He ansiado respirar la sangre de los élegos
En bocanadas familiares, otear ese espacio
Que perteneció a los hijos en musical retama,
Ese odio de Dios que nos golpea con temibles dedos
Esa copa nublada de Vallejo, donde somos un poco
El heraldo negro que levanta la ventisca en los hogares,
Un rastro en el molino hasta desaparecer
Las crines de los caballos
Y el resplandor de la niñez
En las semillas.
Hay algo aquí que bate su conciencia
Como un polluelo que respeta el esparadrapo de sus alas
Cuando aparece la mujerte y su rompeolas
Donde vamos a caballo sin blandir la espuela del solsticio
Alcanzando ese dolor que habitamos
Y que nunca cesamos de recorrer.
Javier Alvarado (Panamá, 1982)