Retrato de M.A. por Rodrigo Núñez Carvallo
Bonito homenaje a través de una recreación polifónica de voces –todas pertinentes, fehacientes o históricas– de lo que ha significado Martín Adán para la poesía de la región (a pesar de Pablo Neruda). La II parte más entretenida y, por momentos, incluso inspirada en relación a la I (*). Del anecdotario o perfil del poeta, Rodrigo Núñez trata de vender y hacer potable (cool) –y creemos que, a estas alturas del partido, sin duda lo consigue pues era un secreto a voces– la condición de homosexual del autor de La casa de cartón. Otro caballito de batalla de parte del autor de este relato es su crítica, incluso desafío, a la institución psiquiátrica nacional-internacional; se salva Max Arnillas, frente a Honorio Delgado, porque aquél no es un figuretti y, sobre todo, le interesa la poesía (y la naturaleza del poeta: “Usted no está enfermo, usted es solamente diferente”). Aunque su acierto más notable, el de Núñez Carvallo, sea su sabrosa anécdota (entre inventada o documentada, no es relevante) sobre la resolución de parte de Adán de irse al Cuzco para emprender, en deuda con su gran amigo Juan Mejía Baca, un poema alternativo al que, en 1954, dedicara Neruda a Macchu Picchu:
“Salí de la librería con la tentación colgándome en los testículos y lo primero que hice fue irme a la estación de Morales Moralitos de la avenida Grau y subirme al primer interprovincial que partía. En la primera tienducha, como quien compra una golosina, me hice de un pisco para el frío y la altura y me embarqué. A la mañana siguiente desperté de la bomba en Ayacucho. Me había equivocado de bus”
Martín Adán –“el único verdadero creador que se dice civilista”– no logró escribir La mano desasida en ese momento; sin embargo, lo hizo pocos años después y, con esto, consiguió: “joder la divina presunción de Neruda”.
Por otro lado, aquello de “en el manicomio” no pareciera describir aquí al entorno social del poeta; al final todos lo aprecian, lo aceptan o incluso amicalmente lo aman. Tampoco propiamente describir al “delirante” Larco Herrera. Creemos, más bien, que aquel lema apunta al núcleo familiar; pero acaso no sólo del poeta, sino a todo núcleo familiar y de cualquier época:
“El padre ido tempranamente, allí está la razón de todo, y una madre sin carácter. La batalla edípica aún no ha terminado. Pero es tan peligroso vencerla como perderla […] La huida de su padre, la muerte de su hermano Ramón, el tío loco que migró al cielo de los orates en 1927 […] Y ahora su madre Rosa Mercedes y su tía Tarcila en el umbral de la partida”
Pasaje, el más dramático de “Martín Adán en el manicomio”; y, con obvios matices, fresco de fantasmas que habitan –aquí o acullá– la vida de cada uno de nosotros. Pareciera plantarse, sobre este álgido punto, este leve y muy ameno relato.
(*) Hildebrandt en sus trece, Nos 472 y 473, 2019.
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