SOY EL QUE MIRA AL CIELO Y A LA TIERRA
Soy el que mira al cielo y a la tierra.
Soy el universo.
El que baja hasta la orilla del lago
y enciende las hierbas secas.
La explicación es una bajeza,
el esclarecimiento la humillación.
Porque el aire es como los otros:
la memoria del hombre, en sí misma.
Soy el que escucha a los árboles
y sus cabellos de inmenso día.
El que brota en el silencio de la superficie
y deja firme su idea.
Estoy hecho de palabras; soy el que canta.
Estoy hecho de materia; soy el que inventa.
No siento temor por la verdad:
soy el que vive, soy el poeta.
ATARDECER EN CROMER STREET
El sol no cayó todavía
pero llegaron las mentiras rojas
a un bar de Cromer Street.
Y mientras los viejos amigos arden
dentro de una lámpara
en la que no corre aire
atravieso la vida
como si fuera un extraño,
junto a mi corazón desnudo.
Juan Arabia, El enemigo de los thirties (Buenos Aires: BAP, 2015)
Lenguaje y postura ante la poesía, en general, insólitos para un joven escritor argentino la que comprobamos en los poemas de Juan Arabia. En la senda del creyente Borges, aquel de los “Dones”, y su sujeto íntimo; más que de Whitman, de yo colectivo y encandilado con el futuro y la democracia. Uno más sutil y el otro más explícito, pero ambos honestos y no menos persuasivos, por cierto. Lo que se atreve a ventilar Arabia aquí no deja de ser audaz; acaso lo más atrevido y comprometedor, para consigo mismo, que puede enunciar alguien que empezó a hacer pública su poesía. El asunto es sencillo, aunque no sea nada fácil: ¿hasta qué punto, en el transcurso de mi vida, seré capaz de corresponder a tamaña certeza? Rilke andaba persuadido de que éste era un asunto grave o serio y que debería reflejarse del mismo modo en el lenguaje de los poemas. Es decir, ni en la actitud vital ni en el decir deberíamos ceder a la ironía o el humor. Nicanor Parra, todo lo contrario. Mientras Góngora era fiel, a su amor correspondido por la poesía, a través de la opacidad y “dificultad” de sus hipérbatos; como quien se impone, por no atreverse a actuar de otro modo, a comerciar con ella a través de unas persianas. O Vallejo que, en sus versos, adaptó todas estas actitudes, entre otras más, y las aglutinó sin jamás confundir una de la otra. Hizo bailar un trompo de varios colores (distintas nociones de las Humanidades); de aquí su complejidad y hondura. La vida antes que el pensamiento, y éste antes que la mera razón. La adoración de la mano con la existencia, parecería sugerirnos aquí Juan Arabia.