Julio Ortega, La comedia literaria. Memoria global de la literatura latinoamericana. Lima: PUCP Fondo Editorial/Tecnológico de Monterrey, 2019.
En una entrada anterior de nuestro blog, citábamos puntualmente al autor de este archivo-memoria-autobiografía-documento de época-“carta al rey”-cuita al desocupado lector:
“Me doy cuenta ahora de que cada tanto yo cambiaba de opinión, y me llenaba de remordimientos: después de preferir la poesía de Rodolfo [Hinostroza], me resultó algo sobrescrita; después de preferir la de Antonio Cisneros, me pareció algo astuta; y después de preferir la de Lucho Hernández, me sorprendió la candidez de su ingenio”
Y, al respecto, concluíamos lo siguiente:
Fino comentario de parte del que desde hace tiempo es un claro maestro; fino y oscilante y tentativo y no menos exacto. Por este motivo Julio Ortega, a diferencia de otros críticos que más bien calculadamente la auspiciaron, no ha creado escuela, ni discípulos directos. El legado de su lectura, en tanto “comedia” se opone a (a)cademia, es finalmente dialógico y antiacadémico. A modo de la concentración y seriedad con que los niños juegan.
Sin embargo, es obvio, nos quedamos muy cortos en la reseña. Es decir, salta a la vista que el discurso de Ortega, aunque de empaque “aterciopelado”, tiene varios niveles yuxtapuestos de lectura, por lo menos tres. El primero, patente, es el de los ingentes datos y anécdotas, aquella militancia trasatlántica y “memoria global” del título de este libro, que el narrador sortea sobrio; es decir, en pleno control argumentativo y emotivo. Mesura profesional del docente universitario; tamizada por una fe o, por lo menos, permanente confianza en un diálogo de estirpe gadameriano. El segundo nivel, constituye propiamente la percepción de la academia en tanto “comedia”, explicado de modo sucinto más arriba. Zambullida y sostenida ironía de un sujeto antisistema o contracultural; pero uno muy especial ya que, al menos entre los prototipos de los años 60′, Julio Ortega –de Chimbote a Providence– jamás encarnó ninguno de ellos; salvo el de proponernos aquí una especie de biblioteca alternativa o paralela a la canónica. La tercera lectura sería propiamente el grito –Papa Inocencio X bajo los ojos de Francis Bacon– ante el residuo aceitoso que queda de la vida y de incluso el ejercicio u honra de cualquier vocación; ergo –en tanto escritor o docente– también aquella que nos convoca a asumir la vida literaria. En suma, la constatación de la calidad fugaz de lo temporal. Aunque no definida ésta en tanto vanitas, de ascendencia barroca; sino, tal como también en el caso de José Emilo Pacheco celebrando a su admirado T.S.Eliot: “en la más contemporánea [y no menos clásica] de la definición de lo humano como lo más precario”. Precariedad, en el caso de La comedia literaria, asimismo vinculada a un mito inscrito en el paisaje o escena reiterativos en la narración; no necesariamente expresados de un modo concreto y puntual, sino diluido y transversal. Estupor y desconcierto semejantes al que, en ocasión de haber involuntariamente traicionado la confianza de uno de sus entrevistados, y ante la secular indiferencia de la institución de la prensa en el Perú, un joven periodista Ortega nos confía:
“Mi humillación fue total. Mi derrota, imparcial. Mi vergüenza, completa. Sin saber qué hacer, salí a caminar el amargo centro colonial de Lima, y nunca más volví al diario [al Perú]. Pateaba yo las calles negras, húmedas, roídas, heridas de una suciedad atávica, de una basura hecha argamasa, escenario de una sociedad banal y perversa, o peor aún, inocentemente maligna, alegremente canalla”
Es aquella percepción de la literatura y de la vida literaria –o de ésta en tanto “comedia del arte de hacer comedias”– a la que a este nivel se torna en “pandemia”; es decir, algo asimismo proclive, y de ningún modo inmune, a ser afectado por el virus de lo fugaz. Y, por lo tanto, de aquí su consecuente ironía. Y ulterior exhibición y, en simultáneo, expandido maquillaje sobre aquella fugacidad o fragilidad a pesar del aparente enhiesto Aleph de escritores, profesores, libros, almuerzos, viajes, llamadas telefónicas, becas, un cangrejo gigante –y bastante colorado– en medio de un plato de caldo humeante.
Sin embargo, aquello que prima para nosotros será aquel fascinante archivo de información que constituye este libro. Ingentes datos apócrifos, sagaces reflexiones, jocosas anécdotas, sobre el mundo literario que a Julio Ortega le tocó leer y a muchos de sus protagonistas acompañar. Notas que reverberan como desde un sincopado y espeso cajón peruano.
©Pedro Granados, 2020.