Otro día me topé con un taxista más que andaba cabezón, entre un tercero y no menos un enésimo, a cuyo taxi subí cumplidos los requisitos que, en Lima, celosamente se deben seguir para abordar uno de estos vehículos con provecho. Claro, me refiero fundamentalmente aquí al económico; porque algún otro, por ejemplo el de la seguridad, uno lo va dimensionando en el camino. Los tips para tomar un taxi en mi ciudad, al menos antes del empuje y moda de las aplicaciones, son los siguientes:
Nunca lo tomes a la salida de un restaurante. Tomar un taxi, por ejemplo, en la puerta de un chifa, son por lo menos dos o tres soles más.
Nunca sonrías, en el Perú siempre se paga extra. Por lo tanto, requiérelo con un perfil bajo o como levemente preocupado; aunque, sin exagerar, porque en el Perú sufrir también tiene su precio.
Al solicitar un taxi, jamás levantes con exceso el brazo, tómalo siempre como al desgaire. Sin darle importancia, por más que estés –como lo estaba en aquella oportunidad — desesperado por llegar puntual a la conferencia de mi amigo LEW.
Acuerda el precio de la carrera mirando fijo al taxista; aunque también modulando el énfasis. Una mirada, más bien, como la de los botones que tienen por ojos los osos o las muñecas. En fin, si te es posible mirar sin mirar, mucho mejor; así se toma un taxi en Lima.
Por último, y ligado al tip anterior, mejor evitar tomar los taxis con las gafas de sol puestas. Por una inescrutable razón, pero que he comprobado personalmente, hacerlo de modo contrario añadirá un par de soles a tu carrera.
En el centro, entonces, al mediodía por más señas, y con el tráfico embotellado, surgió entre aquel taxista y Juvenal Agüero el diálogo siguiente:
-Paso por un telo y me llama una señito, más bien joven, y me pide que la lleve al Rímac. No se dejaba caer, colgaba todavía firme de su rama. Bueno, enrumbo para Francisco Pizarro y, sorpresa, a poco de llegar a su casa, me dice desde el asiento de atrás: Uy, mi marido, si te dice algo, vengo de donde mi prima Aurora. Está bien, le respondí, aunque una vez que se me prendió el foquito, agregué: ¿pero cómo es? Y al vuelo me dio veinte soles . Sin embargo, el venado nada preguntó.
-¿Te ocurre a menudo este tipo de anécdotas?
-Muchas veces. Pero nunca soy de aprovecharme, créame Mister. Lo que pasa es que andaba con una arruga desde hace días y no sabía qué hacer; dinero extra para poder pagar el colegio de mis hijos…
-Fuiste oportuno, aunque hay ocasiones en que el taxista también puede ser la víctima. Como aquella vez en que un colega tuyo me contó, de cuando empezaba a taxear, del modo en que se llevaron los treinta soles que hasta ese momento había reunido. Subió a su coche una muchacha muy atractiva, se sentó justo detrás de él y, cuando estaba por llegar a su destino, amenazó por denunciarlo por intento de violación: “Bien que andabas mirándome. Me das lo que tengas ahora mismo o me arranco la blusa y te denuncio”. Allí nomás aflojó el inexperto chofer.
-Eso no es nada, Mister, en mis veinte años en esta chamba me ha ocurrido algo semejante decenas de veces; aunque cuando era más joven o tenía la cara de huevón que, de seguro, lucía aquél que soltó sus treinta mangos. Te dicen que tu carro huele raro, que las has querido drogar; te dicen, para no pagar, que mejor un rico mameluco. Te dicen o amenazan con muchas cosas. Pero estas arrugas y esta calvicie no vienen de yapa mi estimado amigo.