CORRECCIONES A LO QUE SE HA CONTADO SOBRE MI GENERACIÓN. Por Vladimir Herrera, poeta (n. 1950)

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Debieran los artículos en que se impone la memoria ser también un ejercicio de estilo. No esa cosa soporífera que termina siendo lo que en quechua decimos un ccharwi. Sin ninguna tensión, sin ninguna gracia tocan el tiempo de una generación la del 70 que mereció el olvido y la pena y sin embargo perdura como la desesperanza de unos años sin excusa. Porque fueron los años sin excusa los que de pronto se agolpan y se vuelven una trampa cuando de relatar los hechos y el tal como éramos se hace necesario.
Pienso en Alberto Hidalgo y en Pedro Granados partidos por la mala leche pero siempre animados por la lucidez y el estilo. Lo que hace de la literatura un acto de humor insoslayable. En el que lo que no se dice o no se recuerda bien existe tras bambalinas como verdad y mentira. Allá el poeta que se encuentre con su propia obesidad y decida renunciar al tal como éramos.
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Y cómo éramos. En setiembre del 75 tomamos un barco italiano llamado Donizetti Fernando Ampuero y el suscrito. O sea yo. Que dejaba en el muelle del puerto a una desconsolada actriz envuelta en su poncho de guerra. Ella y mi desordenada vida de entonces habían logrado que meses antes uniera los destinos de Carmen Ollé y mi querido Enrique Verástegui, dicha así la cosa suena muy fuerte. Fue en el zaguán de La Crónica. Le dije en la sala de redacción Zambo te voy a presentar a una hembrita a la que le gusta tu poesía y además es blanquita. Los ojos del zambo brillaron a pesar de las empañadas gafas. Simpatizaron mientras me iba yo a paso redoblado a ver a mi actriz que trabajaba en la farmacia de sus padres a dos cuadras de La Crónica. Lo cuento porque no es cierto lo que dice Santiváñez que Carmen Ollé trabajó en la Crónica. No es cierto. El joven pervierte los hechos y me saca deliberadamente de escena. Lo he dicho en otra parte, a La Crónica nos llevó Reynaldo Naranjo por encargo de Cesar Calvo, Nos pilló en una mesa del Palermo y haciendo el ademán de un látigo clamó en voz alta POETAS A TRABAJAR. Los escogidos fuimos Verástegui, Pimentel y yo. Trabajamos con Hildebrandt y Lauer bajo la sombra de Abelardo Oquendo. Meses antes Verástegui y yo habíamos trabajado en la Revista Vistazo dirigidos por Taquito Tamariz y Rina Barea. Eso duró muy poco. Vivíamos en un cuartito del pasaje Velarde 113 junto con Oscar Málaga. En ese cuartito se escribieron Los Cantos a Aloer, Los extramuros y Mate Cedrón. Luego sigue una historia larguísima.
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En el cumpleaños de Helena Usandizaga del año 77 concurrieron a la fiesta en mi casa de Valle Hebrón en Barcelona, Roberto Bolaño, Mario Santiago, Bruno Muntane, Verástegui y Ollé mas algunos barceloneses como Cristina Fernández Cubas y Carlos Trias. La borrachera fue descomunal. Llegamos a bailar la música de los sikuris de Puno en completo extasis. Los catalanes no nos tomaban en serio y nos hundimos en las tinieblas del paraíso. Yo con algo de culpa acompañé a la pareja de peruanos ilustres en lo que pude. Me sentía responsable por haberlos presentado en Lima. Hasta viaje a Menorca acompañado de Karen para ver cómo estaban. En invierno Mahón es horrible por lo que los alquileres son muy baratos. Pero fui y nos hicimos compañía. Por otro lado mi amistad con Bolaño floreció entre los camping de Gavá y el Café de Colombia donde Herralde hacía las fiestas de Anagrama. Nunca supe de alguna disputa entre Bolaño y el Zambo. De la pareja de peruanos ilustres no supe nada por un buen tiempo.
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Volviendo al viejo pasado como reza el tango debo anotar el primer internamiento de Enrique en el Emilio Valdizán camino a Chosica. El me contaba cómo perseguía a las loquitas y yo le llevaba fruta. Pero eso es la protohistoria junto con el paleteo en la procesión del señor de los Milagros del que prefiero no acordarme.
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Hace poco, harán dos años ya, en mi Hacienda del Cusco y con Carmen Ollé de visita en una navidad tranquila, hablábamos del viejo y del nuevo pasado. Fue un verdadero goce nuestra mirada al mar del tiempo. Parecíamos estar en los detalles de esa novela de Italo Calvino El castillo de los destinos cruzados. Creo que debimos haber bebido de más.
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Debo confesar que todo lo que se escribe sobre mi generación me irrita por su inexactitud y falta de estilo. Y ya se ha escrito mucho y todo es falso.
Mi amistad con Santiváñez corre el riesgo de no florecer nunca. No creo que se haya olvidado que lo eché de una fiesta en casa de Marina Schreiber en el jirón Chota hace miles de años. Además qué hago con esto que un importante crítico me escribe ¨ Lo que te copia él, Santiváñez, es tu sintaxis quebrada, el léxico y el tono. Y con los mismos ingredientes hace una poesía mucho peor.¨ O sea que entre dos poetas malos, el más malo es el que copia.
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Otra cosa es la patraña de Hora Zero, que es la mayor patraña de la literatura peruana actual. Un cuentazo vil que ha chorreado sobre muchos jóvenes incautos. Y que ahora dispara desde El Comercio. Pobreza conceptual, poca poesía, patería y bulla son la sustancia de todo lo que tenga que ver con ese rótulo. Me odiaron desde el dos mil cuando dije en una entrevista en razón de mis Poemas Incorregibles de Tusquets , a la agencia EFE , y se publicó en el Comercio, que eran fujimoristas. Y resulta que sí, que Mora Zero era fujimorista. Además se encargaron de ocultar todo lo que yo había publicado en Europa en veinte años. Maldad de una pandilla de ancianos que perdieron hasta la dentadura postiza mordiendo la teta de la mala poesía.
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Sobre Vallejo & Company diré que son chicos de nuestra época, con mucha información y poco gusto literario. Sobre todo no le juegan a nada. Sobre nada no le juegan a todo. Ni fu ni fa. Se nutren del prestigio ajeno. Ni son cosmopolitas ni dejan de serlo. Sufren la tragedia de pertenecer a esa clase media limeña colgada del fin del mundo y a punto de desaparecer. Pertenecen pero no logran representar a esa clase. El problema es que ya están en la crisis de los cuarenta cincuenta es decir problemas sexuales, falta de dinero, fracasos amorosos, falta de identidad en una Lima donde hace mucho ha dejado de importar el quien es quien del cómo si cabe cuándo. Viven de oídas y hablan por boca de ganso. Cualquier cosa es poesía para ellos. Les hace falta un país ineficiente y una guerra civil. Adolecen de un pensamiento débil como decía Vattimo y son felices así. Baudrillard o Santiago Lopez Maguiña serían su estandarte pero no Stendhal ni Restif de La Bretonne. Dejémosles correr.

Del muro de Vladimir Herrera

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