Vamos a ver…
dijo un ciego
decía uno de mis tíos,
y se suponía
que el niño
sonriera
por lo menos
en la sombra
de las palmeras
del parque Morazán.
Con los años
vi delante de mis ojos
una roca
oscura, biselada
áspera, por la que se deslizaban
las sombras;
con un tirón arranqué
la espiga de hierro
de la piedra,
que colgó aún de mi pulso.
Salí por esa boca,
en vista de los hechos,
con mi mano aherrada
llevé agua a mi sed.
¿A qué sabe?
Cierro los ojos
para beber.