A todos los que llegan tarde y me quisieran mecer, enamorar, apelar a lo que de holístico tenga mi corazoncito. Sepan que no tengo corazón y que muy en el fondo todos ustedes me llegan al pincho. Digo, los que llegan tarde a la eucaristía. A la repartición en trozos de mi cuerpo y de mi memoria encarnada, por un abracadabra involuntario, únicamente para ustedes… pequeños hijos de la gran flauta… del mercado y del celular. Pero hace visto, muchachotes, de sentimientos y sexos todavía radioactivos. Jamás el discípulo es más que su maestro. Por eso los disculpo, pero no dejo de puntualizar que –a los que llegaron tarde– obtendrán nota negativa conmigo, puntos de menos que tendrán que pagar incluso en su próxima existencia. Así que a ponerse en buena relación con sus despertadores y no lleguen tarde, carajo. Que me hinchan los pulmones aun antes que las pelotas y provocan me acuerde de mí mismo –espeluznante anagnórisis– sin entrar a las clases ni quedarme en el café, simplemente sin ir a la universidad estando muy bien matriculado… sin nunca asistir a las clases conociendo incluso de vista al simpático profesor… No sabiendo qué hacer con mi rol de estudiante, de pobre, de arrecho, de poeta con Dios en el bolsillo de la flameante camisa… No sabiendo, desde luego, qué tanto hacer ahora con el rol que me toca.
Para “Activado”…