Estoy convencido que el mejor poeta dominicano, todavía vivo, es Juvenal Agüero; que dejó ver por primera vez su Prepucio carmesí el 2000. Y llegó –junto con aquél– a la República Dominicana, entiéndase efervescente Zona Colonial, el año 1997. Todo lo cual, oscura y sabrosamente ligao, figuró en Un chin de amor (2005) y en otros mensajes los cuales, como dentro de una botella arrojada al mar, va publicando Pedro Granados hasta hoy mismo.
Pero se trata de Juvenal Agüero, que no es de allí, que no vive allí, que no lucra en ningún sentido de allí y que la institución literaria local no tiene para nada en cuenta; salvo que, por un acto fallido, lo inviten a un Festival del Libro o a leer en video algún poema en el Día Mundial de la Poesía. Por qué digo que aquel cruce de inga y de mandinga es el mejor poeta local; porque lo es, ahora mismo, también del mundo entero. Simple parte por el todo. Aunque esto no lo sepan ninguna de las jebas de las apretadas Antillas que conoció hasta el aruñazo; ni los comensales con los cuales disputaba, cuando estaba bueno, aquel sancocho lleno de vaina; ni menos, porque lo tienen encarpetado y con llave, sus colegas poetas del patio local: erótico-comprometidos; sabiondos de la letra, aunque no de la música; oscilantes como el mar de las tardes de pecho abierto hacia malecón. De lejos nada se mira y, menos, nada se siente. Pero Juvenal sí la mira y su corazón sí la siente: una órbita de culo redondo y desnudo llegando hasta su más apartada habitación.
Saludos,
Juvenal
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