El poeta dominicano, A. G. R.
A los doce años me gustó el tipo
que mataba las vacas:
un carnicero enorme a quien llamaban Felipe.
Verlo meter el cuchillo y escuchar las vacas
mugir temor y desespero,
me atestaban contra la pared, sufriendo
en entrepiernas, aquel corto escalofrío
que reclamaba un mundo.
Felipe, Felipe Aracena, un moreno de bíceps
gladiadores, destinado a cometer mayores
asesinatos mejores.
Y rimó, como en los viejos tiempos:
perfidia y pasión en el torrente sanguíneo.
Desde pequeña lo espiaba la sangre
lo atenazaba el candor.
Mis hermanas no lo prefiguraron mis amigas:
un carnicero angelical, brazo de niño,
imaginaba mi febril
y precoz adolescencia.
Gustaba él del bolero lo derramaba
con la más fina estocada.
Yo lo escuché una vez exhibiendo su animal
ensangrentado, y dejé aquel chorro de agua
majarme el clítoris erguido.
(Tiempo después supe que así se llamaba
esa glándula del tembleque y el gusto).
Tenía doce años y me gustaba
ir al matadero. El olor de la sangre
me hizo parir tres hijos.
De Marginal de una lengua que persigue su forma (2009)