¿HAY SUEÑO EN LA VIGILIA Y VIGILIA EN EL SUEÑO? / Armando Almánzar-Botello

Armando Almánzar-Botello (República Dominicana, 1956), “Armandito”, como José Lezama Lima o Édouard Glissant, poeta típico de las islas o media islas; es decir, libres para pensar e imaginar.  Resulta imposible que se reproduzca uno de los mismos en el continente; demasiado “enterrados” sus poetas, demasiado persuadidos de su genealogía o de su historia.  Ni Borges se salva, ya que es más voluntad o deseo que efectiva desterritorialización.  Poetas insulares donde la desprestigiada amnesia no significa olvido; sino, y por el contrario, ampliación de la conciencia [Nicomedes Suárez-Araúz dixit, poeta de la isla-selva boliviana].  En los ratos en que pensaba y no andaba hechizado por el bolero, Alexis Gómez Rosa, nos confió que “Armandito” reflejaba lo que hace el poder con el indiscutible talento: lo destruye.  O, al menos, pretende destruirlo.  Los textos que siguen, y otros de Almánzar-Botello que se encuentran asimismo en nuestro blog, constituyen prueba fehaciente de lo que no logró el poder. P.G.

 A Fredesvinda Báez Santana, indescifrado latido de la perla

«¿Estamos ahora dormidos o despiertos? ¿Me sigues, lector-soñante?»

     «La oposición del sueño a la vigilia, ¿no es también una representación de la metafísica? Y ¿qué debe ser el sueño, qué debe ser la escritura si, como ahora sabemos, se puede soñar escribiendo? ¿Y si la escena del sueño siempre es una escena de escritura?». Jacques Derrida

     «La diferencia entre la fenomenología de Husserl y la de Peirce es fundamental, pues concierne a los conceptos de signo y de manifestación de la presencia, a las relaciones entre la representación y la presentación originaria de la cosa misma (la verdad). En relación con este punto Peirce está sin duda más próximo del inventor de la palabra fenomenología: Lambert se proponía en efecto “reducir la teoría de las cosas a la teoría de los signos”. Según la “faneroscopia” o “fenomenología” de Peirce, la manifestación en sí misma no revela una presencia, sino que constituye un signo.» Jacques Derrida

 En el sueño —en ese «fenómeno psíquico que se produce durante el dormir y que está constituido principalmente por imágenes y representaciones cuya aparición, origen y disposición no se encuentran bajo el control consciente del soñante» (según nos dicen los investigadores Élisabeth Roudinesco y Michel Plon siguiendo a Sigmund Freud); en ese estado “profundo” y archioriginario de la huella, de la escritura o del grama, como entiende Jacques Derrida—, la denominada conciencia prerreflexiva puede distanciarse parcialmente de las imágenes siguiendo un modo que Jean-Paul Sartre, en su conocida obra «El Ser y la Nada», llama “no tético”, “no posicional”, fenomenológicamente hablando.

     Podemos decir, inmersos en el proceso onírico: «Esto es un sueño, ojalá no llegue (o llegue, depende de los deseos del sujeto-soñante-“lector” y del carácter del sueño) el momento del despertar».

     Pero el sujeto soñante no podría nunca decirse: «Cuando yo despierte, ¿de nuevo me encontraré en mi cama?; ¿seguiré siendo la misma persona que supongo ahora que soy?; ¿estaré acostado, reclinado leyendo, o me descubriré despierto y activo en otro guión o accionar mundano muy diferente al que me ocupa en este sueño?».

     Si el sujeto-lector-soñante se plantea así el problema —modo este último que viene a corresponder al de una conciencia reflexiva, tética, posicional—, es porque ya está despierto.

     Para Sartre no hay «conciencia de nada». Siempre toda conciencia es conciencia de algo, de objeto, conciencia tética o posicional de objeto. Pero con respecto a sí misma, la conciencia puede ser no tética, no posicional: conciencia prerreflexiva de sí; la conciencia que opera en el sueño, por ejemplo. La conciencia tética o posicional de sí, es la conciencia reflexiva. Si la conciencia no tética o no posicional de sí es “conciencia de conciencia”, la conciencia tética o posicional de sí, la conciencia reflexiva, es “conciencia de conciencia de conciencia”.

     ¿Estamos ahora dormidos o despiertos?… ¿Me sigues, lector-soñante?

     La seguridad de la vigilia nunca es un estado definitivamente alcanzado por nosotros. No podemos demostrar matemáticamente que estamos despiertos, no existe certeza apodíctica de la vigilia; a pesar de la presunta intuición autoconvalidante de Descartes, que dependía, en realidad, de la existencia presupuesta de un Dios-Autor que no mintiera.

     De hecho, solo podemos continuar sin garantías trascendentes —en un proceso abierto de ensayo y error—, con la validación/falsación fenomenológicas de la presunción de vigilia, sosteniendo sobre la marcha la hipótesis de que estamos despiertos… Hasta prueba en contrario…

     ¿Me sigues, amable lector?…

     Nunca, cuando me considero dormido, mi yo se ha planteado así esta contrariedad lógica, por más que me “distancie” de las imágenes que se me ofrecen en algunos sueños.

     Siempre, al formular este impasse, me descubro, “casualmente”, haciendo vínculo y lazo social con otro(s) sujeto(s) cuyo espesor u opacidad existencial —en ocasiones virtual o espectral—, me hace resistencia, en mayor o menor grado.

     En ningún sueño, por más que nos “distanciemos” prerreflexivamente de la sucesión aparente de las imágenes oníricas —secuencia escópica desplegada en el llamado modo no posicional, no tético de la conciencia de sí—, podríamos efectuar ese tipo de cadena razonante.

     Inasible lector, observa el hecho de que siempre, en aquello que nos acontece y que marcamos en el recuerdo con los índices de “vivencia en la realidad despierta”, es que nos hemos planteado este tipo de problemas sobre el dormir y la vigilia, con todos sus meandros y matices conceptuales…

     A no ser que ahora soñemos sin ninguna coherencia, y creamos, sin embargo, razonar con ideas claras y distintas… No obstante, yo juego a que ahora estamos plenamente despiertos… y lo escribo…

     ¿Radica, tal vez, en este “insignificante” detalle, la diferencia profunda entre sueño y vigilia… entre poesía y prosa?…

     Se ha dicho: soñar es una experiencia más radical que la locura misma. El cogito queda más profundamente alterado en el soñar que en la alucinación. Por eso, yo supongo que ahora estoy despierto y no soñando… pero escribo…

     Las imágenes y sonidos del sueño son el “dar-a-ver” originario de un “Ello”, de un “Eso” impersonal que simplemente “muestra”, para una pura mirada o “escucha mental flotante” que resulta ser la del sujeto que sueña. Alguien, cuyo nombre es Jacques Lacan, dijo algo parecido a esto en un remoto día de lluvia que se pierde en la memoria…

     Cuando Chuang Tzu soñó que era mariposa, no fue en su condición de mariposa que se planteó el problema de si estaba despierto o dormido, sino en su carácter de Chuang Tzu. Se suponía sujeto humano despierto prisionero de la duda, pero no recordaba en absoluto que cuando batía sus alas como mariposa hubiese reflexionado sobre este dilema.

     Por dicho motivo, podemos conjeturar que quien soñó fue el filósofo y no la mariposa. Satisface nuestra vanidad comprobar que él también lo razonó de este modo…

     En el sueño de Chuang Tzu, su mirada misma era la mariposa… El soñante mira, pero no ve, como dijo Jacques Lacan en “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis”. El ver es un “mirarse mirando”, y esto solo lo puede hacer la conciencia reflexiva de la vigilia, en la cual, aquella función atópica de la mirada —luz, mancha, hendidura, objeto pulsátil en la sombra y estructural desposeimiento—, queda parcialmente elidida.

     Por lo demás, en el sueño se oye y no se escucha. Se oye, no el sonido, sino el “ser-oído” del sonido.

     La “sonorización” del sueño, labrada por el juego de la huella, es del orden de la “imagen acústica”. El “sonido soñado” y el registro de la “alucinación sonora” corresponden al orden de la “sonorización” del pensamiento prerreflexivo. No son equivalentes a la foné como sonido físico oído en el mundo.

     Ergo: es muy probable que ahora, tú y yo, querido lector, nos encontremos resplandecientemente despiertos en el mundo físico multisensorial, a pesar del estado hipnoide que podría generar en nosotros la lectura continua y excesiva de imágenes, de mensajes escritos, la recepción de ciertos sonidos reales o imaginados…

     Vivimos la incertidumbre acústica, el efluvio innombrable, la densidad física y la espectralidad virtual del soporte con sus respectivos rayos de luz, ya sean los reflejados en la página o los emitidos por la pantalla…

     Esos flujos de estímulos podrían estar propiciando, sin saberlo nosotros, la inmersión de nuestra conciencia en el peligroso abismo de una desconocida historia o de una monstruosa inmovilidad…

     Todo parecía cotidiano y normal, pero cierta familiar extrañeza irrumpe ahora en mí cargándome de honda inquietud por algo indecidible y muy lejano que retorna…

     Viene a mi mente la mágica rapsoda, cuando dijo aquella noche, con extraño aliento rumoroso de jardines, que para las personas genuinamente “prácticas” —en el sentido hermético de dicho término—, “el sueño intensivo es una vigilia más alta”…

     No obstante, ahora evoco el hecho de que la bella y mistérica mujer pronunció esta frase cuando ambos nos considerábamos sutil y completamente despiertos. Ella misma me confirmó en el acto la verdad de nuestra gozosa y fosforescente vigilia…

     Quién sabe, amigo lector, si ahora te encuentras prisionero de Otro que se oculta en ti mismo sin tú saberlo.

     Quizá, oscuramente, eres un signo más entre los signos que copulan, una voz en el juego enigmático de las voces y de los ecos, una huella en la travesía de un texto por siempre indescifrado…

     Tal vez, por medio de un increíble artilugio prodigioso —más extraño que el caparazón de las tortugas, que la hoja de papel arrebatada en su aparente neutralidad absorta, que la pantalla del computador vibrante y la realidad virtual inmersiva, que los lectores electrónicos de e-books y los audiolibros generosos, que la telepatía ultrananorrobótica y el perseverante libro físico tradicional—, sueñas con la lectura de otro mensaje cifrado que alguien, desconocido para ti, ahora te re-envía, secreta y pacientemente…

     No debemos llamar torpe, barroca o presumida —con la falsa modestia del Maestro demiurgo— a esa oblicua y genésica escritura inaudita…

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Noviembre de 2010

© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana.

Blogs en los que figura este mismo texto:

Blog Cazador de Agua

Blog Otros Textos Mutantes

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Adenda (1)

ERROR DE SARTRE CON RESPECTO AL INCONSCIENTE FREUDIANO (Notita)

     Por Armando Almanzar-Botello

     El error de Jean-Paul Sartre, desde los puntos de vista psicoanalítico y fenomenológico, fue haber confundido en su análisis del cogito —en la misma línea de Wilhelm Stekel—, la “conciencia prerreflexiva” con el “inconsciente freudiano”.

     La conceptualización de lo “prerreflexivo” en Sartre correspondería más bien a lo que Freud, en su metapsicología, teoriza y establece (primera tópica) como sistema preconsciente-consciente, distinto del Inconsciente (Unbewusst).

     La especificidad del “Inconsciente freudiano”, en su radical heterogeneidad con respecto a la conciencia no-tética de sí o conciencia prerreflexiva, es completamente desconocida por Sartre. Prueba de ello es que el gran filósofo francés confunde, en su lectura del pensamiento de Freud, la categoría de “Unterdrückung” (francés: répression; español: supresión, enmascaramiento), con la “Verdrängung” (francés: refoulement; español: represión)…

     Esa “maniobra errática” en el plano hermenéutico y conceptual le permite a Sartre considerar el inconsciente freudiano como una estrategia de “mala fe” propia de la consciencia inauténtica, esa que pretende o intenta, convirtiéndose en una especie de opacidad “para sí”, de puro “en-sí” (el inconsciente) evitar la libertad y la responsabilidad que conlleva la asunción del pleno “ser para-sí”, y su posible transformación ulterior en “ser-para los demás”…

© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana
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Adenda (2)

ALGUNOS TEMAS ABORDADOS POR MÍ EN LA REMOTA ADOLESCENCIA (Notita)

     Por Armando Almanzar-Botello

     El llamado cogito prerreflexivo, tal como lo concibe Jean-Paul Sartre, implica, simultáneamente, conciencia tética (o posicional) de objeto y conciencia no tética o no posicional de sí.

     Ahora me parecen necesarias unas preguntas:

     Si la conciencia prerreflexiva es conciencia “inmediata” de conciencia, ¿qué distingue a este nivel de “claridad” de la conciencia reflexiva como conciencia de conciencia de conciencia?

     La conciencia prerreflexiva de “derecho”, tal como Gilles Deleuze, Michel Foucault, Jacques Derrida, Maurice Blanchot, Jacques Lacan, Alain Badiou y Giorgio Agamben la conciben, completamente identificada con lo que ellos vendrían a denominar “plano trascendental de inmanencia”, ¿es la misma conciencia fenomenológica, husserliano-sartreana, como fuente de “luminosidad” intencional y conciencia de “hecho”?

     ¿Qué relación se podría establecer, si ello fuere posible o legítimo, entre la categoría heideggeriana de “lichtung” y los conceptos de “línea de luz” bergsoniana, pre-geométrica, o “imagen-movimiento” deleuziana, concebida esta en su pura indeterminación a-subjetiva, pre-individual, prerreflexivo-impersonal?

Firma: El Autodidacto, personaje de la vieja novela “La Náusea” de Jean-Paul Sartre.

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Adenda (3)

SUEÑO GRATIFICANTE (PRINCIPIO DEL PLACER) Y PESADILLA (MÁS ALLÁ DEL PRINCIPIO DEL PLACER)

     Por Armando Almánzar-Botello

     «Lo kitsch como cita y parodia no es lo kitsch padecido en primer grado, como acontece con casi todo lo que se escribe desde la solemnidad sin ironía.» Armando Almánzar-Botello

     «El onirokitsch “benjaminiano” te viene a despertar del confort de lo banal en la vigilia; como recurso “citativo” es cruda iluminación de lo histórico.» Armando Almánzar-Botello

     «Cuando soñamos que soñamos está próximo el despertar.» Novalis
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     Es algo banal el intento de querer despertar cuando el sueño es traumático, y de anhelar proseguir soñando cuando el sueño es gratificante.

     Ese dormir gratificante, según Walter Benjamin, es el estado hipnoide y de trivial “ensoñación kitch” (no me refiero aquí al “onirokitch” de Benjamin) pruducido por la seductora mercancía en el contexto de la ideología capitalista concebida como avieso intento de negar la historicidad de las formas-sentido.

     Obedece dicho familiar pero inquietante recurso a los mecanismos de defensa del Ego soñante; de un Yo hipostasiado que se resiste, aun dormido, a ser confrontado, no con la Realidad de la vigilia —instancia que constituye otro modo político de seguir dormido, hipnotizado, amodorrado, histerizado por la mercancía y por el shopping mall, es decir, prisionero del simple principio del placer como principio de constancia energética—, sino con lo Real de la castración, con el vacío, la hiancia, el hueco, el conflicto, la negatividad, el terror, la nada (no “néant” sino “rien”) que se encuentra por detrás de toda imagen onírica.

     El “onirokitch surrealista” de Walter Benjamin debe ser entendido “como espejo inverso de la banalidad estética y hedonista cotidiana”, de la trivialidad promovida enmascaradamente —para consumo engañoso de las masas irredentas y bajo la mentida categoría de “lo artístico”—, por la proliferante axiomática del sistema capitalista mercantil y financiero…

     Si como nos recuerda Theodor W. Adorno el pensamiento crítico de Walter Benjamin asocia el kitch onírico (el onirokitch) al surrealismo y su estética vanguardista, Franz Wedekind entiende lo kitch como «la forma actual del gótico, el rococó y el barroco», entendiendo, como escribe Adorno: «Que es precisamente de los materiales rechazados de donde algún día surgirán los significados auténticos.» T. W. Adorno: “Sobre el legado póstumo de Franz Wedekind”, en Notas sobre literatura, (Frankfurt am Main, 1974; Akal, 2003, 2009)

     Apuntando en esa dirección el onirokitch surrealista puede conducir a una “iluminación”, a un despertar del sueño engañoso que provoca el “kitch real de la experiencia cotidiana” (Ricardo Ibarlucía).

     En su intento de recuperar el sentido histórico de las formas ahondando en el desecho, en el vestigio, en lo vulnerado, en lo despreciado, abandonado, rechazado y caduco, el onirokitch de Benjamin y Wedekind vendría a ser para mí una suerte de “sistema de signos declarados”, tal como dice Roland Barthes en otro contexto, frente al “sistema de signos inconfesados” propio del opaco y aproblemático “kitch cotidiano” como simple dormir ideológico, banal, vulgar, empobrecido, deshistorizado e inconsciente.

     Por otra parte, aquí la verdad no es, psicoanalítica y filosóficamente hablando, un contenido constituido, estable, sino más bien esa relación de necesario y estructural “descompletamiento” que el sujeto establece con la dimensión tética del sentido para poder vislumbrar, en los litorales del sueño, lo real, la carencia de Ser, el exceso…

     El poder de la pesadilla como sueño traumático es superior, en tanto que fuerza reveladora de un Real imposible al que aspira la “verdad constituyente”, al “principio del placer” satisfecho que comporta el simple sueño gratificante y homeostático.

     Curiosamente, en la vigilia kitch como plácido sueño programado se forcluye y viene a ocultarse un “real indomeñable” revelado en la pesadilla, históricamente, como el agitado sueño barroco y surrealista que nos conduce al despertar.

     Por ello, la realidad sociosimbólica convencional, espectacular, es decir, lo simplemente verosímil de la vigilia, es una mera variante pragmática del dormir…

     Juan David Nasio considera al sueño, freudianamente concebido, como una “formación del inconsciente”, junto con el chiste, el acto fallido, el síntoma, el acting out y el lapsus.

     Por lo contrario, Nasio entiende a la “pesadilla” —conjuntamente con el “pasaje al acto” (que no es, como creen muchos, un acting out), la “lesión de órgano” y la “alucinación”—, como lo que denomina “formación del objeto a”.

     El “objeto a” en su vertiente de “vacío” es causa del deseo; en su carácter de instancia obturadora es un condensador de goce.

     El objeto “a” es un vestigio real del goce mítico absoluto.

     Lo Real del goce se encuentra en lo que Freud llamó el “Más allá del principio del placer”… y colinda con la angustia, con la pulsión, con la pulsión de muerte…

     Por todo esto, Jacques Lacan, leyendo la Antígona de Sófocles y revisando cierta interpretación de Hegel, elabora una ética psicoanalítica en la que el deseo apunta al goce, sí, pero sin implicar esto un ¡goza! de partida, sino un “¡desea!… y si quieres luego goza”, pero asumiendo la pérdida, la falta, la castración, cierto desapego “en la escala invertida de la ley del Deseo”…

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2 de noviembre de 2013

Armando Almánzar-Botello

Copyright © Armando Almánzar Botello. Reservados todos los derechos de autor. Santo Domingo, República Dominicana.
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Adenda (4)

EL INCONSCIENTE Y EL SUBCONSCIENTE NO SON LO MISMO EN EL DISCURSO DEL PSICOANÁLISIS FREUDIANO (Theoretical reembody)

     Por Armando Almánzar-Botello

     El título en alemán del libro de Sigmund Freud “El chiste y su relación con lo inconsciente” es: “Der witz und seine beziehung zum UNBEWUSSTEN”, no es “Der witz und seine beziehung zum UNTERBEWUSSTEN”.

     Algunos hablan de “subconsciente” cuando mencionan el gran descubrimiento de Sigmund Freud. Por ejemplo, utilizan incorrectamente dicho término en obras de Freud como “El chiste y su relación con lo inconsciente”…

     La diferencia más profunda se da entre Unbewusst (Inconsciente) y Unterbewusst (Subconsciente).

     La preposición “un” en alemán (Un-bewusst: in-consciente), remite al registro de una cierta radical negatividad muy diferente al lugar “arqueológico” (la metáfora epistemológica freudiana es de naturaleza arqueológica) representado por la categoría de Unter-bewusst (sub-consciente), marcada por la preposición “unter”. La determinación de la primera se refiere a un orden radicalmente distinto al de lo consciente (Bewusst), es decir, el “inconsciente freudiano” (Unbewusst).

     Jacques Lacan, el más grande pensador-psicoanalista después de Freud, problematiza luego, no sin gran humor, la categoría arqueológico-freudiana de “inconsciente”, sustituyéndola por otro tipo de formalización de naturaleza topológica, pero esa es ya otra historia…

     Lo “subconsciente” (Unterbewusst) es prefreudiano. Aunque Freud utiliza ese término en algunos contextos de su extensa obra, su verdadero descubrimiento fue el “Unbewusst” (inconsciente), no el “Unterbewusst” (subconsciente).

     El uso común del término “Unterbewusst”, de un modo indiferenciado con  respecto a “Unbewusst”, me permite distinguir a quienes están realmente familiarizados con el pensamiento de Freud de aquellos que no lo están.

     Para Freud, el chiste más auténtico surgiría del “inconsciente”, no del cálculo reticente-perverso del “subconsciente”, concepto este último que remite a lo que Freud, en su “Primera Tópica” y diferenciándolo del sistema inconsciente, denomina sistema preconsciente/consciente, lugar de la “mala fe” teorizada luego por Jean-Paul Sartre…

     El error de Jean-Paul Sartre, desde los puntos de vista psicoanalítico y fenomenológico, fue haber confundido en su análisis del cogito —en la misma línea de Wilhelm Stekel—, la “conciencia prerreflexiva” con el “inconsciente freudiano”.

     La conceptualización de lo “prerreflexivo” en Sartre correspondería más bien a lo que Freud, en su metapsicología, teoriza y establece (primera tópica) como sistema preconsciente-consciente, distinto del Inconsciente (Unbewusst).

     La especificidad del “Inconsciente freudiano”, en su radical heterogeneidad con respecto a la conciencia no-tética de sí o conciencia prerreflexiva, es completamente desconocida por Sartre. Prueba de ello es que el gran filósofo francés confunde, en su lectura del pensamiento de Freud, la categoría de “Unterdrückung” (francés: répression; español: supresión, enmascaramiento), con la “Verdrängung” (francés: refoulement; español: represión)…

     Esa “maniobra errática” en el plano hermenéutico y conceptual le permite a Sartre considerar el inconsciente freudiano como una estrategia de “mala fe” propia de la consciencia inauténtica, esa que pretende o intenta, convirtiéndose en una especie de opacidad “para sí”, de puro “en-sí” (el inconsciente) evitar la libertad y la responsabilidad que conlleva la asunción del pleno “ser para-sí”, y su posible transformación ulterior en “ser-para los demás”…

     Por otra parte, Jacques Lacan, además de los denominados “tres registros topológicos”, de las conocidas distinciones entre lo “simbólico”, lo “imaginario” y lo “real” —contexto teórico en el que concede, siguiendo a Claude Lévi-Strauss, una gran importancia a lo que denomina “Orden Simbólico de la Cultura”—, elabora, en la última etapa de su pensamiento, el concepto de la “lalangue” (“lalengua”), el cual define, diferenciándolo de la “langue” (lengua) y del “langage” (lenguaje) saussureanos, como una instancia operativa “caótico-semiótica” cuyos principios “reguladores” están constituidos por la condensación de “fonemas desemantizados”, por las homofonías, la glosolalia, la denominada lalación, por el goce de la pura letra…

     “Lalangue” lacaniana se encuentra configurada por la “lluvia” —sin formar cadena significante—, de lo que conceptualiza y designa el psicoanalista francés como “lettre” (letra), definida a su vez, no como la dimensión gráfica del signo sino como la pura materialidad del significante (fónico o gráfico) en su particularidad de mero soporte material, localizado e indivisible, cuando este se manifiesta en su carácter simbólico-real de sinsentido, trazo, pura significancia o polivalencia a-significante…

     La “lalangue” constituye para Lacan el “Inconsciente real” en acción, diferente al “Inconsciente simbólico” freudiano (“Unbewusst”) y fundamento estructural de este último, lógica y cronológicamente.

     Cuando para superar, por motivos internos a su propio campo psicoanalítico-filosófico, la oposición metafísica tradicional “lengua-habla”, Jacques Lacan acuña el neologismo “lalangue”, y sitúa dicha manifestación del lenguaje en relación con el registro del “inconsciente real” del “parlêtre”, como algo diferente al “inconsciente simbólico” freudiano (“unbewusst”), no está reduciendo el mundo a simple semblante o imagen. ¡Todo lo contrario! Frente a cualquier “nominalismo” reductor, defiende el carácter irreductible de un “real indomeñable”.

     La meta ideal de la cura es que el psicótico en transferencia (y en general, todo sujeto analizado en  psicoanálisis) alcance una “invención sinthomática propia” (Lacan), un “saber hacer ahí con el síntoma”, un saber hacer con “lalangue” que “haga lazo social” por medio del síntoma (symptôme) transformado en sinthome borromeo vinculante.

     Esa “invención” —para el analizado ahora entendido como “parlêtre” (Lacan: parlêtre: ser hablante, hablante-ser)—, debe permitir al  “paciente” psicótico o neurótico que dicho aludido “savoir y faire avec son symptôme” (saber hacer ahí con “su” síntoma: por ejemplo, el acto de escritura) le resulte más eficaz para sostenerse en la escena del mundo que aquel anterior intento “espontáneo” de estabilizarse por medio del recurso denominado “metáfora delirante” (en el contexto de las psicosis), o que pretender alcanzar dicha estabilidad por la vía del “síntoma incordiante”, problemático y oneroso, energéticamente hablando (en los casos de neurosis el “symptôme” convencional, no el “sinthome” lacaniano como suplencia borromea), o que intentar el logro de la referida fortaleza por el expediente de la simple identificación transferencial con el analista como partner o sinthome provisorio.

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Agosto de 2017

© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.

 

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