Archivo de la categoría: Narrativa

Narrativa

Agüeros para armar (nobloga III)

De eso no se habla

El chofer estaba lívido pero, urgido por el tiempo, no me bajé de su coche.  Serán máximo siete soles, pensaba, porque la Biblioteca Nacional no quedaba muy lejos.  El tipo del taxi me confirmó la tarifa, sin embargo, permanecía como ido.  Me arrellené en el asiento de atrás, el auto caminó un par de cuadras hasta el semáforo.  Una vez allí, el tipo me observó por el retrovisor y repitió en voz baja:

-De eso no se habla.  De eso no se habla.

Me encanta hablar con los taxistas, claro, un tanto menos que ir a la cachina, solo o con mi mujer, y disfrutar y nutrirme de la lengua que concentra allí mi ciudad, sumada en estos tiempos, a la que habla la legión de  venezolanos que encontramos por doquier.  En fin, mirando una y otra vez por su retrovisor, el taxista me habló; mejor dicho,  pareciera que se desahogó conmigo:

-Pero si sólo pregunté por lo que haría Vladimiro Montesinos diariamente, nada más.  Sin importarme mucho la cosa, además.  Porque sabemos mucho, por la prensa, de cómo es la celda de Fujimori y su rutina: su salita, su baño, su media hora de recreo.  Pero del otro, nada, ningún tipo de detalle, Mister.

-Ah ya, intervine.

-Dije aquello y uno de los cabrones, antes de bajarse del auto, me apunta en las costillas con un fierro y me dice bajito: “de eso no se habla”.  Fueron tres hombres de terno oscuro que me llenaron el carro por lo corpulentos que eran.  Nada más eso dije, amigo.  Perdón, ¿a dónde lo llevo?  A sí, al cruce de Guardia Civil con Javier Prado, correcto.

-Usted tiene razón, tienes toda la razón.  Alguna vez ha salido el tema, con otros taxistas, y se tejen muchas historias con el tío Vlady.  Que, por ejemplo, sale por las noches a tomarse sus tragos, justo cerca de aquí.

-Pero si eso es cierto, varios colegas míos lo han visto.  Chupa junto a sus guardias y con mujeres.  Muy ricas costillas.

El hombre se animó con la conversación, yo me tranquilicé, pero de pronto otra vez musitó:

-Aunque, de eso no se habla, no se habla.

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13avo aniversario de nuestro blog

Se nos estaba pasando celebrar, aunque en temporada tan poco celebrativa, los 13 años de existencia de nuestro blog (16/6/2007).  Pensamos que hemos cumplido, con nosotros mismos y con el público que en estos años se ha acercado a esta página.  En una entrada anterior, más bien “antigua”, declaraba que los tenía a todos y cada uno de ustedes “chequeados”; en realidad, esto último era para aludir o inquietar a los unknown.  Para nosotros esta categoría de visitante oscila, ya que desde chiquitos hemos sido quisquillosos, entre algo más que anónimo y algo poco menos que fisgón, pilatos y hasta enemigo.  Disculpen mis cuates, pero así se mueve  este pechito.  Mejor dicho, se movía, porque a estas alturas conozco perfectamente de quiénes se trata; y, a nuestra edad, al menos la del calendario, nos tiene sin mayor cuidado.  Todos somos, más allá de las lucecitas que brillan sobre el localizador de la Internet,  una bola de desconocidos; en primer lugar, para nosotros mismos.  Aparte de seres frágiles y harto efímeros; sino preguntémosle al que hoy por hoy lleva puesta la corona del mundo.  “La Pandemia literaria”, con este lema reseñamos un libro reciente de Julio Ortega, uno de nuestros más caros maestros junto con Germán Paulino –mi “hermano ignorante”, en términos de Jacques Rancière–, y allí constatamos que en nuestro blog no hemos hecho otra cosa  que ponerle su sano epitafio a todo, tanto a autores como a obras literarias (cada uno ya en esta  existencia tiene su merecido), pero jamás a la poesía. La que no figura necesariamente, o por lo general escasea, en la literatura (Luis Cernuda dixit) porque aquélla es libre, aleatoria, oscilante, democrática, leve, extraterrestre, y un largo etcétera y no distingue entre géneros (al menos entre los literarios o históricos) y, por lo tanto, no le podríamos colgar epitafio alguno.  Honor a la poesía entonces, con mala o buena suerte, con covit o sin covit, con blog o sin él.  Quisquilloso, o no, me hallaré siempre honrado con la visita de cada uno de ustedes.  Muchas gracias.  Y abajo copio el enlace, a manera de un modesto presente por la ocasión, de Poeta sin enchufe; nuestra más reciente “nobloga”, para variar, entre andina y caribeña o viceversa.

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Agüeros para armar (nobloga II)

Siempre que llegas a una nueva ciudad

Siempre que llegas a una nueva ciudad piensas, has pensado, que una mujer te espera, ha estado esperándote.  Tu cuerpo está roto, tu alma hecha pedazos, tu recuerdo evaporado.  Sin embargo,  aquéllas todavía viven en ti.  Todavía saboreas y engulles, hechas de tan humana carne, tal como angustia y desesperación del espíritu.  Lo mismo entre las magas noveles y las magas no tan noveles.  Pero a qué invita en esta tarde esta muerte viva. De como si no hubiéramos nacido y menos muerto y tampoco resucitado.  A qué apunta este puño de certeza.  A qué apuntó este estrepitoso golpe desde el vacío.  Un hilo que ignorábamos sujetaba tamaña nube.  Este leve sentimiento, oh sorpresa, que se adosaba a nuestra madre intacta.  A mi cariño final rodando desde aquella no tan lejana colina.  Mi amor, una bomba atómica portátil.  Tal como lo vislumbré de muchacho.  Bueno, un muchacho bastante crecido y, para qué, muy hermoso.  Y muy pobre y muy rico.  Porque todo le caía de gracia.  En primer lugar, la poesía.  Mi amor.  El amor.  Una panorámica donde todos aparecemos con nuestra sonrisa más radiante .  Un grito donde nos agolpamos y cobijamos.  Nuestra hoja más afilada contra la muerte.  Ante cualquier tipo de muerte y ante cualquier tipo de dios y ante cualquier tipo de promesa.  Una mirada díscola hacia aquella fría y lejana estrella.

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¿Qué pretendía Juvenal Agüero?

Juvenal y amigos en Marcahuasi, hace un huevo de años.

Al modo de Daniel Alcides Carrión, aunque en el área de las Humanidades o de la poesía peruana, Juvenal Agüero se auto-inoculó el virus del anonimato.  Entiéndase, el manejarse sin grupete de amigos o de colegas en esta área y, lógico, lo esfumaron de ciudad y campo.  Corre ya el año 2020 y, al menos en el Perú (su patria), Juvenal es un total desconocido y, en respuesta a esto, debe ganarse tenaz y meticulosamente la existencia.  Objetivo cumplido, entonces.  ¿Qué pasó, qué demostró?  Que la literatura no la hacen los individuos, sino las instituciones por más equivocadas o periclitadas que éstas sean.  Que cuando un determinado autor (si es que esta categoría aún debe permanecer) se adapta o se maneja en consonancia con alguno de aquellos clanes o grupos todo puede ir sobre ruedas; es decir, uno entra en el canon y se coloca en algún punto del partidor.   Pero si no.

Un  desencuentro clave de Juvenal, iba a decir una de las principales fugas en la sinuosa cañería de sus desgracias, se produjo de modo muy puntual.  Corría el año 1994 y a  Juvenal no le agradó en absoluto la poesía de una colega.  No recuerda qué gesto improvisó en la cara; pero éste no le gustó, asimismo   en absoluto, al yerno de aquella poeta, uno de los dueños de El comercio; el cual  le devolvió la mueca elevada al cubo y deletreando, entre bigotes y labios, algo aquí impronuncieble.  Obvio, Juvenal se jodió ante el 80 o  90% de las comunicaciones en el Perú.  Aquella suegra de yerno tan suspicaz y Juvenal, junto a otros dos poetas locales, leían en el “Encuentro con la Poesía Hispanoamericana” organizado por Jorge Cornejo Polar,  aquel mismo año en la Universidad de Lima. Dicho sujeto se  sentaba en primera fila y, para ser precisos,  justo frente al lírico escenario.  Festival de la Universidad de Lima del dramático arrivederchi —sobre una  silla de ruedas– de Emilio Adolfo Westphalen ante un numeroso y compungido público; aunque el autor de Las ínsulas extrañas sobreviviría, gordito y contento, por unos diez años más gracias a las oportunas y múltiples atenciones que le prodigaron en la clínica Maison de Santé (sede Chorrillos).  Luego, ya no con El comercio, sino frente a la ancha base de la pirámide del Perú que constituye la  Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM), y no nos explicamos del todo por qué,  Juvenal cayó de pronto tan mal allí.  Hasta el punto que ni compartiendo semejante vaso de chicha morada, con respectivo pan con palta, en análogos kioskos del campus, sus colegas de Letras  –por un par de años (2018-2019) el protagonista de Prepucio carmesí enseñó redacción en EE GG Ingeniería– no lo hubieran invitado siquiera para hablar  de  “Huaco” (Los heraldos negros), poema sobre el que Juvenal era muy elocuente y no menos persuasivo.  Pregunta acaso demasiado extensa para respuesta tan sumaria.  Juvenal jamás acreditó en orientaciones  neo-hispanas ni neo-indigenistas; ni en, programáticamente, pitucas o damnificadas.  Ambas actitudes, creía Juvenal,  atentaban contra el libre pensamiento y la inmotivada alegría; auténtica medida de lo humano, añadía para sus adentros aquel ex vecino del barrio de Breña.  El problema siempre estriba en cuánto, a costa de tanta anuencia, nos vamos cargando de poder y poco a poco transformamos  nuestro complejo, único  y expresivo rostro en una vulgar cara de poto, perdón, de palo.

Por otro lado,  ¿cómo iba la química de Agüero con las actuales hornadas peruanas de escritores o periodistas o curadores o acróbatas de la cultura?  Amnésicas, orgánicas a la hora  del vitute y nerviosas por todo; obvio, soslayaban al arrecho irredento que siempre fuera el del trágico accidente con la cremallera (Prepucio carmesí).  El mismo que –no lo ignoraban– precipitara el deceso del escurridizo beato, Martín Adán, justo en llegando al su postrer domicilio en el hospicio Canevaro (Juan Mejía Baca dixit).   Nada, pues, con los para siempre sub veinticincos ni sub treintas; ni con aquellos que pretenden ser filósofos a la hora de pergueñar sus versos, sin jamás haber aprendido, de modo paralelo y constante, del insondable arte zen de hacer cotidianamente su cama.  Y en esto Juvenal no discrimina entre X e Y.  Mucha barba, la parafernalia de alguno de estos nuevos tabloides, para tan poca quijada.

Chateaba Juvenal hace poco, con alguno de los poquísimos amigos que le quedaban, refiriéndose a V & C  y su ceguera ante Vallejo… mosquitos aturdidos por su propio zumbido y atentos a la venia de los que mueven el asunto en Argentina o en México…  al otro lado del wasApp alguien se cagaba de la risa.  Porque Mingo cada día y cada vez más, y tormentosamente, sabe que es un farsante; como cada uno de los kloakas y, un poco más atrás, cada uno de los canillitas de HZ.  La cuarentena tuvo el mérito de obligarnos a sumir el estómago y despojarnos de lo prescindible, que es casi todo en la poesía letrada del Perú.  Vaya libelo.  Coincidencias, más bien, que compartían de vez en cuando –y de puro aburridos– aquellos amigos.

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15 de abril de 1938: César Vallejo en la Clínica Arago

Qué inútiles tus pasos tan lejos de mi adolorida y lacerada espalda. De tu chuchita todavía sin desbravar. Sobre mis hombros se halla siempre el lugar de tus torneadas piernas. Y la pose que más me gusta, tanto como a ti, es la del perverso pollito. Entre estas imágenes deliraba Vallejo en su lecho de enfermo y justo a un par de días de irse. De irse, pero no venirse sobre la enfermera de origen argelino que le hacía recordar a su Otilia limeña. Tupidas cejas, entrenzadas y muy amplias; labios carnosos y siempre como en actitud de inflar un globo de feria. Absolutamente, cejas y labios, impúdicos para su tierna edad. Vallejo desvirgó a ambas. Es decir, a Otilia en la realidad; a su joven y diligente enfermera, Cardonia, sólo en el delirio de la fiebre. De esta manera aquella eterna habitación en el solar de “El Chirimoyo” –de los criollos Barrios Altos, distrito colindante al centro de Lima– pasaba a adosarse a la aséptica de la parisiense Clínica Arago; y luego a confundirse por entero con ella. Y, aunque efímeras, en las contadas y casi imperceptibles treguas que le dio su postrer agonía, el “Cholo” fue de veras un hombre muy, muy feliz.

Foz do Iguaçu, 2013.

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¿Y Juvenal Agüero?

Juvenal Agüero no aparece aquí por ningún lado, ni en tanto crítico ni en tanto poeta.  Comprobarlo es muy sencillo, pasas el PDF a Word y pones “buscar”… Es como si de un solo bocado se lo hubiera tragado la tierra; mejor dicho, y tratándose de poesía peruana, es como si los críticos convocados en este volumen –por tácito común acuerdo– hubieran ocultado su rostro con una felpa de viernes santo para decir lo que les venga en gana.  Pero Juvenal los ve y los mira y anda muy presente en sus pesadillas.  En general, el corro de historias y chismes que se despliega aquí resulta harto previsible y muy aburrido.  El problema con la mayoría de los críticos, o con la institución literaria vigente en el Perú (y entre los “peruanistas”), es que se han tomado demasiado en serio la “ética”; y, en vez de esto constituir un instrumento o una mira de indagación creativa y sin prejuicios; por el contrario, aquello los envuelve, literalmente, como una auténtica camisa de fuerza y los torna espantosamente tibios o políticamente correctos. Con Juvenal Agüero, respecto a la poesía y crítica de la poesía en el Perú, ocurre algo semejante –somos absolutamente conscientes de lo que decimos– de lo que pasaba, según Alejandro Ortiz Rescaniere, con la institución literaria de su momento (¿también el nuestro?) respecto a José María Arguedas:

“Los críticos veían unas cosas y Arguedas, otras. La visión de los críticos estaba dictada por alguna de las teorías entonces en boga -la aculturación, la marginalidad y la dependencia, todo con un énfasis particular en el cambio económico y social, y en la solución socialista […] El trataba en antropología, pero, sobre todo, en sus narraciones, de aspectos que la teoría desdeñaba o, simplemente, ignoraba. Y eso no le perdonaron: que viese distinto y más que los ilustres científicos sociales comprometidos con la realidad social (Ortiz Rescaniere, “Una mirada vagabunda.  Vigencia de la antropología de Arguedas”. Anthropologica, Vol. 20, Núm. 20, 13-18, 2002.14).

Auguramos que dentro de algunos años, no muchos, la mayoría de las taxonomías y los sesudos análisis presentes en Poesía peruana… (vol.4) van a pasar a constituir un trabajo en vano, un esfuerzo disfuerzo, un lamentable desperdicio de papel o de bits en la nube.  Todo por mezquindad hacia Juvenal Agüero o, lo que es lo mismo, un foco incorrecto.

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RADIX DE CÉSAR VALLEJO/ Zoila Pajares

Desconocida hasta ahora (dos hojas con fechas, respectivamente,  15 y 19 de noviembre de 1918), aunque filtrada por manos confiables a este blog, la autora de esta carta astral es Zoila Pajares, viuda de Villanueva, madre de la famosa Otilia Villanueva Pajares.  Iniciada aquélla en las ciencias ocultas, a imitación de Madam Blavatsky, desde adolescente y en su terruño,  Cajamarca. Por lo tanto, completaría y justificaría el real motivo por el cual el poeta se ligó de tal manera a ambas o a aquella casa.  La hija le deparaba un amor “apasionado, vehemente, incontrolable” (Juan Espejo Asturrizaga); mientras la madre, aunque honrada y púdica, hondamente  le comprendía.  Y, no menos, también el motivo  –no únicamente el anecdótico del embarazo, decepción y posterior fuga de Otilia– por el cual se desligó de  aquella familia de modo tan abrupto o intempestivo.  La madre sabía muy bien quién era César Vallejo y el inevitable dolor que venía para la novia.  Intentó, desde un inicio aunque  muy a pesar suyo,  alejar al poeta de la vida de su menor hija.  El viaje o los viajes, con Vallejo solo, aparecía por todo el ámbito del radix.  Que sepamos, el cholo desconoció esta –su propia– íntima y privada misiva.

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NO ES LO MISMO SER CACHIMBO SIN TI

Novela breve, de autor numeroso y colectivo (estudiantes y profesor de Estudios Generales-Ingeniería), donde un animal, Perro Vaca, genera ciudadanía: compromiso y ternura para con su comunidad.  En este caso la UNMSM y, a la larga, el Perú.  Breve relato muy bien posicionado argumental, estructural y filosóficamente; post-antropocéntrico, por cierto.  Nuestra protagonista no habla, como en las novelas ejemplares de nuestro padre Cervantes, tampoco es un dechado aerodinámico ni un arma a la que hemos entrenado como extensión de nuestra propia violencia.  Es simplemente Perro Vaca u Olga.  La cual se fue este mismo año (2019), y cuyo ejemplo ha calado entre los estudiantes, el resto de perros (¿acaso un par de docenas?) y los profesores en el campus de la, cuatricentenaria,  Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

https://noeslomismosercachimbosinti.blogspot.com/

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MAMBO, AL CONSORCIO DE POETAS Y CRÍTICOS DOMINICANOS DE POESÍA

“Querido Pedro es un momento luctuoso para todos [lo de Alexis]. Aprovecho la ocasión para preguntarte donde te envió algunas publicaciones y agradecer tu opinión acerca de mi poesía.   Ojalá podamos vernos pronto espero noticias tuyas”

Nos veremos en el Teatro Nacional, todos de Armani, cuando reconozcan mi labor como difusor de la poesía dominicana en el mundo.  Y adicionen a ello un cheque suculento .

Nos veremos cuando se repita, en la UASD, la lectura de Un chin de amor, y lo publique la Editora Nacional; mejor dicho, cuando las andanzas de Juvenal Agüero sean tan conocidas, por todos sus estudiantes, como los versos de Pedro Mir, y cuidado.

Coño, cuando aprovechen mi estadía por ahí y me inviten a leer poesía en un sitio un tanto más adecentado que El Torito de Villa Mella, La Tacita de la Zona Colonial o El Blanco de Boca Chica, lugares que hasta no hace mucho he frecuentado.  Aunque dedicado a la poesía de la bachata; yo que, siendo también derecho, debía inventarme allí  siempre dos pies izquierdos.

Nos veremos cuando pongan comillas a lo que me pertenece y no pertenece ni su sentir ni a su pensamiento.

Cuando entre todos me conviden una buena cena… un bizcocho.

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NO ES LO MISMO SER CACHIMBO SIN TI (novela breve y colectiva, in progress)

Era ya de noche cuando, la puerta 1, se estaba desolando.  Los ambulantes se retiraban, pasaban pocos autos y solo quedaban los wachimanes. Un niño llorando con una caja que emitía sonoros chillidos caminaba sin rumbo, se detuvo en la puerta 1. El wachimán, al percatarse del llanto del niño, le preguntó el motivo; éste le respondió:

-Mis padres no quieren que tenga este cachorro. El wachimán abrió la caja, allí estaba el futuro símbolo de San Marcos.

El niño rogó al wachimán para que se lo quedara y lo adoptara, pero éste se negaba rotundamente.  Sin embargo, al verlo con los ojos llorosos, preocupación, desesperación; el wachimán decidió quedárselo.  Aunque con una condición, que al día siguiente el muchacho debía regresar.

El niño se fue tranquilo, sabiendo que su cachorro estaba ahora en buenas manos y con un techo donde vivir. El wachimán observó aquella caja deteriorada y cuidó al cachorro toda la noche. Pero llegó el día siguiente y el niño no regresaba.  El wachimán se preocupaba más y más; ya le tocaba el cambio de turno.  Llegó su reemplazo  y, como el niño no venía,  decidió dejar la caja, entre unos arbustos, con el animalito dentro.

La noche ya caía y el wachimán, preocupado por el cachorro, fue al lugar donde lo dejó y, para su sorpresa, ya no estaba; no había rastro del cachorro ni de la caja. ¿Qué había sucedido?, se preguntó y no volvió a saber nada del asunto.

Al día siguiente la caja apareció, como por arte de magia, en la parte trasera del comedor universitario de la UNMSM.  Percy,  el cocinero, lo había recogido de entre aquellos arbustos de la puerta 1, cuando ingresaba como todos los días, para preparar al almuerzo para los estudiantes. El le daba de comer las sobras que los “cachimbos” desperdiciaban. ¿Cómo te llamaré?, se preguntó.  Sobre la caja que, como un caparazón protegía al cachorro, estaba impresa la marca de un reconocido aceite, “Olga”. Desde ahora te llamarás Olga, exclamó Percy, abrazando a la perrita.

Percy crió generosamente a Olga hasta  que falleció, esto sucedió apenas unas semanas después.  Pero luego todos la cuidamos o, más bien, ella nos fue cuidando incansablemente a cada uno.

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