MÁSCARAS
El soñador esconde las manos
en el fondo de sus ojos,
se enmascara por dentro,
sonríe de costado en pleno oscuro,
sin ventanas ni pasadizos
que lleven a lo claro,
limpiándose todo lo efímero.
Se detiene ante la luz
incierta del ocaso,
se eleva con las alas del otoño,
el cuerpo en remolino.
Se llueve, se fuega,
se nieva,
se agua.
Se le permite todo
si aletea con los codos
y si ríe,
atado a pies y manos.
OJOS Y SILENCIO
Después
de tantas palabras
soñadas en la vigilia,
el soñador busca
el silencio.
Su oscuridad
se mofa de la luz
que sonríe en el cristal
de la ventana.
De pronto siente
un leve sopor
arrastrándose por su
corazón despierto.
Cierra los ojos
y lanza la mirada
como una caña de pescar
sobre la soledad del cuarto
y engancha
manos vacías,
corredores negros,
sonidos lejanos,
indiferentes a las palabras
que callan
y el soñador se afana
en encontrar
la luz que se mofa
de las palabras despiertas.