León Félix Batista es, hoy por hoy, más que nunca Armando Almánzar Botello, pero sin, en términos de Roberto Bolaño (Los detectives salvajes), el enorme “maricón” que es este último; es decir, sus textos han devenido en una voz sin curiosidad, zozobra ni alegría alguna. Una voz sin bumerang. Puro soliloquio colgado al cuello, sobre una fuente de fría bakelita, y ofrecido a los turistas de la poesía. Un lenguaje sin aura ninguna; y, más bien, tan sólo mareante acumulación de desechos tecnológicos. Chatarra. León Félix Batista o se perdió en Vallejo o este último, reparando en su snobismo u oporrtunismo, lo mandó al desvío de los epígonos más cargosos y pesados: una puerta y un camino que no reparan en el hervor ni la dicha que es leer la poesía del Cholo.
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