Archivo por meses: julio 2025

ADÁN AMERINDIO

La crítica no conoce a Martín Adán; ergo, tampoco nosotros lo conocemos. A modo de paliar esta fundamental carencia, “En la azotea”: Martín Adán amerindio (Amazon, 2025), se constituye en un ensayo, digamos, de lectura obligatoria. No sólo se identifica y resuelve aquí la, acaso impensada, identidad solar del personaje-protagonista de La casa de cartón.  Además, justo a consecuencia de la gravitación del motivo del Sol sobre todos los otros motivos presentes en la obra –Rosa, Piedra, Agua– y ya identificados por los estudiosos; asimismo, este ensayo plantea una nueva taxonomía o estructura de aquel libro de 1928.  Entonces, respecto a su raigal entronque amerindio, no debemos esperar hasta La mano desasida (Canto a Machu Pichu) para encontrarnos ante este resplandor tutelar en la obra de Adán; tal brillo, insospechadamente fecundo, lo hallamos desde su inicio. P.G.

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LA PREGUNTA POR LA POESÍA PERUANA

La pregunta por la poesía peruana coincide, necesariamente, con la pregunta por Pedro Granados.  No se trata de enmendar la, hasta el momento, relativa opacidad en la recepción de su obra (poesía, novela, ensayo); mucho menos de condescender con ella: también, además, pero nos olvidábamos, anoto.  Se trata, más bien, de re estructurar todo el canon  de la poesía peruana de entre siglos para, precisamente,  disfrutarla y entenderla mejor.  ¿Pero aquello de la falsa modestia?  Tal como decíamos en otro tiempo y lugar:

Podría alguno preguntarse por qué Pedro Granados no se pone a tono con el tópico de la falsa modestia.  Respuesta, precisamente porque es “falsa”; es decir, a la larga constituye un caso de propiedad privada adicional del poder.  Sus satisfechos dueños encuentran, por demás natural, sean ellos, y ninguno otro, quienes controlen el “merecido” sello de reconocimiento al boleto para la posteridad.  Ergo, frente a toda esta corrupta tramoya, mucho mejor es ir uno a su aire; aunque, ante la poesía, lo correcto sería precisamente lo contrario: irnos junto con ella hasta cómo, cuánto y dónde ella apeteciese.

En consecuencia, todas las antologías, perfiles, resúmenes, bibliografías, al respecto de la poesía peruana, no sólo lucen incompletos hasta hoy; sino que, además, andan descaminados y, pedagógicamente, diseminan cosas que no se atreven –algunos jamás se atreverán– a revertir sustancialmente.  ¿Por qué algunos críticos o colegas, los cuales representan específicas instituciones literarias en el Perú, jamás se atreverían?  Porque a estas alturas admitir sus mezquindades o enconos implicaría, de modo simultáneo, descompaginarse ellos mismos e incluso desaparecer más prematuramente.  P.G.

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GRANADOS/ MACERA

Escribió alguna vez sobre mi poesía: “Lengua de animal puro con que habla mientras la palabra es una bala certera al corazón” (“Prólogo” a El fuego que no es el sol, Lima: Ediciones de los lunes, 1993); también, allí mismo: “[Granados] rodea, pero expresa”. Y debo reconocer que estos dos puntos (post-antropocentrismo y sugerencia), destacados por tan distinguido humanista, constituyen hasta el día de hoy el meollo de mi vocación y dedicación a la poesía. Desde aquella que empecé a escribir a los quince; y publicar en libro desde mis 23 años (Sin motivo aparente, 1978). Asimismo, en un aparte en el Instituto de Estudio de Historia Rural Andina –que él dirigiera por décadas y en el cual eventualmente lo visitaba– alguna vez me preguntó por sobre los poetas peruanos que quedarían para la posteridad. Coincidimos casi de inmediato, por cierto aparte de Vallejo, en Eielson; aunque mirándome fijo y en voz baja dijo que mi poesía también quedaría.

Presentación de Pensar la historia peruana, este viernes 18 de julio a horas 7:00 p.m. en la 29° Feria Internacional del Libro de Lima.

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EL MAR, ESE OSCURO PORVENIR

Celebración

hay un cuerpo tendido junto a un árbol

hay una uña negra que rasga la carne con violencia

hay un animal que lame una herida

y miles de moscas que zumban alrededor de sus ojos

hay una cabeza de caballo abandonada en una

playa desierta

hay una oscura orina que se pierde con el dolor

hay madreperlas fuego y corales que caen sobre un

vientre estéril

hay un danzante que llora la muerte de su mejor

amigo

hay lágrimas de sangre que caen sobre unos labios

sedientos

hay lluvia otra vez en el clóset y un tren que pasa

una y otra vez sobre un sendero derruido

hay una niña sietemesina que nace hoy de la axila de

su madre

La diferencia entre la poesía de Blanca Varela (1926-2009) y Clarice Lispector (1920-1977) es la que, tradicionalmente, distingue la diplomacia peruana centrada en líos fronterizos –y a la que, hoy por hoy, ha salvado la gastronomía– de aquélla de Itamarati y su carácter decididamente universal.  A Lispector no la conocí en persona; a Blanca Varela la traté brevemente, y una sola vez, cuando me envió llamar –en el contexto de un Congreso en la Universidad de Lima a comienzos de los años 90– para conocerme y decirme, en resumidas cuentas, que Juan Manuel Roca (otro miembro del jurado) se había empleado a fondo para arrebatarme el primer lugar del I Premio Latinoamericano de Poesía Ciudad de Medellín, al que envié “Caligrafías” (poema ya publicado en esta misma página).  Lispector y una de sus devotas estudiosas, Hélène Cixous; por su parte, Varela y nuestra ex profesora Susana Reisz, argentina afincada desde hace mucho en el Perú.  Maestra, esta última, y guía de ya varias generaciones de mujeres poetas; entre éstas, Victoria Guerrero.  Aunque pensamos que El mar, ese oscuro porvenir (2002), cuya autora es Guerrero, y cuyo poema (“Celebración”) de este libro figura arriba, tiene aquí más de Clarice, por la inventiva del lenguaje y el atrevimiento imaginativo, y celebración un tanto también de la poesía de César Moro, que en sus poemarios posteriores donde, por el contrario, sabemos de antemano la moraleja feminista.  La PUC del Perú donde, con mucho éxito, a costa de fidelidad con un espíritu colectivo, los libros de numerosas mujeres poetas han resultado, literalmente, intercambiables.  P.G.

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Lengua negra de colores

Cuando publicamos un poemario plasmamos una artesanía y, de modo simultáneo, proponemos un sujeto poético; ejemplo, la verborrea de Neruda, hoy por hoy, en caída libre ante un lector que filtra ya de modo automático y no acepta megalomanías, narcisismos ni excesos machistas.  Cuando escribimos sobre el mito tenemos también, en lo fundamental, dos salidas.  La primera, y más usual, cantamos y nuestro sujeto poético se torna un mitogogo (conocedor, hechicero, pastor de sus ovejas); no sin antes, por lo regular, optar en el discurso o verso por alguna fórmula más o menos oral y narrativa (+ guarniciones); como si el mito hubiera suscrito, anteladamente, este pacto ético, pedagógico y no menos colorido.  En este redil figuran, aparte del Canto general del propio Neruda, ingentes autores de toda Latam (tal como ahora se usa) y, en particular, de aquellas naciones o cuencas culturales que de manera casi obligatoria –o por alguna obscura división del trabajo imaginativo– deben escribir de cara al pasado remoto; por ejemplo, Américo Yábar (Perú) o Efraín Bartolomé (México).    La segunda, la propuesta de Trilce, nuestro haylla contemporáneo y permanente Inkarrí; es decir, el folklore (inclusive en su lengua original) debe reinventarse cada vez para seguir vivo; no existe “auténtico” pasado sin renovada tecnología.  Lo saben, Edgardo Rivera Martínez con El Ángel de Ocongate, la mayoría de los poemarios de Jorge Campero o la poesía de Vladimir Herrera; junto con otras elaboraciones incluso más recientes –y de variado talante– el Mar paraguayo de Wilson Bueno y, su complemento, los poemas de triple frontera de Douglas Diegues (Inkarrí y A garganta do diabo); hasta, entre otros libros últimos, el Tratado de arqueología peruana (Roberto Zariquey).

Entonces, el tratamiento del mito, en Lengua negra de colores (Lima: Lustra Editores, 2012) tiene de ambas tendencias.  Obvio, verbigracia, acierta Edgar Saavedra cuando sigue la pista de aquel anónimo ángel de Edgardo Rivera Martínez; desacierta cuando permite colarse entre sus versos el anquilosado y escenográfico lenguaje (palabras y giros coloquiales) del Canto general, junto al rol épico que se arroga a sí mismo el sujeto poético. Luego, semejante a los logros dispersos –aunque memorables– que hallados en la obra de Raúl Brozovich, otro autor muy presente aquí, el poemario de Edgar Saavedra demuestra una autonomía de mirada poco común entre la reciente poesía del Perú:

“la mujer ahuyentaba para no ver/ el nacimiento de sus hijos”

“el grito de un lagarto engendra otro”

“cuando el instante se acerque/ sentiremos con los pies de los niños”

P.G.

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Carlos López Degregori, tres momentos

1ero

“Un digno heredero de Martín Adán quizá podríamos encontrarlo recién al borde de los 80 (¿habría que admitir una promoción del 75?), nos referimos a Carlos López Degregori -auténtico Dorian Gray o Hannibal, interpretado por Anthony Hopkins, en sus mejores versos-, hoy por hoy uno de los poetas más interesantes del Perú junto con -aunque sólo por tres o cuatro poemas de sus dos libros hasta ahora publicados- otra martinadaniana, Magdalena Chocano” (“Los poetas vivos y más vivos del Perú”, 2002)

2do

“Los poetas vivos y más vivos del Perú (y también de otras latitudes)” es un texto de 2002, aunque creemos que luego de tantos años sigue fresco.  En general, me reafirmo en lo que escribí allí.  Aunque añadiría que también ya me hastió, en tanto poeta, Carlos López Degregori (el cual se “salvó” en el texto primigenio), por unidimensional; es decir, por no dar pistas de que saldrá algún día de su monólogo y conflictos de clase media, de su narcisismo ya rancio” (“Por una revisión de la poesía peruana –y su crítica– post-pandemia”, 2022)

3ero

A manera de Álvaro Mutis (Maqroll el Gaviero), cuya obra de algún modo siempre ha estado presente entre los versos de López Degregori, este último acaba de publicar Entre dos fronteras (Lima: Colmillo Blanco, 2025).  Mutis, autor no exento, a pesar de la  cercana amistad, del juicio que a Gabriel García Márquez (La literatura colombiana, un fraude a la nación) en general le mereciera la literatura de su país: “una literatura de hombres cansados… En la edad de oro de la poesía colombiana, se escribieron algunos de los mejores poemas europeos del continente”.  Motivos y prosodia del nuevo libro de López Degregori que se hallan concentrados en su poema liminar:

El amanecer es un intruso rosa y gris

El crepúsculo grietas de luz y la voracidad del cielo

Entre estas dos fronteras transcurre el día

Pasan Romas, Antípodas, Orientes

Calles desoladamente rectas

Y te despides con palabras decisivas o vanas

En un sueño que no se recuerda a la mañana siguiente

Tributo, finalmente, al río y al mar de Jorge Manrique, en Entre dos fronteras el sujeto poético se parapeta como dentro de un fanal culturoso, de bóveda más bien manierista que barroca, pero que no logra conjurar ni ocultar su radical soledad e individualismo.  Proceso alentado, al final, por el propio poeta; y particularmente revelador, por ejemplo, en el título de su antología personal, Lejos de todas partes (1978-2018).  Ergo, junto a la excelencia de la factura de los versos y metamorfoseante fabulación de su nuevo poemario, nuestro apántrafo de paisaje, generación, ideología e historia locales aún no ha cesado.  Aunque exilio consciente y voluntario contrarios, por ejemplo, de uno más bien inconsciente e involuntario como es el caso del de otro poeta contemporáneo; nos referimos a Mario Montalbetti, tan al interior de su  glosemática burbuja.  P.G.

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POSPOEMA

Imagen por Norka Uribe

Hemos llegado a la conclusión

que no escribimos poesía.

Que no somos poetas.

Es más, que la poesía

para nada nos interesa.

Que las palabras no han sido,

precisamente,

lo que buscábamos.

Ni tampoco

lo que hemos ido hallando

a lo largo del camino.

Ahora podemos hacer un alto.

Y con toda sencillez,

mas sin pizca de humildad,

decirlo.

No nacimos para perseguir las palabras.

Menos, para hacer un fetiche de éstas.

Qué va.

No nos hemos rifado por eso.

Los brazos los hemos abierto

para ti.

Para nada nos interesan la poesía

ni sus expertos.

Dejamos libre el territorio, entonces.

Impunidad total para aquellos que dicen

lo que quieren decir las palabras.

Nos arrepentimos de haber

tomádote tu pan.

Con mis pulmones pienso.

Con nuestros inquietos pies

comprobamos la arbitraria hechura del mundo.

Ni una lejana campanada

reproducimos.

Ni hemos inventado modo distinto

de jugar con estas cartas.

Sólo a nuestro íntimo rechazo

nos atenemos.

A nuestra quizá tardía blasfemia.

Con mis manos oculto las palabras.

Abochornado.

Entre los pliegues de mi camisa

con premura las escondo.

Un eco no hace el poema.

Un fantasma jamás podría erigirlo.

Ahora mismo vamos arrebatados

y en vela

y sabemos a lo que nos referimos.

Pero nada de ganar honra

o dinero con las palabras.

Antes que ellas se burlen de nosotros

preferimos dejarlas en el vertedero.

Y no por escrúpulo docto:

aquello de canjear una ilusión por otra.

Ilusión es lo que necesitamos

para seguir viviendo.

Una niña pasa arreglándose

discretamente el pelo.

La poesía no es la niña

ni sus finos y hermosos cabellos.

Sino en el gesto oculto y efímero

de tan concertados dedos.

En unos segundos más habrán cesado

la visión y el sentido.

Otro rostro interroga ahora mismo

al nuestro

y entendemos que todo está ya por concluir

Un solo gesto que goce

de absoluto concierto.

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