En “Borges y yo” (in El Hacedor, 1960) Borges confiesa y/o finge confesar haber dado con algunas páginas válidas: “Nada me cuesta confesar que ha logrado [él, Borges; lo a-firma “yo”, tal “yo” no enteramente identificado consigo] ciertas páginas válidas” — que, desgajadas de toda ficción salvífica, a nadie salvan, pero, ni a sí mismo ni a Borges: “esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno [lo “válido”, etc.] ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino [sino en la punta de la lengua] del lenguaje o la tradición”.
Cómo no valorar lo bueno de ciertas páginas, la valía inesperada, invaluable del hallazgo “válido”. Y de paso: cómo no sobrevalorar, cómo no no ceder a esa —firma Borges— “perversa costumbre de falsear y magnificar” que el “otro”, “Borges” (“Al otro, Borges, es a quien le ocurren las cosas”, comienza “Borges y yo”) casi fatal previene: “Por lo demás […] solo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro […]. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar”. Cómo no falsear ni magnificar. Cómo no ficcionar — Borges.
II
[Borges y Emma]
En Borges (2006), tal “Borges y yo” de Bioy Casares, los espejos de la valía, de la válida como de la inválida página, no hacen sino multiplicarse. Sobrevalorades todes, o casi, afirma Borges, apunta Bioy Casares: Mistral, ibarbourou, Neruda, Arlt, Supervielle, Herrera y Reissig, etc., etc. El 26 de noviembre de 1976, por caso, a solo meses de su vuelta —“revés de la suerte” dirá “Piedras y Chile” (1984)— por Santiago, Bioy apunta: BORGES: “La lista de los sobrevalorados [overrated precisa pregunta introductoria: “¿Cuál será el escritor más overrated? ¿Shakespeare?”] incluye también a Herrera y Reissig, otro oriental me temo [poco antes habrá mencionado a Horacio Quiroga]; y a Gabriela Mistral; y también a Neruda, otro chileno, me temo”. (Parodia por doble partida irónica, doble “me temo”, doble verónica). El 5 de julio de 1958, Bioy cuenta que Borges le cuenta que se le acercó un tipo a solicitarle su auspicio para la candidatura al Nobel de Juana de Ibarbourou; “Le dije que Juana de Ibarbourou no valía mucho” reitera Borges. Y aun el 5 de octubre de 1971: BORGES: “A Emita [Emma Risso Platero, escritora y diplomática uruguaya, casi pinche eterna casual de Borges (besos hubo, no omite Borges en Borges, así como indecibles recelos de doña Leonor, madre del cordero, quien ya en 1948 le prologa a Emma su novela Arquitecturas del insomnio: “Quizá lo más precioso de este volumen sea lo poético, no sólo perceptible en frases aisladas […], sino en el agradable horror [sic] de los argumentos, en las íntimas formas de la invención”, y al año siguiente le dedica, en El Aleph, “La escritura del dios”] le dije —retoma Borges— que Herrera [y Reissig] y Supervielle no valían mucho. Me contestó: ‘Entonces, ¿qué nos queda?’”. (Por decir: aparte las consabidas ciertas páginas válidas de un hijo de uruguaya y nieto, por lado paterno, de uruguayo). Más falso que Borges, “Borges y yo” incluido, más epidémico, habrá comarcado avant la lettre Vallejo (1927); el santiaguino chuco cucho, Vallejo, por demás de tales escasísimxs poetas en lengua castellana que Borges estima, como a Shakespeare en inglés, nonada overrated.
III
[Vallejo, Borges]
A distancia notoria de Neruda, que, en cuanto a Vallejo, dice cosa y su contrario, tal vuelta de carnero en llave diáléctica (en carta desde Batavia el 1º de junio de 1931 comenta a su amigo Morla Lynch, en Madrid, sus primeras impresiones: “El libro de Vallejo [Trilce; que Morla Lynch, desde el Consulado chileno en Madrid, le acaba de enviar (edición española de 1931, a su pedido; prueba al canto de que hasta entonces no lo había leído] me parece seco y espantoso. No veo qué objeto tenga escribir una literatura así. Es un libro cruel, literario y estéril”. Al cabo, lo inverso: en Confiesoque he vivido: “Vallejo, poeta […] de poesía grandiosa, sobrehumana” y convocará la “Oda a Cesar Vallejo” (Odas elementales), y “V”,de Vallejo como de Verso (Extravagario), Borges, con Vallejo fuera escritor de una sola línea, de una sola frase. O casi: “Un poeta nada más, porque cualquiera es un gran poeta”. La única vez que se refirió a Vallejo públicamente (pese a haberlo antologado ya con Huidobro e Hidalgo en el Indice de la nueva poesía americana (1926), Borges, paródica sino paradojalmente, brinda insólito tributo: si estamos llenos de “grandes poetas”, dice más “poeta” y a la vez más calla como “El Perú” de Borges (La moneda de hierro) extrema; “De la suma de cosas […] / El olvido / Y el azar nos despojan”. Estruendoso, el silencio de Borges (con respecto a Vallejo) no fuera menos marcado que lo dicho en una línea, una frase: “Un poeta nada más, porque cualquiera es un gran poeta”. Él mismo (Borges) se habrá considerado un poeta y nada más; entrevistado por L’Express en 1963, a la pregunta “Pour qui vous prenez-vous [¿por quién se toma usted?]: pour un écrivain ou pour un poète?”, responde: “Pour un poète […] Un poète maladroit [torpe, desmañado, etc.], mais un poète, j’espère”.
Más falso que Borges: la expresión (casi) la habrá acuñado Vallejo en “Contra el secreto profesional”, textil publicado en Variedades, Lima, el 7 de mayo de 1927. Siendo imposible reestablecer el contexto entero, vamos al fraseo medular en que, al paso, el santiagueño le hace también sus cariñitos a Gabriela Mistral: “Aparte de que ese Jorge Luis Borges [antes se habrá referido a “esa grotesca pandilla simiesca de los escritores de América (…) Un verso de Neruda, de Borges […], no se diferencia en nada de uno de Tzara, … o de Reverdy], verbigracia, ejercita un fervor bonaerense tan falso y epidérmico, como lo es el latinoamericanismo de Gabriela Mistral y […]” (subrayo). Cierto es que diez años después, “Contra el secreto profesional” aparecerá con modificaciones no menores en Repertorio Americano (Costa Rica), pero el falso y epidérmico Borges se mantiene intacto. Se habrán escrito toneladas de páginas acerca de este aguayo de Vallejo, ya para elogiarlo, ya para condenarlo, o aún para “contextualizarlo”; no volvemos sobre ello; quien se interese por demorarse en entrevero tal, le sugerimos desde ya comenzar por “El diálogo Borges-Vallejo: un silencio elocuente” (2007) del limeño vecino Pedro Granados, por más que a ratos se deja llevar en extremo por las abigarradas teorías del caro crítico anarco-cochabambino Luis H. Antezana. Por decir: Cómo no entender a Borges — el silencio de Borges.
IV
[Yapa]
Muchos años después, póstumamente, Fundación Borges habrá vuelto a revolver el gallinero al plantear que Vallejo y Borges habrían firmado juntos, cofirmado (y junto a otros también) tres paródicos poemas en la revista Martín Fierro un año antes de “Contra el secreto profesional”, en 1926. En Jorge Luis Borges, Textos recobrados 1919–1929, Emecé, 1997, Irma Zangara, profesora de literatura de la UBA y Vice-presidenta de la Fundación Borges, remitiendo a Monegal (1987: 196-178), le adjudica a Borges y a Vallejo (pero también a Marechal, Güiraldes y otros), los poemas “Soneto híbrido con envión plural” (Martín Fierro, n° 29-30), “Romancillo, cuasi romance del ‘Roman-Cero’ a la izquierda” (Martín Fierro, n° 30-31) y “Lo cacharon en Cacheuta” (Martín Fierro, nº 33). Vienen respectivamente firmados por “M. B. V. G.” (anota la edición: “Las iniciales de la firma serían de Leopoldo Marechal, Jorge Luis Borges, César Vallejo y Ricardo Güiraldes”), “Mar-Bor-Vall-Men” (Marechal, Borges, Vallejo, Méndez) y “Ber-Bor-Guillj-Mar-Per-Vall” (Bernárdez, Borges, Guillermo Juan, Marechal, Pereda Valdés y Vallejo). ¿Más falso que Borges — cuento de Fundación Borges? Vallejo jamás colaborara con Martín Fierro; en 1926 por demás moraba en París y huele inverosímil una (secreta) colaboración a distancia en una revista de periodicidad mensual. ¿Entonces? La edición de Fundación Borges a todas luces confunde un Vallejo con otro, otro Vallejo; Antonio (Vallejo), para el caso, autor de Pan y la fuente (1925), Los turistas del alba (1927) y una sabrosa “Carta abierta de Manuel de Rosas a Jorge Luis Borges” (Revista de América nº 6, Buenos Aires, 1926). Uy, Rosas. Otra vez. Cómo no falsear ni magnificar. Cómo no coficcionar — a Borges.
[2.5.20]
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