muros de nuestro pequeño barrio. Con tanto cariño por ti, hermano. Porque tú has sido de otra manera mi padre, mi amigo, siendo mayor has sido mi pequeño. Si supieras cómo ilumina tu espíritu hecho de tantísimas muertes con sentido, de tantísimo amor desbordado, hecho de la misma gratuidad que merecen las flores, los actos en los cuales se puede morir por un amigo, la belleza que sutilmente nos aniquila. Si tú supieras hermano querido, ahora que las palabras te buscan para ofrecerte su mejor ungüento, el más caro, el más fino. Ahora que lo gasto todo, que lo invierto todo siquiera para espantar aquello que te pueda injuriar, aquello que te pueda hacer daño, aquello que ni tu sombra merece. Por eso, hermano, por esos retazos de humanidad con los que aún nos cubrimos, por ese paisaje de la ciudad que tú purificas, por tu ternura de ratón, y el vuelo sosegado con que atas los cabos de nuestra cada vez más extensa familia. Por eso, hermano, por eso te celebro. Mudo ante estas entrecortadas letras. En espíritu de peregrino y adorador. Jugándome la camisa y el corazón tal como tú me has enseñado. Justo eso, la camisa y el corazón.