La idolatría por la amada del galaico portugués volcada al deseo de sumergirse otra vez en ella; pero que en esta oportunidad aquélla no luce el cabello que entre las venas del oro se escogiera ni los dientes de nácar ni pétalos inflamados por labios. La amada esta vez es la jungla acechada y el río contaminado; aunque, debajo incluso de esto, el apetito de comunión es con el ser. Este, ni inmóvil ni inmutable, sino contingente, carente, opaco, pero ser. Pocos ejemplos tan caros a la comprensión y puesta al día de un multinaturalismo y de un nuevo realismo juntos y en acción. Aquello de que el alma la tenemos en común con el entorno y lo que nos separa apenas son los cuerpos, resultan el codo de una brazada o una onda del río aquí, intercambiables, comunes, en beijo seguido de pretéritos.