“LA ACEQUIA CRUZA LA CIUDAD”
Verso en diagonal y a toda página, justo a mitad del libro, que revela la propuesta de este cuarto poemario de César Panduro Astorga (La acequia, Lima: El Conde Plebeyo/ Biblioteca Abraham Valdelomar, 2025); es decir, una lectura de los 5 metros de poemas no desde la urbe o metrópoli, sino desde el campo o el íntimo terruño. En ambos casos, intentando poner a salvo una suerte de sensibilidad o ternura pre-industrial. Hasta aquí todo bien; sobre todo, si sumamos a este gesto icónico el intenso y persuasivo poema “La tierra prometida”:
A mi madre
Desde este grano de arena/ la ciudad es una larga fila de focos/ que encienden tristezas/ en este desierto hay tres clases de pobres:/ los que son/ los que creen que son/ los que nunca lo serán/ los que han tejido como arañas/ esteras a la tierra/ y pegado con babas y ladrillo/ el agua que ha de moldear sus casas/ y el rocío que aún no cae sobre árboles/ y jardines que se riegan con promesas.
El resto del poemario es absolutamente literario o previsible en sus aparejos: poética romántico-modernista (Antonio Machado, Eguren, el propio Valdelomar), imágenes –aunque rescataríamos aquí los aciertos con el epigrama o el haiku– y prosodia. Pero, hacia un eventual futuro, diríamos que entre lo más arduo por “mejorar” o liberarse sería de la pedagogía de los que, entre los pobres o frente al reto y poder de la pobreza: “nunca lo serán”; y fungen, a la larga no resulta paradójico, de maestros de la pobreza, de la esperanza o, diríamos, más bien de la resignación. ‘Calla, reza y trabaja’, era el lema que se leía en los aposentos de los trabajadores de la hacienda Casa Grande de la familia Gildemeister. Algo un tanto más fácil de liberarse sería el de nuestra falta de rigor con la lógica de la secuencia de nuestras imágenes; en una palabra, de lo que en realidad vamos diciendo o queremos decir; y si esto concordaría, en última instancia, con nuestra propuesta:
Escribir un poema y ver su cadáver / …/
vaciar la vida
para que agonice en este papel (“Paraca”)
P.G.

