Fortaleza/ São Paulo, outubro de 2000
Para la mayoría de los acusiosos antologadores e historiadores de la poesía peruana – quienes se dedican, cada cierto tiempo, a recopilar y publicar el canon definitivo de la rica tradición literaria del Perú –, la poesía de Pedro Granados (Lima, 1955) ha sido un enigma que hasta ahora no han podido descifrar. Quizá sea ese el motivo por el cual la muestras de la obra de este poeta limeño se encuentra recogida en muy pocas de las antologías que detentan el sospechoso título de “oficiales” en el Perú y es, de entre sus contemporáneos, uno de los poetas menos conocidos dentro del circuito literario de Lima. A decir verdad, y a pesar de correr el riesgo de caer en el cliché, pareciera que Granados es más conocido fuera que dentro de su propia patria. Y es que en Granados, los parámetros que siempre se han utilizado para categorizar en el Perú a nuevos poetas no se mantienen: no pertenece a una generación poética, su poesía no puede ser considerada ni pura ni social, ni tampoco responde totalmente a la corriente conversacionalista o a la académica etc. Si hay algo que distingue a la trayectoria literaria de Granados es su consistente camino individual: luego de cinco libros publicados aún se mantiene exento de la muletilla del “generacionalismo”, o de la identificación con algún “grupo” o com alguna definición facilista del ejercicio poético. Y esto, sin duda, no há sido el camino típico recorrido por la mayoría de los poetas peruanos salvo, claro, muy honrosas excepciones.
Es precisamente de entre esas honrosas excepciones de individualidad total dentro de la poesía peruana que debemos hurgar para encontrar a quien es, a mi entender, el poeta más cercano a Granados, Luis Hernández – cuya obra también sufrió y recién comenzó a ser reconocida luego de quince años de su muerte.
La poesía de Granados se acerca a la de Hernández no sólo en el aspecto formal (el verso corto, la extensión de los poemas que casi nunca exceden los 35 versos) sino más bien por su origen: en ambos, lo que los une es una conciencia clarísima de la diferencia entre el poeta (la voz poética) y su alrededor; ésta es una poetica del contraste.
Si bien toda poesía está construida en base a una diferencia (la voz poética nace siempre del contraste con la generalidad), lo especial en Granados, como en Hernández, es que la poesía no es documento sino testimonio de la (dolorosa) toma de conciencia de sí misma. Por ello, lo que tenemos en este volumen es una poesía nacida de la aceptación del vacío, de la distancia que separa a la voz poética de su alreadedor, de su contexto; es una poesía que ha sido forjada de la constatación de la anomalía inherente a la voz poética.
Soy una ‘minoria’ en los Estados Unidos, mas también, por ejemplo, en el Perú y en España. Entre homosexuales, heterosexuales, velludos, lampiños, y entre los otros poetas. Los acercamientos científicos, metafísicos, sentimentales, cibernéticos, utópicos, ninguno de ellos satisface a nuestro distraido corazón: viscosa rana de estanque ciega y cantarina (En: Desde el más allá).
Es por ello sintomático que la preocupación central de la última poesía de Granados gire en torno a ella misma: ahondar, hurgar en la poesía misma significa aquí no sólo cumplir con un requisito retórico y formal (la infaltable Ars Poética) sino, algo mucho más crucial: tratar de dar com una esclarecer la condicion del yo poético (¿por qué y cómo hace que el yo poético se distancie de los demas?). Como podemos observar, casi todos los poemas de “Desde el más allá” contienen una reflexión en torno a la poesía misma en donde el leivmotif es la de dar con la aproximación más correcta posible al trabajo poético, a la condición de ejercer la poesía:
Con esa buena basura muchas veces escribimos la poesia
!Tan inteligente ella!
!Tan desconfiada la pobre!
(En: I, El idioma de la sociología)
No has escrito nada.
Otros han escrito por ti.
Reparasen esta verdad, te sientes pillado,
Y sonríes
(En: IV, No has escrito nada)
Ven ustedes, canta Billie; escribo el poema.
¿Simple coincidencia de un día de invierno?
La nieve se arremolina como un puño, el aire,
los recuerdos. !Aparatate recuerdo!
La poesía, arte de la distancia,
Del uso de una sola oreja
(En: VIII, Un poco de oscuro como pantalla)
Ramas. Bocas
Una poesía del conocimiento.
De la persistencia.
(En: XII, Ramas. Bocas)
Este dia fue de poesía.
Una rosa.
Una ausencia despreocupada
Para siempre de sí misma
(En: XXXI, Este día fue de poesía)
De la misma manera, esta búsqueda por el esclarecimiento, por la definición más precisa de la condición del poeta no sólo es un motivo dentro de estos poemas, sino que también se convierte en un principio formal dentro dela poesía de Granados. Este principio se puede apreciar, sobretodo, en la constante repetición de los motivos, en donde cada una de las repeticiones busca refinar o rectificar (precisando o complementando) lo ya expresado el verso anterior:
No hemos aprendido nada aun.
No hemos conocido nada.
No hemos amado casi nada.
(En: XXI, La boca)
Hemos estado literalmente
Desnudos bajo la lluvia.
Sin ideas.
Sin proyectos.
Sin reales preocupaciones.
(En: II, La lluvia)
Con una gran masa negra
Perceptible
Intelegible
Amenazante.
(En: XII, Ramas. Bocas)
Un íngulo cualquiera.
Una intersección de lineas.
Un punto. Cualquiera.
(En: XIII, Como siempre)
Momento espectacular.
Fantástico momento.
Una exhaltación hasta el forro.
Un eco hasta el muro de adentro.
(En: XXXVII, Es muy duro hacer poesía)
Así, lo que tenemos delante nuestro es una poesía de búsqueda, una poesía que partiendo de su reconocimiento, busca definirse, conocer sus límites, recorriéndose a sí misma, examinando sus capacidades. Será el poema XXX (Una mano busca) en donde se puede apreciar la más clara definición de la poesía para Granados. En él, la imagen de la mano sobre la mata que sujeta a la vida sirve como metáfora de la poesía misma, de lo central de ésta (“Una mano que delimita el paso hacia la ponderada adultez y la muerte”) en la vida del poeta, pues delimita, abre, un tiempo y un espacio que aún no han sido recorridos por el poeta. Por eso mismo, aquí no resultan gratuitas las referencias continuas a las distintas ciudades donde el poeta vivió, que recorrió en los últimos años. Madrid, Santo Domingo, Manaos, Boston, Lima aparecen como distintas estaciones de aprendizaje, en donde el poeta recaló en la búsqueda (fallida) del anhelado mimetismo con la muchedumbre y que ahora, quedan como muestras del trazo que dejó detrás, de la ruta de su recorrido. Por ello, pues, este volumen de poesía me parece que debe ser leído como la aceptación por parte del poeta de que su lugar no está en ninguna ciudad en particular sino en el recorrido mismo, en el ejercicio constante de las definiciones. Hoy en día, en que la vida de mucha gente está signada por la solitaria transhumancia, por el desplazamiento continuo de una ciudad a otra, de un país a otro – una experiencia de vida que urgía de una poética desde hace ya buen tiempo –, este volumen de poesía aparece para recordarnos que el horizonte para algunos ya es la errancia misma. La poesia de Pedro Granados ha sido la primera, entre nosotros, en abordar el tema con la altura, el valor y el desasociego que da la madurez.
*José Luis Falconí (Lima, 1973). Publicó a inicios de los noventa en la PUCP la revista de poesía Vanaguardia. Estudió Letras en la Universidad Católica hasta 1995 cuando emigró a los Estados Unidos. Desde el año 2000 desempeña el cargo de Curador de Arte Latinoamericano del Centro David Rockefeller de la Universidad de Harvard. En la misma casa de estudios prepara su doctorado de Literaturas Románicas. Recientemente apareció su primer poemario, INDICIOS DEL NAUFRAGIO (Lima: Álbum del Universo Bakterial, 2007).