-¿Tienes resaca de diáspora de más de un millón de peruanos que se han ido del país, de disolución, de artistas que podrían haber estado con nosotros ahora y que no pudieron ser, perdieron la vida en el intento, no quisieron o no se atrevieron? ¿Resaca de soledad marcada por tu propia vida pero también por una literatura de catacumbas?
-En diáspora no me he sentido nunca. Porque hay un eje interior que es tu patria verdadera, tu lugar, tu forma. Es un eje emotivo. Una especie de lugar privado donde existe un montón de amor: el de mis padres, el de mis hermanos, el de mis mujeres presentes y pretéritas.
-Te aclaro lo de las catacumbas: me refiero a la política de apoyo que tanto la empresa privada y el Estado deben ofrecer a las artes y a las ciencias. Hasta este momento somos exportadores de cerebros. Al paso que va la educación ya ni siquiera cerebros exportaremos.
-Efectivamente. Escribir en nuestro medio es catecumenal. Pero como sucede en la secta cristiana, parece que ésta es la única manera de hablar en lenguas. Sin embargo, a uno le provoca salir de la catacumba y eso es lo que no funciona, pues, en nuestro medio. Cuando bajaba la cuesta de Cornell, meditaba en mi circunstancia mágica: de ser un profesor de secundaria muy mal pagado en un colegio de Lima, había pasado a ser casi un gurú, cosa que nunca me propuse en serio, entre la alta clase media norteamericana, harto estudiosa y no menos diletante, que se congrega en esa universidad.
-Tú eres un vitalista. Un poeta de la vida y no de la muerte. Pero lo eres en un tiempo definitivamente tanático. De haber sido otro el destino de nuestro país, creo yo que tú podrías haber celebrado nuestro esplendor, ahora negado, no en tono grandilocuente, no a lo Chocano, sino desde el detalle, la intimidad, lo aparentemente nimio, lo que constituye un rasgo de tu poética.
-Respecto a lo vital, a lo celebratorio de mi poesía, tengo un rechazo a toda postura maltusiana, apocalíptica, en cualquier aspecto de la existencia: sea de salubridad pública, de las finanzas, de la educación, de la escasez de los alimentos, etcétera. Confío en la creatividad humana y en la evasión a secas, siempre presentes al final de cuentas en nuestra historia. Rubrico esta observación tuya también desde una postura estrictamente cognoscitiva o intelectual. Considero que el saber en última instancia es gozoso. Cualquier tipo de saber. Por eso rechazo a la gente que mete miedo, a los que se quedan a la larga en un saber a medias.
-¿Qué percibes del deterioro ambiental y humano? Un ejecutivo inglés dijo que si se calienta la Tierra, lo único que va a hacer es agregar un trozo de hielo más a su scotch.
-Santa Teresa decía: si se produce un pequeño fuego en una casa, voy presta y lo apago. Pero si se incendia toda la casa, me paro y me voy.
-¿Qué piensas ahora de la crítica que hace veinte años lanzó a la nueva hornada de escritores peruanos, para lo cual contribuyó a crear premios de mentirijillas, y abjuró del rigor científico al afirmar que en el Perú se producían, como conejos, generaciones de escritores cada diez años, cada cinco años, y ahora cada dos y medio?
-En lo personal no he sido un premiado por la crítica de gacetilla. Como uno es hombre, claro que a veces uno gustaría verse en las manos dominicales de alguna chica bonita. Mas afortunadamente, una crítica discreta ha reconocido mis versos.
-¿Te refieres a Martín Adán, que te leyó cuando tú tenías diecinueve años, y cuya última lectura fue un libro tuyo que le gustó mucho, según le contó a Mejía Baca, el médico del Hospicio Canevaro que asistió la muerte del maestro?
-Efectivamente. Y como me lo dicen de vez en cuando mi hermano Germán, algún complacido alumno, y algunos colegas extranjeros. Me pregunto si suena pedante todo lo que he dicho.
Boston, verano de 1998