Alejandra Pizarnik
La globalización en la cultura, tal como en los hechos lo vamos entendiendo mejor, implica un movimiento dual: uno de homogeneización (lógicas de lo único) y, el segundo, más bien de multiplicidad (lógicas de lo diferente) (Juan Duchesne Winter). Es desde esta doble y simultánea perspectiva como deberíamos enfocar la noticia intitulada “Diversidad marca a la nueva literatura latinoamericana”, que nos llega vía Reuters y firmada por Juana Casas y Lucila Sigal:
“Migraciones, violencia, trabajo, la vida urbana. Nada parece estar fuera de la literatura latinoamericana actual, excepto la pretensión de dar una definición unívoca”
Preguntarnos, hasta qué punto lo diverso es realmente eso o, más bien, constituye aquí reflejo y concordancia con una agenda teórica previamente establecida y, en lo editorial, quizá no menos rentable. Sobre todo si, como pareciera ser el caso, se escribe un artículo ad hoc para el público norteamericano y europeo, en este orden; de modo semejante a como Octavio Paz estableció a priori un destinatario específico para su célebre ensayo, El laberinto de la soledad. Ojo, no es que se niegan las realidades que enumera la cita de arriba; pero sí llamamos la atención de que sean aquéllas las que definan o enmarquen lo que concebimos como literatura, en este caso concreto el de la narrativa latinoamericana ya que, por ejemplo, la poesía no aparece por ningún lado en esta noticia. En este sentido, aunque su existencia se discuta como poco probable en la nota, sí constatamos la intención implícita de construir otro “boom” u otro canon semejante al de los años 60; donde figurarían, por ejemplo, los McOndo de los 90, Daniel Alarcón (“autor peruano de 30 años que escribe en inglés y vive en Estados Unidos”) o el que con conferida autoridad evalúa un tal Illan Stavans, profesor de cultura latinoamericana en el Amherst College, de Massachusetts.
A otro nivel, acaso menos político y un tanto más estético, estaríamos asistiendo a las antípodas de lo que, verbigracia, Borges rescata en alguno de sus famosos prólogos: “Kipling observa que a un escritor le está permitido urdir fábulas, pero le está vedado saber cuál es la moraleja”. Por el contrario, de un modo u otro en aquel artículo, la literatura latinoamericana parecería ser un abalorio de efemérides; es decir, de temas cuya previsibilidad y didactismo cobran su precio en ediciones:
“Quiere discutir la naturaleza de los problemas políticos y sociales que afectan hoy a América Latina, como carteles de drogas, delitos, violencia y corrupción en la ciudad”
Asunto que de nuevo nos invita a reflexionar sobre si es que no queremos reemplazar el supuestamente superado realismo mágico de la década del 60, que tanto nos identificó fuera de nuestros confines culturales, por otra imagen vendedora –por Alfaguara y Cia.– donde se traten de forma políticamente correcta –cara a USA o a Europa– temas como la violencia o las drogas. Por lo tanto, finalmente preguntarnos qué otros escritores, como respecto al “boom” lo fueron Julio Ramón Ribeyro o Alfredo Bryce Echenique, son dejados de lado ahora mismo; qué otros poetas, como respecto a Antonio Cisneros (ganador del Premio Casa de las Américas en 1963) lo fueron Luis Hernández o el mismo Javier Heraud, tendrán que esperar 30 años más para ser leídos. Es evidente que un autor tan emblemático del “boom”, como Gabriel García Márquez, banalizó el papel de las mujeres –a costa de esquematizarlo entre santas y putas– y no dio cabida a que se expresara, tal como por ejemplo sucede en MacOndo, la comunidad gay. Asimismo, contra los grandes temas y la “novela total” que se propusieron los escritores del 60 ya reaccionaron con justa razón y acierto, desde los años 70, sus pares –mujeres y hombres– latinoamericanos.
Y es que la forma de leer en los Estados Unidos y el modo en que a uno lo perciban como escritor es aliarse, ser programático cultor, de una determinada temática; y si es de las más noticiosas mucho mejor. A modo de testimonio recordamos, en ocasión de nuestra estadía en la Universidad del Norte de Florida (UNF), que una de nuestras simpáticas colegas, militante de los African Studies, consideró que estábamos en nada porque nuestra poesía no reflejaba alguna de las preocupaciones que identifican de antemano a los latinoamericanos. Acaso para ella, pues, era obligatorio ser y parecer un peruano profesional más; con nuestra utilería mental bien visible en el gorro y con nuestro discurso de ghetto.
Apostar por la mera individualidad es lo nuestro, por nuestro autismo y deshora. Y por nuestra no pre-programada amnesia.